lunes, 1 de junio de 2020

¿Para qué subir el piso si podemos bajar el techo? La mediocridad como política pública. Carlos Lara G.

Para qué pensar en ir al espacio, si vamos a tener un tren, para qué pensar en energías limpias, mejor el carbón, así ingresamos a los records destructivos del populismos continental; para qué impulsar una economía creativa, en la que somos líderes en América Latina, si podemos implementar una economía moral para acomplejados, para qué universidades con estándares de calidad si podemos tenerlas con estudiantes felices sin exámenes ni eficiencia terminal; para qué seguir midiendo el PIB si podemos medir la felicidad, para qué guiarnos por el estado de derecho, si podemos hacerlo con el estado de ánimo. Para qué invertir en ciencia y tecnología, si tenemos trapiches, bombas de mecate, carbón, elotes, piña de miel y petróleo. En síntesis: Para qué subir el piso, si podemos bajar el techo. 
En abril del año pasado, el mexicano Edmundo Gómez Moreno, estudiante de ingeniería, realizaba una estancia en la NASA, estancia que decidió abandonar para perseguir su verdadero sueño: hacer cumbias (Cada quien su sueño). Sí, con 28 años de edad y una formación musicial adquirida en el coro de la iglesia de su barrio, este joven promesa oriundo del Estado de México, dejó un prometedor camino dentro de su carrera para ser cumbianchero. Medianamente conocido en YouTube como “Raymix” tiene en su haber una cumbia viral que le ha dado un premio Billboard en la categoría de Canción Regional Mexicana, con el tema “Oye mujer”. No sé ustedes, pero hasta el momento, no conocía un caso tan alarmante de baja audioestima. Ahora, creo que a la NASA se abandona con algo más original, no sé, algo así como: En realidad, siento que la agencia me exige más de lo que me ofrece… ¿A que suena chingón? Pues nada, perdió la oportunidad de ser el primer cumbianchero en llegar cantando a Marte y tener su nombre en alguna calle del país, como lo tiene la perrita Laika, de hecho, y sin ser mexicana. Imaginen a Edmundo cantando una canción al planeta rojo. Pues nada, Dios te bendiga Raymix. La NASA siempre estará ahí, por si cambias de opinión. Lo sé, perdimos un talento de la ingeniería espacial, pero ganamos un cumbianchero. Andamos escasos en eso. Pasemos de esta anécdota coyuntural, al problema estructural. Mientras Estados Unidos lanza una nave espacial por todo lo alto, México da el banderazo a la construcción... de un tren. Sí, de un tren. La diferencia entre estos dos proyectos de nación, radica en que el gobierno estadounidense entiende bien la función que desempeña el empresariado en una misión de esta naturaleza, en tanto que el empresariado entiende también el papel del mandatario en el regreso de Estados Unidos a la carrera espacial. En México no, aquí el presidente y su gabinete impulsan la política pública del rencor en contra del empresariado. Por lo que crean sus propios indicadores, sus propios datos, sus propias empresas, sus propias licitaciones (directas) y sus propios beneficiarios. Es más, sus propios científicos y sus propias cifras, unas para que el pueblo debe seguir quedándose en casa y otras para que el presidente salga a hacer campaña. Duro golpe para quienes han defendido, tanto los títulos de los médicos especialistas como sus cifras.  
México tiene un gobierno de vapor en pleno siglo XXI, si consideramos el dato del conservador y vituperado diario Reforma: La nave de SpaceX que acaba de lanzar Estados Unidos le tomará 19 horas llegar a la Estación Espacial Internacional, más o menos lo mismo que el presidente López Obrador tardará en ir de la CDMX a Cancún... en auto.
En 2006 la escritora Elena Poniatowska presentó lo que según ella y la pléyade de intelectuales de izquierda de chaqueta de pana con coderas, consideraban era un programa cultural para el ahora presidente. Aquel intento de propuesta, publicado en el semanario Proceso, era en realidad una oda al petróleo y al elote. Hoy están viendo su sueño hecho realidad.
El problema del populismo mediocre y acomplejado de la Cuarta Transformación, no es la bisoñez de sus operadores, sino su política pública de bajar el techo en lugar de subir el piso. A este paso, habrá toda una generación que crea que hemos subido un peldaño en la carreta espacial, al pasar de crédulos espectadores de una Agencia Espacial Mexicana, a diseñadores de trajes de astronauta. Por cierto, felicidades el emprendedor mexicano José Fernández por otro más de sus éxitos. Su talento y osadía le han permitido rebasar la barrera de la ciencia ficción y llegar al espacio. Espero que en México los trapiches, las bombas de mecate, el carbón, los elotes, la piña de miel, o ya de plano la música de Edmundo Gómez Moreno, mejor conocido como “Raymix” desde que renunció a la NASA, generen, si no bienestar, por lo menos algo de felicidad... a través de la cumbia

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