viernes, 18 de junio de 2021

Sin lo diverso no existe lo homogéneo. Carlos Lara G.

Sin lo diverso no existe lo homogéneo 

Sobre la ciudadanía cultural, a propósito de Carlos Monsiváis 

En febrero de 2008, Carlos Monsiváis, en uno de sus artículos publicado en la revista Nexos, intitulado Tres aproximaciones a la cultura (si esta se deja), expuso un esclarecedor acercamiento a lo que denominó “Las ciudadanías culturales en el siglo XXI”. El contexto por el que atravesaba el país era, entre otros, el de la todavía alternancia en el poder, el tripartidismo en el Poder Legislativo y el ascenso de algunas pequeñas expresiones políticas que comenzaron a crecer en las axilas de la transición. La izquierda aún resentía aquella enorme desilusión que fue el hecho histórico de que la salida del autoritarismo en el país se hubiera dado por el centro-derecha y el PAN, y no por una izquierda. Se discutía la reforma constitucional que establecería un año más tarde el derecho a la cultura en la Constitución. Esto es, el derecho de acceso a la cultura y el ejercicio de los derechos culturales, que no era una realidad aún. Tampoco lo era la reforma constitucional que cambió el paradigma de los derechos humanos en méxico, que vendría tres años después a modificar la antropología jurídica de la cultura.
En ese contexto se preguntaba ¿Qué es ciudadanía cultural? Y señalaba que era una definición sucinta de un término sujeto a debate en Estados Unidos, concebida como la pertenencia de una comunidad a la que integran los gustos, las prácticas y las sensibilidades compartidas. Decía que esto, idealmente se daba en torno a las creaciones más notables de la especie humana, o bien, desde una perspectiva antropológica, en torno a los modos de vida. Recurría a Renato Rossaldo para argumentar que desde el carácter global de las disciplinas científicas, éramos, somos o podíamos ser ciudadanos culturales: “se extraiga poco o bastante de esa identidad, se adscriba uno o no a un plan de prácticas, por lo común ligadas a las artes y las humanidades de la tradición de Occidente, pero ya también, y de modo creciente, a las tradiciones de Oriente y, apenas, a las del mundo africano”.
Sostenía que si la definición de ciudadanía cultural abarcaba el disfrute y difusión de bienes básicos (en otras palabras, el acceso a la cultura, el ejercicio de los derechos culturales y la participación en la vida cultural de la comunidad), los primeros obstáculos, decía, para esa ciudadanía, serían la desigualdad y las costumbres del uso del tiempo libre, ahora a cargo de las denominadas industrias culturales. En efecto, dichos obstáculos están condicionados cada vez más por el desarrollo tecnológico, la conectividad y el consumo cultural algorítmico, puesto que la convergencia digital de estos tres elementos que hacen posible el consumo cultural, determinan el uso del tiempo libre de forma desigual.  

Como sabemos, Monsiváis solía pontificar, no solo el fundamentalismo de la derecha por carecer de de ideas, sino también la vulgarización dogmática de la izquierda. No sé qué pensaría del actual gobierno federal, del desmantelamiento cultural que vive el país, si tendría mayor incidencia moral que Elena Poniatowska y adláteres luego de que, según pudo atestiguar (por lo menos en la teoría), la renovación del canon cultural, simpatizaba mayoritariamente con el centro-izquierda. Por lo menos era bilingüe, solía decir. En verdad me hubiera gustado saber su punto de vista en relación a esto que ha dicho de forma inmejorable Guillermo Sheridan acerca de la rareza de nuestro país, fundado por curas que querían ser presidentes y que ha terminado bajo el poder de un presidente que quiere ser cura.
Murió sin atestiguar los avances jurídicos en materia de acceso a la cultura, el ejercicio de los derechos culturales y el desarrollo de los derechos humanos en general, a partir de las reformas constitucionales antes señaladas, que este mes cumplen diez años. Una década en la que hemos visto avanzar lo que en su tiempo se combatía; la diversidad cultural y la homogeneidad. Dos de sus banderas. Aún a pesar del anacrónico gobierno mal llamado de izquierda que ejerce lo peor de las ideas de los años setenta en el país. Ejemplo de ello, es la unidad nacional y ese discurso chafarrinoso que le rodea. Fuera de eso, muchas cosas han cambiado. La fe católica, por ejemplo, la raza que, ya no solo se admite una sola; tampoco una sola pigmentación reconocida como propia, mucho menos un género dominante. En la actualidad superamos la legislatura de la paridad a nivel federal y en varios estados, lo mismo que el número de gobernadoras en el país, que ha crecido de forma notable y plausible. Me encantaría decir que ya no hay un solo partido único y hegemónico, pero es de las cosas que se empeña el actual presidente en mantener. El patriarcado tampoco es lo mismo, cada vez tiene menos influencia en la desaprobación familiar y en la vida social. Y qué decir de la llamada moral y las buenas costumbres, y de las minorías sexuales, un sector que hasta hace poco no tenía derechos ni humanidad reconocida.
Los retos para la alianza opositora en la Ciudad de México
Todo lo anterior representa un reto enorme para la Alianza Opositora de la Ciudad de México que gobernará los próximos tres años, porque la ciudadanía cultural se ejerce, entre otros en los espacios culturales públicos. Existen poco más de 260 espacios de esta naturaleza en las 16 Alcaldías de la ciudad, de acuerdo al Sistema de Información Cultural de la CDMX. Dentro de la infraestructura básica se contabilizan 162 museos más de 160 teatros y poco más de 340 bibliotecas. Además de los centros, foros y espacios culturales que cada alcaldía tiene, algunos propios, otros universitarios y otros más privados que, independientemente de eso, comparten agenda. En ambos tipos de infraestructura cultural la Alianza Opositora integrada por el PAN, el PRI y el PRD, tendrá la gestión del mayor número de espacios destinados al fomento y promoción del arte y la cultura. Y, al margen del historial político de cada partido, es una alianza integrada por quienes han desarrollado la creación de instituciones artísticas y culturales, la legislación y consolidación del derecho a la cultura y los derechos culturales en la Constitución, la creación de la Secretaría de Cultura, el presupuesto más alto de la historia para la cultura y las artes, la creación de la política cultural de estímulos fiscales para el fomento al arte y la cultura. Todo lo que la alianza gobernante ha estancado, eliminado y desestabilizado. 
Monsiváis consideraba que de modo fundamental la cultura dependía de los sistemas educativos, en especial, de la enseñanza superior. Digamos que es uno de los ámbitos mediante los cuales se garantiza, ya que por el derecho a la educación aprendemos leer y a escribir, en tanto que por el derecho a la cultura aprendemos a pensar. Es aquí donde, bajo mi particular punto de vista, residen las bases de la denominada ciudadanía cultural que ejercemos en el marco de, entre otros tantos, el derecho a participar en la vida cultural de la comunidad, un derecho que comporta por supuesto, una contribución a la misma. 
Es aquí donde debemos repensar muchas cosas que hace apenas diez años eran una suerte de requisitos previos a la convivencia. Por ejemplo, “el amor que no puede decir su nombre” del que hablaba Monsiváis, o la tendencia de los jóvenes gays y lesbianas de informar a sus padres sobre su orientación sexual, que ya no es una práctica reservada a las grandes ciudades como a él le tocó observar y analizar; desigualdades que solo han podido ser superadas por la vía del ascenso jurídico. Hoy, el qué dirán está infravalorado y en la explosión demográfica los comportamientos legales, como bien afirmaba, se vuelven legítimos, y viceversa. Los próximos gobernantes de las 16 alcaldías, en particular quienes integran la Alianza Opositora, deberán entender que la renovación del canon cultural donde se enmarca al ciudadanía cultural, ya no simpatiza de forma mayoritaria sólo con el centro-izquierda; que ha dejado de ser bilingüe, que es políglota. Que habitamos una entidad federativa que ha decidido llevar el derecho a la ciudad, de una categoría sociológica a una categoría jurídica en su Constitución. Y que si algo se había venido combatiendo de forma injusta durante mucho tiempo, era la diversidad, olvidando que sin lo diverso no existe lo homogéneo, como acertadamente sostenía Carlos Monsiváis.

La geopolítica cultural en la CDMX después del 6 de julio

La geopolítica cultural en la CDMX después del 6 de julio. Carlos Lara G.

Por primera vez en la historia de la CDMX, la infraestructura cultural más importante del país será gestionada por una alianza opositora al gobierno central y al gobierno federal. 
La alianza opositora está compuesta por los partidos que han impulsado la Reforma Cultural. 
La plataforma cultural de la alianza opositora es más robusta y coherente que la plataforma de la alianza gobernante.

miércoles, 24 de marzo de 2021

El derecho a la cultura y el derecho a la salud

El derecho a la cultura comporta el acceso a la seguridad social de los agentes culturales 

 Carlos Lara G.
José Manuel Hermosillo

Una de las muchas enseñanzas que nos ha dejado la pandemia es la necesidad de robustecer los sistemas de salud para la prestación de este derecho fundamental. En el caso de los agentes culturales, entiéndase creadores y promotores del arte y la cultura, ha sido de los sectores más afectados por el Covid 19. Es por ello que, a partir de la sentencia lograda por las personas trabajadoras del hogar, hacemos el siguiente planteamiento en las mesas de negociaciones con el área de Normatividad y la Coordinación de Afiliación al IMSS.

En esta peregrina idea de facilitar el acceso a la seguridad social a los creadores y promotores de bienes y servicios culturales, resulta peligroso confundir al trabajador independiente, con las garantías que todo trabajador tiene a la seguridad social frente al Estado. Aún más peligroso es el hecho de desconocer el carácter de prioritario que esta actividad económica representa para el desarrollo social. Con lo que el Instituto Mexicano del Seguro Social ha hecho hasta el momento, podemos decir que se equivoca al pretender incluir al sector cultural, a través del modelo de incorporación voluntaria establecido por el Instituto, al Régimen Obligatorio que presta. Lo primero que debemos entender es que el Estado tiene obligaciones constitucionales inmediatas, a partir de la sentencia emitida por la Corte, en el caso de las personas trabajadoras del hogar, respecto al derecho a la seguridad social. Es clara en el sentido de que debe garantizar el ejercicio de ese derecho sin discriminación alguna; con igualdad de derechos de hombres y mujeres; y la obligación de adoptar medidas para lograr la cabal aplicación del referido derecho a la seguridad social.

Dicho de otra forma, dentro del núcleo esencial o niveles mínimos indispensables del derecho humano a la seguridad social, la sentencia establece que el Estado “debe asegurar el derecho de acceso a los sistemas o planes de seguridad social sin discriminación alguna, en especial para las personas y los grupos desfavorecidos y marginados”. Para los trabajadores del arte y la cultura, el derecho a la seguridad social es importancia fundamental para garantizar su dignidad humana. Es un derecho que todo trabajador debería tener, situación que en la práctica no siempre. 

La cobertura voluntaria, de acuerdo con la OIT, "carece de efectividad, toda vez que recaería en los trabajadores del arte y la cultura la difícil tarea de convencer al empleador para inscribirse en el Seguro Social". (Véase el Informe 319 sobre Libertad Sindical emitido por el Comité de la OIT)

En cambio, "el carácter obligatorio de la afiliación juega un papel fundamental para la extensión de la cobertura". El Estado debe generar el régimen de seguridad social para atender las distintas necesidades del sector cultural, incluidos los grupos vulnerables o marginados. 

La propuesta que hacemos en este importante tema, no olvida por supuesto que el Estado cuenta con un margen de discrecionalidad o libertad configurativa necesaria para determinar, conforme a los recursos que disponga y frente a sus circunstancias específicas, las distintas maneras en que los trabajadores del arte y la cultura puedan acceder a la seguridad social, acorde a los diversos planes, regímenes o políticas públicas existentes. Lo anterior, atendiendo a la trascendencia sistémica y estructural del problema de discriminación detectado en los trabajadores del arte y la cultura, así como a la obligación derivada del artículo 1º Constitucional, lo procedente es poner a conocimiento del IMSS la discriminación que genera el excluir a los trabajadores del arte y la cultura del régimen obligatorio del Seguro Social, así como la ineficacia del diverso régimen voluntario de seguridad social para tutelar, adecuadamente y de manera digna, el derecho humano a la seguridad social de este sector estratégico para el desarrollo. 

Asimismo, para guiar la instrumentación de la política pública que deba emprenderse para solventar el referido problema de seguridad social, se plantea al IMSS que, dentro de un plazo prudente, y solicitando para ello las partidas presupuestales que se estimen necesarias en el ejercicio fiscal que corresponda, implemente un programa piloto que tenga como fin último, diseñar y ejecutar un régimen especial de seguridad social para los trabajadores del arte y la cultura, con base en los siguientes lineamientos:

i. El régimen especial de seguridad social debe contar con condiciones no menos favorables que las establecidas para los demás trabajadores;

ii. deberá tomar en cuenta las particularidades del trabajador del arte y la cultura;

iii. debe resultar de fácil implementación para los patrones;

iv. no puede ser de carácter voluntario, sino obligatorio;

v. debe ser viable para el IMSS, desde el punto de vista financiero; y

vi. se deberá explorar la posibilidad de facilitar administrativamente el cumplimiento de las obligaciones que deriven de este régimen a los patrones.

