Día del gestor cultural, vale
cultura, tarjeta rosa, economía naranja y otras ingeniosidades
Carlos Lara G.
Por más de dos décadas he visitado las diversas capitales del país y sus aún más diversas comunidades, gracias a la
cultura. Me siento afortunado por ello. Cursos, seminarios, talleres, debates, foros, presentaciones
de libros, mesas redondas etc. Analizando, debatiendo y dando más vueltas que forma a las bases, líneas,
teorías y fundamentos de la denominada gestión cultural, y no dejo de constatar
dos cosas. Por un lado el gran entusiasmo que despierta esta práctica (quisiera
decir profesión pero aún no lo es), y por el otro, la poca especialización en
la gran mayoría de campos que abraza, a saber, diseño e implementación de
políticas culturales, legislación cultural, economía creativa, gestión de
recursos, patrimonio cultural, turismo cultural, programación de festivales,
marketing y emprendurismo cultural etc. Sin embargo, contagiados quizá por la
buenaondez que generan los actos fundacionales del revisionismo perspectivista que
estamos viviendo en las redes socioculturales, no acabamos de dar forma a la
profesionalización, cuando vemos propuestas como esa del primer encuentro de
gestoras culturales (no imagino una gestión cultural con perspectiva de género,
pero sí a lo mejor un debate entre la pertinencia de la Tarjeta Rosa en lugar
del Vale Cultura). Y qué decir de la idea de tener un día dedicado al gestor
cultural. Bueno pues antes de que alguien proponga que sea de los gestores y
las gestoras, comparto tres reflexiones.
Primera. Creo que
debemos comenzar siendo, por lo menos, más auténticos en esta práctica, para
poder ser más profesionales. Lo digo porque las ansias de visibilidad hacen
parecer al gestor cultural como legislador de los de ahora, de esos que
legislan revisando las notas periodísticas cada mañana, para ver qué
iniciativas presentan. Por tanto, tenemos legisladores y gestores culturales de
ocasión, compradores de todo lo que aparece en los medios y las redes
socioculturales. La economía naranja, por ejemplo, tan de moda en el BID y en
Colombia, en este país, debido, entre otras cosas, a que su actual presidente
escribió un artículo en un libro sobre el tema. En México hay colegas que quieren
adoptarla casi como la tarjeta rosa, sin detenerse a pensar que en nuestro país,
esa economía para la cual eligieron el segundo color del espectro solar, se
llama “empresas culturales”, así está establecida en la Ley de la micro,
pequeña y mediana empresa, y son empresas que deben tener un régimen especial y
muchas otras cosas más, pero partiendo de esta base. Es así como en la reflexión
académica, en los foros de gestores y promotores culturales, así como entre los
abajofirmantes y mesaredonderos de la cultura, se adoptan estas tendencias sin
contextualizarlas a nuestra realidad cultural, jurídica y fiscal. Así nos han
venido de Colombia pues, con la ciudadanización de la cultura, la movilidad y
ahora la economía naranja, de España con las industrias sin chimenea y el peso
en taquilla para el cine; de Estados Unidos con las industrias del
entretenimiento, de otras partes del mundo con las industrias culturales y de
la Unesco con la economía creativa. De Francia nos vinieron en su momento con
el mítico 1% a cultura, la excepción cultural y la ley de mecenazgo; de Brasil
con el Vale Cultura y la Acupuntura Antropológica, y más recientemente de
Argentina con el día del gestor cultural. Se olvida aquí lo que bien advierte
el maestro Alfons Martinell: las políticas culturales son contextuales. Se
olvida también que el pensamiento mágico está peleado con la técnica jurídica y
las disposiciones fiscales, y se hace creer a la gente que existen derechos
como el derecho a la movilidad (en todo caso lo es el derecho al libre
tránsito), y de este falso derecho desprenden otros como el derecho a la
ciudad. Solo diré que el Vale Cultura quedó como quedó en la Ley General de
Cultura y Derechos Culturales, debido a una ocurrencia y al desconocimiento de
nuestro contexto. Por ello, creo que es mejor comenzar a llamar las cosas por
su nombre y entender las tendencias señaladas en su contexto cultural, en su
marco normativo y a partir del régimen fiscal establecido en cada país. Tarea
de gestores culturales.
