El término resiliencia, como muchos seguramente saben, es propio del campo de la epidemiología social. Con el tiempo, fue abrazado con especial ahínco por la física y más recientemente llevado por diversos especialistas a las área de la psicología y las relaciones humanas. Su cualidad más reconocida es esa de resistir. Creo que es precisamente esa idea de resistencia la que imantó la atención de algunos gestores y promotores culturales para sugerir su adopción en el ámbito del arte y la cultura, y más particularmente al de la cultura comunitaria mediante la denominada Gestión Cultural. Lo hicieron asumiéndola generalmente a partir de la gastada definición de conjunto de procesos socioculturales e intrafísicos que pueden generar una vida sana en un medio insano.
Hace un par de años tuve la oportunidad de conocer al mercadólogo francoamericano Clotaire Rapaille, estuve en una de sus intensas dinámicas de grupo en la Ciudad de México. Clotaire es especialista en arquetipos culturales, creatividad e innovación, ha escrito diversos libros y ensayos a lo largo de su vida en los que analiza y explota el código cultural de determinadas culturas en el desarrollo de bienes y servicios comerciales. En una de sus obras más recientes, El verbo de las culturas, identifica esa marca verbal que suele definir a los habitantes de cada país. A partir de esta identificación sostiene, por ejemplo, que el verbo de la cultura alemana es obedecer; que dentro de su objetivo como cultura esta el orden y la planeación. Asimismo, que el orden, la disciplina, los sistemas, la inteligencia y la búsqueda permanente de la perfección (ingeniería), son parte de su complejo de superioridad. En tanto que el verbo de la cultura estadounidense es hacer y el de los franceses pensar. En efecto, para estos es más importante pensar que hacer. En América Latina el verbo de la cultura colombiana, según Clotaire, es vivir (su música es prueba de ello), en tanto que el de la cultura argentina es ser soberbio (Maradona nos lo recordó). En el caso mexicano identifica tres verbos: sufrir, sobrevivir y aguantar. En ese orden, siendo el último de estos el verbo más representativo de nuestra cultura. Esto explica muchas cosas.
Ahora bien, ¿Por qué sostengo que la resiliencia es una suerte de sofisma en el campo de las políticas culturales? Por la razón de que llevamos décadas escuchando, leyendo y comentando ese estribillo verbal ya casi algorítmico, de la resiliencia como resistencia, aguante y capacidad para seguir adelante regenerando el también desgastado tejido social (otro estribillo). Haciendo comunidad (uno más), sin recursos, y por ende, sin resultados. Sin infraestructura, con una escasa participación del mercado, un reducido apoyo de mecenas y mecanismos de patrocinazgo, así como un nulo acompañamiento del Estado para abrir mercado. Así las cosas solo queda la familia y el sacrificio personal, eso sí, con un alto salario emocional. ¿Quieren ver casos de éxito de otras comunidades que han sido más inteligentes en el desarrollo de sus respectivos temas? Vean la historia del desarrollo del derecho de acceso a la información (que inició dos años después que el derecho a la cultura) , o bien, el tema de género en las políticas públicas.
Recientemente, el medievalista Martín Ríos Saloma, entrevistado por la periodista Mónica Mateos Vega para el diario La Jornada, señalaba la resiliencia como la principal enseñanza que nos han dejado las pandemias. Que las sociedades han demostrado que se saben coordinar para enfrentar esos males. El especialista reflexiona acerca de las consecuencias y cambios que se derivan de crisis sanitarias mundiales, como esta del Covid-19. Sostiene que la principal enseñanza que las pandemias dejan en una sociedad es la capacidad de resiliencia para enfrentar esas tragedias, y una de las grandes herramientas es la esperanza, la cual tiene que ver con la idea de que “así como sobrevivió una parte importante de la población en el pasado, así vamos a sobrevivir nosotros. Por tanto, bajo su punto de vista, es la sensación de esperanza la que nos tiene que motivar a construir entre todos una sociedad más justa, equitativa, solidaria y respetuosa con el medio ambiente, y evitar las grandes desigualdades sociales que esta pandemia ha mostrado. Lo cual quiere decir que, desde la visión clásica del término resiliencia, después de la pandemia, volveremos a recobrar la esperanza. Sin embargo, si vamos más allá del término clásico, que solo nos instala de regreso al mismo sitio, podríamos en verdad construir una sociedad más justa. Esta me parece la forma más apropiada en que debieramos concebir el término; asumiéndola como una capacidad humana para enfrentar una determinada situación adversa y salir fortalecido por la experiencia que nos dejó. Como capacidad de voluntad y superación que nos aleje lo más posible de la visión medianera y conformista que tiende a situar a la comunidad cultural siempre en el mismo auditorio, para escuchar el mismo discurso, pues es también como se justifica la mediocridad gubernamental.
En lo personal, considero que debemos ser capaces ya, de superar esa suerte de glosario emocional que nos han implantado por décadas para referirnos a conceptos que han venido quedando huecos y ya nada representan, porque no van acompañados de acciones, sino de emociones. Hay una gran cantidad de gestores que creen que el tejido social, el lazo social y la cohesión social, se restauran con alitas de mariposa. La creación de comunidades está muy bien, pero ¿para qué? Para hablar de universos posibles, resiliencia, gobernanza. No hay mejor teoría que una buena práctica.
En ese contexto, el gestor cultural más osado en una pandemia logra hacer cubre bocas de diseño independiente, ecológico, sostenible, biodegradable e inclusivo, pero sin mercado donde colocarlo. Porque solo pensó en cómo iba a recrear la identidad cultural de quienes lo portaran y lo colorido que se vería circulando por las redes sociales. Peor aún, sin autoridades que le abran paso a sus creaciones. Por eso sostengo que hoy el Embajador estadounidense Cristopher Landau, y la empresa Amazon, hacen más que la Secretaría de Cultura y Fonart juntos, en el desarrollo del Arte Popular Mexicano.
A estas alturas ya deberíamos saber que la comunidad cultural no es resiliente. Bajo la máxima de Jesús Reyes Heroles: “Lo que resiste apoya”, el sector cultural resiste, apoya, ayuda e impulsa a otras comunidades y sectores a superar su adversidad, pero este sector en sí, no supera nada, vuelve al estado en que estaba antes de cada crisis. La historia nos dice que la cultura es un sector al que suele recurrir el gobierno cuando hay una crisis social, política, económica y ahora también sanitaria. Es como el perro de pueblo, al que sacan al frente de la casa cuando sienten la amenaza de algún forastero, y lo encierran en el patio trasero cuando vienen las visitas. Suelen ponerla al frente de cualquier amenaza a la soberanía para detonar el patrioterismo de clóset, de cara, por ejemplo, a las ocurrencias del Presidente y su esposa, sobre el Penacho de Moctezuma o el pretendido préstamo de códices, pero la esconden en el patio trasero cuando viene la discusión del presupuesto o la firma de un tratado comercial como el TMEC, un tratado que demostró lo farsante que es la autodenominada izquierda gobernante, que hizo creer a sus seguidores en otra torpe ocurrencia, esa de “sacar la cultura de los tratados comerciales”.
Así las cosas, la pandemia que vivimos a causa del Covid, aunada al desenfrenado desarrollo tecnológico, a la crisis económica y la tensión creciente entre un mundo que no termina de morir y otro que no termina de nacer, como diría David Konsevik, nos deben llevar a superar la antropologizada visión de la resiliencia, el lenguaje agrícola y toda esa floritura discursiva de las instituciones culturales que solo recrea reuniones de zoom y charlas de café en las que se vierten ideas contemplativas bien pensadas, mejor formuladas, pero que generalmente no llevan a ninguna parte. En el mejor de los casos, conducen al punto anterior de partida. Por cierto, en una de las conferencias mañaneras recientes el presidente preguntó: “A ver, que es eso de la resilencia (sic), porque está de moda…” Sin comentarios...
Lo dicho, si queremos diseñar e implementar políticas culturales con impacto social, es necesario abandonar los elementos discursivos de la gastada resiliencia, que mucho daño han generado; exigir una mejor promoción por parte del Estado y una mayor intervención del mercado, sin miedo a emprender: sin miedo a hacer empresa con la promoción del arte y la cultura.
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