No está de más argumentar que la Suprema Corte de Justicia de la Nación considera que la finalidad de los anteriores lineamientos o directrices estriba en que, también mediante un programa piloto, el IMSS, acorde a sus capacidades técnicas, operativas y presupuestales, se encuentre en aptitud de proponer al Congreso de la Unión las adecuaciones normativas necesarias para la incorporación formal del nuevo sistema especial de seguridad social para los trabajadores del arte y la cultura en forma gradual y, en ese sentido, se logre obtener la seguridad social efectiva, robusta y suficiente a la totalidad de los trabajadores del arte y la cultura.

 

jueves, 18 de febrero de 2021

El patrimonio sensorial y los sonidos del campo. Carlos Lara G.

A simple vista puede parecer absurdo hablar de una valoración jurídica del patrimonio sensorial, pero no lo es. Tengo la fortuna de poder visitar cada año la zona del mediterráneo español, la región de La Mancha y otras maravillosas comunidades cuya gastronomía, paisajes, oficios y formas de vida, ayudan a entender la relevancia de esta categoría del patrimonio natural. 

Puertas al campo

Hace aproximadamente un año, en una isla de la costa atlántica francesa llamada Saint-Pierre D'Oleron, que se ha convertido en un apacible destino de casas de campo, un gallo de nombre Maurice ganó una batalla legal por su derecho a seguir cantando. También podría parecer absurdo, lo sé, pero no lo es. La corte francesa le otorgó, mediante un fallo judicial su derecho a cantar, luego de un juicio que movilizó a la sociedad francesa a nivel nacional, poniendo de relieve las tensiones, cada vez mayores, entre lo urbano y lo rural. La batalla inició en 2017 a partir de las quejas de un grupo de vecinos que no soportaban el canto del gallo que comenzaba a las 4:30 de la mañana y continuaba a lo largo del día hasta entrada la noche. El caso escaló a la Corte al mismo tiempo que las redes sociales lograban conseguir 140 mil firmas, que defendían, además del gallo, el tipo de vida rural en esas comunidades. Y así fue. La sentencia del tribunal sostuvo que el campo debía permanecer tal y como es y no debían silenciar sus sonidos. Un criterio acertado sin duda, ya que de lo contrario pudo haber sentado un mal precedente para el resto del ecosistema del campo. La decisión del tribunal, no solo libró a la dueña del gallo de pagar costosas multas, como lo exigían los demandantes por considerar que perturbaban la calma del sitio, sino que el fallo en su favor vino acompañado de una indemnización que debieron pagar los propios querellantes por los daños causados, tanto a la dueña del gallo como al ave. 

Un año después, en enero de 2021, el parlamento francés aprobó la protección de los sonidos y olores del campo como “patrimonio sensorial”, desde el canto del gallo y las campanadas de las iglesias, hasta los efluvios de los establos, bajo el criterio de que forman parte del entorno tradicional de un territorio y son indispensables para el equilibrio social y económico de estas pequeñas comunidades. En la exposición de motivos, se estima además que el reconocimiento de esos sonidos, olores e identificación como elementos integrales de los territorios rurales, permitirá frenar posibles actos contenciosos entre vecinos. Es interesante que, en el caso de las campanas de las iglesias, los alcaldes de cada ayuntamiento son quienes deberán conciliar el orden público con el respeto a la libertad de culto. Llama mi atención este punto ya que en México, luego de la aprobación de las Leyes de Reforma en el siglo antepasado, comenzamos a ver en diversos templos, incluso en aquellos que son patrimonio histórico, un reloj adosado en la parte frontal superior, cuyo mensaje simbólico era precisamente que a partir de esas reformas, cuyo principal fundamento fue la separación de la iglesia y el Estado, el tiempo sería dictado por el poder civil, ya no por el poder religioso. Sin embargo la tradición fue más poderosa. De hecho, en casa de mis padres, se siguen escuchando las campanas de la iglesia, solo que a través de bocinas y un regulador de decibeles. Volviendo al caso, creo que lo más relevante del fallo es que ofrece una primera base jurídica para el desarrollo de la mediación.

Hace unos años visité la ciudad francesa de Grasse, conocida como la capital internacional de los perfumes, aproveché para recorrer también los bellos alrededores de la Provenza-Alpes-Costa Azul, bordeando el Mediterráneo en tren. Lo único que puedo decir es que comencé a entender la relevancia del patrimonio sensorial. De hecho, una de las cosas que más me agrada del Tour de Francia, son las espléndidas imágenes aéreas que muestran maravillosos campos, extensos valles, cristalinos ríos y vastos territorios agrícolas bien ordenados. Pese a lo rápido de las tomas, se aprecia el entorno de la vida campirana de esas comunidades. Es entendible también a la distancia, la lucha altermundista que encabezó el legendario Josep Bové hace más de 20 años, quien en su etapa de agricultor y sindicalista llevó a cabo la destrucción de un McDonald´s con la ayuda de sus seguidores, en protesta por las importaciones del gobierno que afectaban la producción y el consumo local. 

El derecho a la ciudad y a la vida de pueblo

Es verdad que el denominado derecho a la ciudad comienza a ser una categoría jurídica además de sociológica, que en este momento tiene al menos tres características esenciales, la un derecho complejo, colectivo y emergente. El término, acuñado en el año 1968 por el filósofo y sociólogo francés Henri Lefebvre, quien lo definió como “(...) el derecho a la vida urbana, transformada, renovada”, en sus antecedentes estuvo también ligado a las reflexiones filosóficas. Su desarrollo en el ámbito jurídico se ha dado en los debates promovidos por la Coalición Internacional para el Hábitat, ONU hábitat, los diversos movimientos sociales y las ciudades interesadas en este derecho. En términos generales hay un cierto consenso en que el Derecho a la Ciudad se manifiesta a través del derecho a la libertad; al desarrollo de la individualidad en la sociedad, el hábitat y la población de la ciudad; el derecho a participar y a apropiarse en términos diferentes a la propiedad privada; la movilidad, el medio ambiente… Plantea el acceso a la ciudad como una integralidad de bienes, servicios y oportunidades que permiten el ejercicio pleno de la ciudadanía. Podemos decir que el Derecho a la Ciudad está conceptualmente vinculado al ejercicio pleno de la ciudadanía entendida como la realización de todos los derechos humanos y libertades fundamentales, asegurando la dignidad y el bienestar colectivo de los habitantes en condiciones de igualdad y justicia, así como al pleno respeto a la producción social del hábitat. (Véase Carta mundial por el Derecho a la Ciudad: articulo II) 

Así las cosas, si interpretamos la resolución de la corte francesa y tomamos en consideración la incorporación de los sonidos y olores del campo a la legislación, podríamos decir que estamos ante especie de Derecho a la Vida de Pueblo, encaminado a no permitir su urbanalización. Sí, esta peculiar resolución de la corte francesa nos recuerda que a la naturaleza hay que imitarla, no transformarla. Es un llamado a volver a hacer simbiosis con ella y no tanto con la tecnología, a valorar el estar juntos y no solo el estar conectados, porque es verdad ese popular adagio que sostiene que lo que el hombre hace, el hombre deshace.

La foto que ilustra este texto es de la artista Carmen Maturana.

jueves, 28 de enero de 2021

La servucción en la prestación de bienes y servicios culturales. Carlos Lara G.

La Servucción es necesaria como estrategia de gestión cultural. Particularmente en momentos de crisis como el que estamos viviendo, pero más aún en un país donde el gobierno se desentiende de la cultura, descalifica a la sociedad civil organizada, desaparece mecanismos financieros de participación público privada y apuesta por un solucionismo populista que no ha podido estar a la altura de las circunstancias. Un gobierno donde fallar es cuestión de método. En días pasados circuló una nota en el diario Reforma sobre la renta (otra vez), de la Biblioteca Vasconcelos para la realización de escenas de una narco serie sobre la corrupción en México. El señalamiento es por la violación al Reglamento General de Servicios Bibliotecarios, que establece que estos recintos no pueden ser usados para otros fines que no sean los propios del espacio cultural. Como sabemos, en 2007 este mismo recinto fue escenario también de una pasarela para un catálogo del Palacio de Hierro. 

Bajo mi particular punto de vista, no podemos ver la renta de un espacio cultural solo desde la antropología o la sociología, sino también desde la administración pública, pues la cultura además de ser un fenómeno y un derecho, es también un servicio público. Esto nos permitiría separar el valor simbólico del inmueble para analizar las posibles oportunidades que nos podría dejar este caso. Haré un apretado ejercicio de reflexión. Si bien esta biblioteca es un recinto cultural que promueve el libro y la lectura, dicha función no debiera frenar la diversificación de sus bienes y servicios, la posibilidad de generar recursos financieros adicionales y sobre todo la posibilidad de retenerlos. Así recuperaría una parte de los recursos que le ha quitado el gobierno en el presupuesto. Es decir, si el gobierno no es capaz de dar un presupuesto digno, por lo menos debería generar condiciones para compensar la situación. Al ser una disposición reglamentaria, es decir, que está en el tramo competencial del Poder Ejecutivo, tiene fácil solución a través de un decreto presidencial, de esos que tanto gustan al mandatario. La Secretaría de Cultura debería impulsar dicho decreto para generar y retener el recurso autogenerado en estos recintos. Pensemos en lo que hubiera hecho la Biblioteca Vasconcelos con estos 311 mil 110 pesos que han ido a parar a la Tesofe. 

Es verdad que el Reglamento General de Servicios Bibliotecarios establece que las instalaciones, mobiliario, equipo y acervo de las bibliotecas, serán de uso exclusivo de las mismas, y que ninguna persona o institución ajena a ellas puede disponer o hacer uso de estos para actividades ajenas a su naturaleza. Sin embargo, también es verdad que la Ley General de Bibliotecas, en su artículo noveno, establece que el Consejo de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas, formulará a solicitud expresa, recomendaciones para lograr una mayor participación de los sectores social y privado, comunidades y personas interesadas en el desarrollo de la Red. Con criterios como este, Secretaría de Cultura podría impulsar el mencionado decreto que permita el aprovechamiento de estos espacios culturales. Es una pena ver al director de la Vasconcelos hablar del heroísmo solidario de sus bibliotutores, personas que ofrecen sus servicios por solidaridad y con sus propios recursos, puesto que lo único que muestra es un menosmalismo reprochable (menos mal que no cobran). Envía un mensaje negativo a la administración central: podemos vivir del presupuesto y del salario emocional. 

Tony Puig es un destacado analista catalán que ha escrito, entre otras, una obra intitulada Ciudades con marca, en la que contrapuntea el marketing de servicios con las burocracias casposas. Expone el concepto de Servucción, entendido como la síntesis entre servicio y producción, con un énfasis especial en la idea de que un servicio está siempre en proceso de producción. Esto es, todo servicio concluye su producción en la personalización, en el momento del uso. La idea central de este concepto es que en la prestación de servicios siempre se está en acción: “La repetición monótona no es posible”. Es así que la calidad del servicio público puede depender más del embalaje o la artesanía de su proceso de producción, que de la tecnología, el personal especializado o la operación en edificios arquitectónicos de firma. 

En la Servucción el usuario de cualquier servicio público siempre espera encontrar en él respuestas, propuestas, soluciones y pistas útiles. En el caso de la biblioteca, soportes y acompañamiento para su vida cultural, social, educativa, vecinal y recreativa. Por tanto, en un tipo ideal weberiano, el equipo de producción de cada bien o servicio cultural que presta, debería ser capaz de diseñar, a partir de competencias profesionales y mediáticas, cada utilidad de manera satisfactoria y darle forma de servicio, en lugar de negarlo, o peor aún, de condenarlo.

En otras palabras, un servicio no es un producto que se manufacture una vez y, que mediante los retoques necesarios, se repita casi infinitamente mientras encuentre usuarios. Esto es, la prestación (que no el servicio en sí), termina cuando el ciudadano, usuario o prosumidor lo usa. Recintos como la Vasconcelos corren el riesgo, pese a los esfuerzos que hace su director, de padecer el mal de los museos del país; el de tener dos visitas en la vida del mexicano, la de cuando eres niño y la de cuando eres padre. Y es que la peor la gestión de un recinto cultural como este, es intentar hacerlo pertinente y necesario en el ecosistema del nuevo consumo cultural, con mentalidad y actitudes de bibliotecario. ¿Por qué no pensar en una gran pasarela literaria anual que combine moda y literatura? Demasiada osadía para este gobierno claro.