Segunda reflexión. La
afición a todo y la especialidad en nada concreto que caracteriza a la mayoría de
los denominados gestores culturales, incluso a los químicamente puros, que han
estudiado la licenciatura y la maestría en gestión, afecta a la práctica misma,
puesto que solo beneficia a los empleadores de una serie de servicios
relacionados con la cultura, así, en lo general. Al no haber profesionalización
en las diversas áreas de la gestión cultural, no solo no se reconoce como
profesión, sino que se abarata el trabajo y el talento de los agentes
culturales, en particular el de quienes se esfuerzan por dominar y desarrollar un
tema en específico, porque siempre habrá un pocholo dispuesto a cobrar menos, y
un empleador llamado a ofrecer menos aún. El problema que veo, es que en lugar
de contribuir a apuntalar esta práctica mediante la profesionalización, el
gestor cultural tiende a hacer lo mismo que el artista que opta por el arteobjeto
o la instalación y se dice artista, pero no sabe dibujar un dorso o unas manos
desde lo figurativo.
Tercera reflexión. Hasta
donde sé, Jalisco fue el primer estado donde se constituyó un Colegio de
Gestores Culturales, un esfuerzo derivado de la maestría en Gestión y
Desarrollo Cultural de la Universidad de Guadalajara, una de las mejores del
país en su género, de las primeras en formar gestores culturales químicamente
puros, y que este año va por la octava generación. La Universidad de Sonora es
sede también de un colegio denominado Colegio Mexicano de Gestión Cultural A.
C. Pues bien, el problema es que no desarrollan la actividad sustancial de la
colegiación que es, entre otras, la especialización a través de la actualización
y certificación del conocimiento, en las áreas sustantivas que componen este
vasto universo llamado gestión cultural. Conozco más el primer esfuerzo, el del
colegio impulsado por la maestría en Gestión y Desarrollo Cultural de la
Universidad de Guadalajara, he sido parte de esta maestría como profesor de la
materia política y legislación cultural. Es una maestría y un Colegio en los
que cifro la esperanza de poder desarrollar la gestión cultural como una
profesión, entre otras cosas porque cuenta con el respaldo de la Universidad de
Guadalajara, universidad que ha desarrollado un Modelo de Gestión Cultural
Parauniversitario, que es referente nacional e internacional, en cuyos eventos se
han involucrado estratégicamente los egresados de esta maestría.
Creo que el 3er. Encuentro
Nacional de Gestión Cultural, celebrado este año en la ciudad de Mérida, bajo
el título “Aportes de la acción cultural a la Agenda 2030 del desarrollo
sostenible”, era una oportunidad para poner en el centro del análisis la profesionalización,
como aportación a este horizonte estratégico, en lugar de seguir confeccionando
una vitrina interminable de experiencias desde lo local, lo comunitario, lo regional,
lo universitario, lo nacional, lo global…Y lo mismo para los observatorios, conversatorios,
las redes de gestores culturales universitarios, independientes, gubernamentales,
infantiles, juveniles, bioculturales, veganos etc. Pues nada, que se echa en
falta el gestor cultural profesional. Insisto, es necesario apostar por la
colegiación e iniciar por la formación antes que por la afición, la formación en
competencias profesionales y mediáticas, de lo contrario seguiremos teniendo
aficionados a todo y especialistas en nada. Quienes me conocen, saben que no es mi estilo
tratar de endulzar el oído de nadie, no ando en busca de cursos, ni materias, ni
alumnos, ni seguidores de Facebook. Digo las cosas como las veo y puedo estar
equivocado. Sigo viendo porristas mentales que desde la gestión dicen a los
gestores ¡Venga chicos vamos bien, sigamos construyendo universos simbólicos,
tejidos sociales, ciudadanías pluriétnicas, nociones de comunidad, diálogos
interculturales…Lo cual está muy bien, pero deberían también motivarles a la
profesionalización, porque esa misma falta de experiencia y profesionalización
que exigimos en los legisladores y en el funcionariado cultural del país, es la
misma que falta en los denominados gestores culturales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario