viernes, 30 de marzo de 2018

El salario emocional de la cultura y la canasta básica de consumo aspiracional. Carlos Lara G. 2da. de tres partes

Tres maneras distintas de hace gestión y promoción cultural

Decía en la entrega anterior que a lo largo de 20 años he conocido gestores culturales con diferentes características y formas de hacer gestión y promoción cultural. Para efectos de mi observación, antropologizados, ofimáticos e hipermediáticos. Pareciera una clasificación cortazariana pero nada más lejos de ello. Los primeros suelen ser los que más aman esta profesión en ciernes. Su visión antropológica (autodidacta o académica), les ha engendrado sobre la marcha un porfiado amor a la cultura. Suelen centrarse en una línea de investigación y defender a toda costa el patrimonio cultural en todas sus manifestaciones; son generalmente poco abiertos al análisis emergente de nuevas visiones, disciplinas o corrientes de pensamiento; y casi incapaces de iniciar un proyecto sin antes definir qué es cultura.
Los ofimáticos, suelen ser agentes que optaron por estudiar una especialidad en gestión cultural como primera carrera o como complemento de una licenciatura trunca. Tienen grandes habilidades, entre las que destacan un dominio preciso de todo tipo de herramientas de oficina, incluso mediáticas, lo que les permite realizar su trabajo con mayor alcance y visibilidad. Un café Internet puede ser la mejor de las oficinas para elaborar, impulsar, presentar, promover, defender y dar seguimiento a sus ideas y proyectos. Los hipermediáticos por su parte, suelen llevar a cabo sus actividades desde y a través de las nuevas tecnologías de la información, utilizando técnicas performativas. Tienen un concepto más amplio de cultura y gustan de intervenir el espacio público, su escenario natural. Es lo más cercano a un prosumidor, es menos teórico y generalmente, el que logra hacer empresa empleando otras técnicas y disciplinas.
Por supuesto que estas descripciones no son hipótesis probadas, ni mucho menos artículo de fe, pero me ayudan a entender las diversas formas y motivaciones que tienen estos agentes culturales para trabajar en el ámbito cultural por un salario emocional.

La canasta básica de consumo aspiracional y el salario emocional de la cultura

Año con año veo generaciones de gestores y promotores de la cultura deseosos por incrustar en lo que llaman “lo cultural”. Plantean cosas tan nobles y generales como formar públicos, reparar el tejido social, generar comunidad, disminuir la violencia, impulsar el desarrollo a través del arte y la cultura… ¿Desde dónde? no importa ¿Cobrando? importa menos, vamos, ni se lo plantean. Quieren formar parte de algo, de un proyecto, les atrae la idea de lo colectivo: desean ver su nombre bien puesto. No es de extrañar que la mayoría de las veces que preguntas qué están haciendo, la respuesta es la de “estoy en un proyecto…” Lo hacen desde la improvisación, poniendo en común su experiencia, su reflexión académica, movidos por la desesperación que genera ver un país mal gobernado, cuando no torpe corrupto, que no ofrece opciones de futuro, pero pocas, muy pocas veces, lo hacen con la mirada puesta en un beneficio personal. Es el salario emocional lo que les mueve. Venden a gobierno o trabajan con fondos del mismo, al seno de un colectivo, al seno de una Asociación Civil…Insisto, pocas profesiones como esta, con pasión verdadera por incidir en el mejoramiento social y cultural de las personas y las comunidades.
Ahora bien, si consideramos que estos agentes culturales requiere estar al día con las nuevas tecnologías, necesitan por lo menos la mitad de los productos que integran la Canasta básica de consumo aspiracional, de la que habla el economista Ernesto Piedras: Internet, Smartphone, Pantalla, Tv de paga…podríamos agregar aplicaciones, algún plan de telefonía, programas... El salario emocional no da para todo esto. ¿Y qué decir de la capacitación continua? En esto sí que están al día, ya sea mediante financiamiento del gobierno, a invitación de algún colectivo, pagando de su propio bolsillo o bien, desde tutoriales especializados on line. Es quizá lo más gratificante, estar al día, contar con un espacio que les haga sentirse acompañados, poder externar y verbalizar ideas, experiecnias y proyectos entre pares.
Durante un tiempo trabajé para la Secretaría de Educación Pública, en el área de negociación SEP-SNTE. Conocí el ambiente laboral y sindical de una de las secretarías de las que el país pudiera esperar mucho, pero la decepción fue proporcional a su gran tamaño. En una ocasión pregunté a una jefa de departamento por qué se inscribía cada año al mismo curso. Me dijo que le gustaba mucho el tema. En el sector cultural pasa tres cuartos de lo mismo. Los temas gustan mucho. Solicitan cursos por esa razón, o bien porque deben capacitarse un determinado número de horas al año o tienen un recurso aprobado que no quieren perder. Creo que la emocionalidad, la necesidad de tener espacios comunes para la discusión y la acumulación de títulos, no permite ver la formación académica, la inversión gubernamental en capacitación y el desarrollo de la formación en competencias, como actividades progresivas en la gestión y promoción de la cultura. Por esa razón, en ocasiones da la sensación que estamos en una especie de club de elogios mutuos, medianamente feliz con su salario emocional, en la que el salario económico no da para la mitad de los bienes que componen la canasta básica de consumo aspiracional.

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