Volviendo al punto. En la Servucción un servicio no es, casi nunca, un sólo servicio, siempre es un conjunto de servicios. Un servicio central (el núcleo) fuerte, pensado y trazado para satisfacer la necesidad comprendida de los destinatarios. El servicio nuclear en este caso es el acceso a la base de la cultura que es el libro, así como la promoción de la lectura. El libro es un bien cultural, un bien físico, que al ser digitalizado pasa a ser un servicio, un servicio prestacional que ofrece el Estado a través de este tipo de instituciones culturales. La pregunta es, qué otros servicios radiales pueden prestar en un marco de aprovechamiento para salir del precariato y sostener su actividad sustancial de una forma más digna. Además de la citada pasarela, se me ocurre otro tipo de Servucción, la de ofrecer el espacio como set de grabación para películas y series; cenas, recepciones etc… con los respectivos controles por supuesto. Creo que deberíamos abrir un poco nuestra mentalidad bibliotecaria. Dicho esto sin desdén de la profesión, antes bien como una de sus cualidades que la hace ser tan seria que vive encorsetada por inercias históricas y normas inoperantes. Debemos aprender que la única ley científica que la historia enseña, es que las cosas cambian, como bien dice el maestro José Álvarez Junco. 


martes, 26 de enero de 2021

El pensamiento a granel en la promoción del arte y la cultura. Carlos Lara G.

El pensamiento a granel suele producir demasiados entes diletantes en la promoción del arte y la cultura. Es incluso hasta perjudicial, en particular en este momento en el que estamos por entrar a una siguiente etapa de la pandemia, la de la vacuna. Los promotores, gestores, trabajadores, agentes, o como quieran llamarles, del arte y la cultura deben saberlo y entenderlo. Es verdad que fue uno de los sectores más golpeados, que la cultura fue fundamental en el confinamiento, que el comportamiento gubernamental ha sido ingrato y que juntos, el arte y la cultura, son algo más que la sustancia activa de cualquier vacuna contra el Covid… La pregunta es ¿Qué hacemos con todo esto? 

Organismos internacionales como la Unesco, parecen haberse quedado en la primera etapa de la pandemia, no paran de documentar la deplorable situación del sector durante el confinamiento, pero se quedan cortos al momento de plantear posibles soluciones. Promueven y publican documentos con señalamientos como: el arte y la cultura han sido las actividades humanas más golpeadas por la pandemia, el Coronavirus ha obligado a los gobiernos a tomar medidas drásticas de aislamiento social; durante esta época el mundo se ha volcado hacia el arte y la cultura... Es ahora que se hace notorio el valor de la música, el arte, el cine, la literatura, el baile y todas las disciplinas de contenido cultural a las que la población mundial recurre buscando calmar la ansiedad, liberar el estrés provocado por el confinamiento, por lo que han lanzado diversas campañas de promoción y acceso virtual a bienes y servicios artísticos y culturales.

En lo personal, considero que todo esto ha estado muy bien, pero como parte de una primera etapa pandémica. Ahora es necesario comenzar a pensar en las siguientes etapas. Pasar del recuento de daños y el autoelogio al arte, a la cultura y a sus promotores, a la necesidad de que los planes, estrategias y programas de recuperación económica de cada gobierno incluyan a la cultura como sector estratégico. Por ejemplo, materializar el llamado que hace la Organización Mundial de la Salud a los gobiernos del mundo para aprovechar la conexión de estos ámbitos en la mejoría y beneficio adicional de la salud física y mental de los pacientes. Aquí hay una vertiente prometedora para emplear al sector en el desarrollo integral de los tratamientos médicos.

La reunión de Ministros del G20 del 4 de noviembre pasado fue histórica por haber reconocido la creciente contribución de la cultura a la economía mundial; en particular “su potencial en el espectro de las políticas públicas para forjar sociedades y economías más sostenibles”. Más específicamente, este grupo geopolítico llamó a la cultura, por primera vez en su historia, al centro de sus debates por ver en ella un componente clave para la recuperación económica y social. Muy bien, pero ¿Qué hacemos con esto? ¿Seguir regando este discurso para alimentar el pensamiento a granel? ¿O exigir y acompañar el desarrollo de estas inclusiones estratégicas desde la sociedad civil organizada? El gobierno mexicano ha sido incapaz de ver y entender esto. A mediados de la pandemia, el sector empresarial del país presentó 68 ideas para la recuperación económica. El documento no solo no contenía una sola idea en materia de cultura, sino que el presidente no lo entendió, mucho menos lo acepto. Recientemente, su cuestionada Secretaria de Economía, publicó un plan de recuperación económica verdaderamente pobre, el cual tampoco contiene en ninguno de sus cuatro ejes, una sola idea en materia de arte y cultura. Así las cosas, solo quedaría insuflar el aislado, separado, solitario y nada transversal ñoñismo verbal de una secretaría que no para de repetir “La cultura es la herramienta más poderosa de la transformación social”, “Que nadie se quede atrás”, “La cultura no ha parado” “La cultura comunitaria…”.- Este ñoñismo verbal es fuente inagotable del pensamiento a granel. 

Solo espero que el sector cultural no sea ingenuo, cretino ni pretencioso que siga creyendo que la cultura será esa arma poderosa de transformación social, ahora en su versión de antibiótico post pandémico. No lo es porque la sustancia activa de esa poderosa herramienta es el ñoñismo verbal de siempre en otra presentación. Es decir, un intento por promover el arte y la cultura como placebo para seguir dando de comer a la diletancia. 

Creo que la cultura, vista desde un punto de vista menos pretencioso, será algo más parecido al suero en la etapa postpandémica, que no es cosa menor. El suero permite inyectar sustancias al organismo que aportan elementos imprescindibles. Tiene la capacidad de irrigar cavidades y tejidos, así como entrar a las venas cuando hay disminución de líquidos o volumen de sangre. Una perfusión intravenosa en la sociedad, haría llegar de mejor forma los beneficios de un programa de recuperación económica publico-privado de mejor manera, si se hiciera a través del suero de la cultura. Se trata de que la sangre salga del corazón y llegue al cerebro de las personas y comunidades de otra manera. Ahora, esto no va a ocurrir por obra y gracia de la taumaturgia. O exigimos, acompañamos y persuadimos a golpe de señalamientos y denuncias al Estado y a la iniciativa privada la inclusión del arte y la cultura en la recuperación económica del país; o hacemos de coro de acompañamiento al ñoñismo verbal, que este 2021 viene con el discurso del “Año Internacional de la Economía Creativa para el Desarrollo Sustentable” y anda en busca de gestores dispuestos a alimentar el pensamiento a granel.  

Menos mártires y más apóstoles en este proceso es lo que necesita la promoción del arte y la cultura en esta etapa de la vacuna. Aquí, el primer paso es dejar de ser diletantes repetidores del ñoñismo verbal que parece no haber pasado por la pandemia. 



martes, 12 de enero de 2021

El sofisma de la resiliencia en las políticas culturales. Carlos Lara G.

El término resiliencia, como muchos seguramente saben, es propio del campo de la epidemiología social. Con el tiempo, fue abrazado con especial ahínco por la física y más recientemente llevado por diversos especialistas a las área de la psicología y las relaciones humanas. Su cualidad más reconocida es esa de resistir. Creo que es precisamente esa idea de resistencia la que imantó la atención de algunos gestores y promotores culturales para sugerir su adopción en el ámbito del arte y  la cultura, y más particularmente al de la cultura comunitaria mediante la denominada Gestión Cultural. Lo hicieron asumiéndola generalmente a partir de la gastada definición de conjunto de procesos socioculturales e intrafísicos que pueden generar una vida sana en un medio insano.
Hace un par de años tuve la oportunidad de conocer al mercadólogo francoamericano Clotaire Rapaille, estuve en una de sus intensas dinámicas de grupo en la Ciudad de México. Clotaire es especialista en arquetipos culturales, creatividad e innovación, ha escrito diversos libros y ensayos a lo largo de su vida en los que analiza y explota el código cultural de determinadas culturas en el desarrollo de bienes y servicios comerciales. En una de sus obras más recientes, El verbo de las culturas, identifica esa marca verbal que suele definir a los habitantes de cada país. A partir de esta identificación sostiene, por ejemplo, que el verbo de la cultura alemana es obedecer; que dentro de su objetivo como cultura esta el orden y la planeación. Asimismo, que el orden, la disciplina, los sistemas, la inteligencia y la búsqueda permanente de la perfección (ingeniería), son parte de su complejo de superioridad. En tanto que el verbo de la cultura estadounidense es hacer y el de los franceses pensar. En efecto, para estos es más importante pensar que hacer. En América Latina el verbo de la cultura colombiana, según Clotaire, es vivir (su música es prueba de ello), en tanto que el de la cultura argentina es ser soberbio (Maradona nos lo recordó). En el caso mexicano identifica tres verbos: sufrir, sobrevivir y aguantar. En ese orden, siendo el último de estos el verbo más representativo de nuestra cultura. Esto explica muchas cosas.
Ahora bien, ¿Por qué sostengo que la resiliencia es una suerte de sofisma en el campo de las políticas culturales? Por la razón de que llevamos décadas escuchando, leyendo y comentando ese estribillo verbal ya casi algorítmico, de la resiliencia como resistencia, aguante y capacidad para seguir adelante regenerando el también desgastado tejido social (otro estribillo). Haciendo comunidad (uno más), sin recursos, y por ende, sin resultados. Sin infraestructura, con una escasa participación del mercado, un reducido apoyo de mecenas y mecanismos de patrocinazgo, así como un nulo acompañamiento del Estado para abrir mercado. Así las cosas solo queda la familia y el sacrificio personal, eso sí, con un alto salario emocional. ¿Quieren ver casos de éxito de otras comunidades que han sido más inteligentes en el desarrollo de sus respectivos temas? Vean la historia del desarrollo del derecho de acceso a la información (que inició dos años después que el derecho a la cultura) , o bien, el tema de género en las políticas públicas.
Recientemente, el medievalista Martín Ríos Saloma, entrevistado por la periodista Mónica Mateos Vega para el diario La Jornada, señalaba la resiliencia como la principal enseñanza que nos han dejado las pandemias. Que las sociedades han demostrado que se saben coordinar para enfrentar esos males. El especialista reflexiona acerca de las consecuencias y cambios que se derivan de crisis sanitarias mundiales, como esta del Covid-19. Sostiene que la principal enseñanza que las pandemias dejan en una sociedad es la capacidad de resiliencia para enfrentar esas tragedias, y una de las grandes herramientas es la esperanza, la cual tiene que ver con la idea de que “así como sobrevivió una parte importante de la población en el pasado, así vamos a sobrevivir nosotros. Por tanto, bajo su punto de vista, es la sensación de esperanza la que nos tiene que motivar a construir entre todos una sociedad más justa, equitativa, solidaria y respetuosa con el medio ambiente, y evitar las grandes desigualdades sociales que esta pandemia ha mostrado. Lo cual quiere decir que, desde la visión clásica del término resiliencia, después de la pandemia, volveremos a recobrar la esperanza. Sin embargo, si vamos más allá del término clásico, que solo nos instala de regreso al mismo sitio, podríamos en verdad construir una sociedad más justa. Esta me parece la forma más apropiada en que debieramos concebir el término; asumiéndola como una capacidad humana para enfrentar una determinada situación adversa y salir fortalecido por la experiencia que nos dejó. Como capacidad de voluntad y superación que nos aleje lo más posible de la visión medianera y conformista que tiende a situar a la comunidad cultural siempre en el mismo auditorio, para escuchar el mismo discurso, pues es también como se justifica la mediocridad gubernamental.
En lo personal, considero que debemos ser capaces ya, de superar esa suerte de glosario emocional que nos han implantado por décadas para referirnos a conceptos que han venido quedando huecos y ya nada representan, porque no van acompañados de acciones, sino de emociones. Hay una gran cantidad de gestores que creen que el tejido social, el lazo social y la cohesión social, se restauran con alitas de mariposa. La creación de comunidades está muy bien, pero ¿para qué? Para hablar de universos posibles, resiliencia, gobernanza. No hay mejor teoría que una buena práctica.
En ese contexto, el gestor cultural más osado en una pandemia logra hacer cubre bocas de diseño independiente, ecológico, sostenible, biodegradable e inclusivo, pero sin mercado donde colocarlo. Porque solo pensó en cómo iba a recrear la identidad cultural de quienes lo portaran y lo colorido que se vería circulando por las redes sociales. Peor aún, sin autoridades que le abran paso a sus creaciones. Por eso sostengo que hoy el Embajador estadounidense Cristopher Landau, y la empresa Amazon, hacen más que la Secretaría de Cultura y Fonart juntos, en el desarrollo del Arte Popular Mexicano. 
A estas alturas ya deberíamos saber que la comunidad cultural no es resiliente. Bajo la máxima de Jesús Reyes Heroles: “Lo que resiste apoya”, el sector cultural resiste, apoya, ayuda e impulsa a otras comunidades y sectores a superar su adversidad, pero este sector en sí, no supera nada, vuelve al estado en que estaba antes de cada crisis. La historia nos dice que la cultura es un sector al que suele recurrir el gobierno cuando hay una crisis social, política, económica y ahora también sanitaria. Es como el perro de pueblo, al que sacan al frente de la casa cuando sienten la amenaza de algún forastero, y lo encierran en el patio trasero cuando vienen las visitas. Suelen ponerla al frente de cualquier amenaza a la soberanía para detonar el patrioterismo de clóset, de cara, por ejemplo, a las ocurrencias del Presidente y su esposa, sobre el Penacho de Moctezuma o el pretendido préstamo de códices, pero la esconden en el patio trasero cuando viene la discusión del presupuesto o la firma de un tratado comercial como el TMEC, un tratado que demostró lo farsante que es la autodenominada izquierda gobernante, que hizo creer a sus seguidores en otra torpe ocurrencia, esa de “sacar la cultura de los tratados comerciales”. 
Así las cosas, la pandemia que vivimos a causa del Covid, aunada al desenfrenado desarrollo tecnológico, a la crisis económica y la tensión creciente entre un mundo que no termina de morir y otro que no termina de nacer, como diría David Konsevik, nos deben llevar a superar la antropologizada visión de la resiliencia, el lenguaje agrícola y toda esa floritura discursiva de las instituciones culturales que solo recrea reuniones de zoom y charlas de café en las que se vierten ideas contemplativas bien pensadas, mejor formuladas, pero que generalmente no llevan a ninguna parte. En el mejor de los casos, conducen al punto anterior de partida. Por cierto, en una de las conferencias mañaneras recientes el presidente preguntó: “A ver, que es eso de la resilencia (sic), porque está de moda…” Sin comentarios...
Lo dicho, si queremos diseñar e implementar políticas culturales con impacto social, es necesario abandonar los elementos discursivos de la gastada resiliencia, que mucho daño han generado; exigir una mejor promoción por parte del Estado y una mayor intervención del mercado, sin miedo a emprender: sin miedo a hacer empresa con la promoción del arte y la cultura.    






sábado, 5 de diciembre de 2020

Nos mean, y Secretaría de Cultura dice que llueve. Carlos Lara G.

Nos mean, y Secretaría de Cultura dice que llueve 

Una de las primeras acciones del actual gobierno del presidente López Obrador fue lanzarse en contra de la sociedad organizada en asociaciones civiles. Acto seguido, desapareció los “etiquetados” que asignaban los diputados, pero no para democratizarlos, sino para etiquetarlos él mismo. Después, estancó el presupuesto, centralizó los apoyos, los recursos y no conforme con eso, disolvió instituciones e instrumentos financieros de apoyo al arte y la cultura. Ahora, retira el recurso a las entidades federativas e intenta desactivar a la comunidad artística que no hace más que solicitar sus pagos y hacer que cumplan lo prometido. La secretaria de cultura, Alejandra Frausto, contagiada por los arranques de idealismo del presidente, solo atina a decir “La cultura no ha parado”. 
Muchos nos preguntamos qué sucedió con los activos culturales que tenía la mal llamada izquierda mexicana. Parece ser que al incorporarse al servicio público fueron devorados por el oficinismo. Muchos no sabían llenar un recibo de honorarios, quizá esto explique los impagos y la falta de eficiencia en la ya de por sí burocrática y ahora arruinada administración. Algo vieron venir seguramente en esta panda de funcionarios gente como Laura Esquivel, primera en no aceptar la invitación a trabajar en este club de las ocurrencias; lo mismo Horacio Franco y Luis Mandoki. Mario Bellatin no se aguantó la comezón, quiso intentar y ya ven, quitarlo parece haber sido hasta ahora el único acierto de Alejandra Frausto. A dos años de todo esto, vemos un desastroso equipo sin rumbo ni dirección; un fracaso para una izquierda que se ufanaba de tener a lo más granado de este sector. Lo cierto es que deben dejar a los creadores ser creadores y echar mano de los servidores públicos más capaces, que los hay, esperando una oportunidad en el marco del servicio civil de carrera.
Estos dos años de salario emocional a la distancia, de precariedad, ocurrencias y desatinos en la Secretaría de Cultura son enmarcados de forma inmejorable por la ignorancia del vocero de la misma, quien señala que el apoyo a las instituciones estatales no es una obligación de la federación. Es vocero y no ha leído el artículo 4to constitucional, desconoce las facultades y obligaciones del Estado e ignora qué es un derecho prestacional. Atentar contra las asociaciones civiles en general y contra de la comunidad cultural en lo particular, mediante un vergonzoso chat que intenta desactivar su esencia y razón de ser, es atentar contra la libertad creativa establecida en el artículo 4º de la Constitución, contra el derecho de asociación previsto en el artículo 9º del mismo ordenamiento. Es pasar por alto el derecho al trabajo en los términos del artículo 5º. Es vulnerar el ejercicio de los derechos culturales que tanto trabajo ha costado desarrollar.
El pretendido cambio de régimen de la 4T ha resultado ser un vulgar cambio de funcionarios; dispuestos a implementar el populismo punitivo y la mediocridad como política pública. Adiestrados ya para de desincentivar la participación, para aplaudir los ataques y ofensas presidenciales a la sociedad civil organizada, a la libertad de expresión, a la libertad creativa y ahora también, la desactivación de la comunidad artística sin el menor recato. Nos mean, y nos dicen que llueve, solía decir Eduardo Galeano en relación a los medios. Aquí ocurre lo mismo pero desde el gobierno. Un gobierno culturalmente regresivo que tiene a un maniquí de cubre bocas artesanales en la Secretaría de Cultura.

domingo, 13 de septiembre de 2020

Cobra Kai. Un auténtico masaje de próstata. Carlos Lara G.



Un auténtico masaje de próstata

Carlos Lara G.

 

Cobra Kai es la historia de una rivalidad mítica. De esas que marcan en la vida y que algunos creen eternas. Realizada en un contexto en que la producción audiovisual ha probado con éxito desde hace algunas décadas la modificación de los arcos narrativos, pasa de ser la gastada historia de narración lineal con triángulo amoroso de por medio, a una gran secuela que sabe jugar bien, no solo los flas black, sino también con los detonantes emocionales de una historia legendaria ocurrida en un suburbio de Los Ángeles. Historia que iniciara con un protagonista disputando el amor de una chica y el aprendiendo las cualidades morales de una disciplina marcial. El antagonista, por su parte, disputaba un trofeo, el honor de otra disciplina y el amor de una chica. En ese orden.

En esta secuela seguimos viendo la enseñanza de las artes marciales como una filosofía de vida y como la combustión primaria del carácter, con pequeños grandes matices. La producción ha echado mano del retromárketing audiovisual, cuya onda expansiva llegó directo al olfato del vasto sector de la nostalgia; ese que hace más de treinta años hacía de la casa un dojo y disfrutaba viendo cómo la sabiduría y la templanza de un alumno y un maestro, se sobreponían a la rudeza y al ímpetu juvenil de los populares de la escuela. Hoy, quienes integramos ese nicho de mercado, nos relajamos en la comodidad de un sofá, dispuestos a recibir un auténtico masaje de próstata.

En esta secuela, el malentendido con una clienta es el  plot point que hace que Johnny Lawrence (William Zabka), abandonar su trabajo en una empresa de mantenimiento de casas. Este hecho lo lleva al encuentro con su vecino, y al mismo tiempo a considerar la reapertura del dojo Cobra Kai. La primera temporada está centrada en los traumas y la recapacitación de Johnny. La aparición de su personaje, un adultoscente emparedado entre la cerveza, el whisky y ese devaneo de padre intermitente con destellos de adultez, nos permite ver cómo se va desprendiendo de todo eso, en especial de su carácter rudo, como una serpiente en proceso de ecdisis, que va mudando de piel hasta adquirir la queratina necesaria, en este caso, hasta adquirir cierta nobleza; en oposición al estable pero malhumorado Daniel LaRusso (Ralp Macchio), quien es ya un próspero vendedor de autos del valle de Los Ángeles. En la segunda temporada aparecen las improntas de juventud, de la mano del desarrollo de sus respectivos hijos. Es aquí que vemos aparecer el paralelismo con Karate Kid (John G. Avildsen 1984). 

La humanización del personaje de Johnny, es quizá el detonante emocional más característico de la serie. En particular esa forma de querer hacer las cosas bien y cambiar las reglas del Cobra Kai, para unos algo decepcionante, en tanto que para otros resulta reconfortante, pero no pasa desapercibido en el diámetro de las emociones. Al final todos tendemos a la reconciliación después de una pelea. Aquí lo interesante es ver cómo la reencarnación de Mr Miyagi se da más en Johnny, casi proporcionalmente en la forma en que se aleja del propio LaRusso, a quien cuesta mantener el equilibrio. 

El triunfo de Miguel, alumno de John en el primer torneo de la serie es en realidad la derrota del propio John. El hecho es un acicate doloroso en su memoria muscular; otro gran detonante emocional. Renace entonces la rivalidad entre John y LaRusso, pero no sin regalarnos momentos entrañables que llegan a mostrarnos incluso su lado más humano. Nada como verles cantar en el interior de un auto deportivo a Reo Speedwagon, o sentados en un bar bebiendo un Martini con mucho hielo y una Coors. La tensión aumenta de nuevo con la aparición de John Kreese (Martin Kove), el ex sensei de Johnny, la pesadilla de la historia. Las cobras tienen muchas cualidades, una de ellas es su excelente visión nocturna y sentido del olfato, fundamental para la detección de sus presas. Su sentido del olfato se encuentra justo en la lengua. Así es como reaparece Kreese ante John en la historia.

La inclusión de chicas es otro de los aciertos, Mary Mouser y Payton List, quienes personifican a Samanta y Tory, respectivamente, no están ahí solo para recrear un triángulo amoroso, ni como apéndice de los protagonistas, sino en un papel más activos; como aprendices y combatientes. No tardan en impregnarse de la rivalidad que es el vehículo narrativo de la historia, potenciada exponencialmente por el sentido de pertenencia a un dojo.

En 1984 Karate Kid era una cinta novedosa en el universo de historias adolescentes en Estados Unidos. Comenzó siendo un drama juvenil más que una cinta de artes marciales, después fue mutando y teniendo más éxito por la combinación. Era una época en que varios directores trataban de dignificar la vida de los adolescente. Es el caso de John Hughes, quien sentó las bases del denominado teen comedy con su trilogía Dieciséis velas, El club de los cinco (que muchos recordarán como El club del desayuno) y Todo en un día, (traducida al español como Un experto en diversiones). Historias que no desembocaban en el sexo, donde la preocupación principal de los jóvenes no era esa, porque Hughes los presentaba, quizá por primera vez, como seres humanos, sensibles y con un pensamiento propio. Además, no centraba su mirada en los personajes populares de los ambientes estudiantiles, sino en los desconocidos y marginados, esos que dan vida hoy a Cobra Kai. Véase el trabajo de Jacob Bertrand, por ejemplo, quien interpreta a Eli Moskowitz, es toda una revelación.

A manera de conclusión, destaco lo siguiente. En las líneas finas de la historia vemos a un Johny dispuesto a ser una serpiente, ya no una cobra. Es decir, un subgénero del reino animal. Ya sin veneno, renunciando a la capacidad de estrangular e incorporando a las reglas del Cobra Kai la posibilidad de reptar en lugar de “golpear primero, golpear duro y sin piedad”. Johny es una serpiente que ha cambiado de piel. Todo lo anterior, en oposición a su ex sensei John Kreese, una verdadera cobra; un tipo de serpiente superior que tiene entre sus cualidades la de poseer un veneno neurotóxico muy poderoso. Se alimenta de otras serpientes y reptiles; es dueña de una memoria privilegiada capaz de distinguir a quien le haya atrapado y utilizar el recuerdo para perseguir y cobrar venganza: Esa es justo la atmósfera narrativa que vemos en la escena final de esta segunda temporada.

Como sabemos Cobra Kai fue adquirida por Netflix, de la misma manera que este marcateniente compró La Casa de Papel, es decir, cuando ya era un éxito probado. Lo hizo para producir las siguientes  temporadas. En lo personal, solo espero que no la vayan a cagar como hicieron con Casa de Papel; que sigamos viendo grandes detonantes emocionales, la humanización de los personajes y lo mejor de esa rivalidad que ha hecho historia. Sin dejar de ver en Johnny y LaRusso a dos personajes entrañables, de esos que dan ganas de pagarles las copas en un bar. Y si llegan a cagarla, me conformaré con ver la encantadora sonrisa de Elizabeth Shue, que ya ha sido anunciada.