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lunes, 30 de marzo de 2015

El arte y la cultura en estado digital

Uno de los primeros teóricos que leí sobre la producción simbólica en la sociología del arte no fue propiamente Juan Acha, sino Néstor García Canclini -en su vertiente sociológica-, en particular sus reflexiones en torno a la teoría y método en la sociología del arte, su producción y fronteras. Años después revisé trabajos como los del teórico Yves Michaud y su teoría del Arte en estado gaseoso, en la que hace una pequeña etnografía del arte contemporáneo y el lugar que ocupa la estética en la actualidad. Más tarde, analizaría el polémico ensayo del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, quien problematizó el arte en su estado líquido, polémico por referirse una vez más a la dinámica de consumo de nuestros días, que exige siempre nuevas cosas y genera, en consecuencia, un constante derroche y un fluir de desperdicios. Una dinámica en la que el cambio, como bien señala, ya no es más un  tránsito hacia un nuevo orden, sino una condición permanente de algo que carece de orden y donde la flecha del tiempo, ya no tiene punta. Recientemente, leí el sugerente trabajo del sociólogo francés Frederic Martel, quien parece ser que ha dado, bajo mi punto de vista, la estocada final tanto al arte como a la cultura, a partir del análisis que hace de su estado digital. Tanto el estado gaseoso, como el estado líquido y el digital del arte en particular y de la cultura en general, son bastante discutibles, por el solo hecho de abrazar aportaciones valiosas en la evolución-involución de este ámbito. 
El estado digital del arte y la cultura ha configurado un nuevo modelo económico, que si bien no está supeditado a las ventas digitales en relación a las análogas, sí representa un cambio determinante que tiene su origen en las suscripciones y el streaming ilimitado que ha dejado fuera del mercado al CD y al DVD, y lo mismo está haciendo con las descarga de contenidos. Un cambio que exige concebir Internet dentro de este estado digital, no como una herramienta de distribución, sino como el espacio de producción de una nueva cultura, una cultura que está dejando de ser solo productos para convertirse cada vez más en servicios. Un estado en el que, como bien apunta Martel, la recomendación sustituye al periodismo cultural de la misma forma que la suscripción a la carta sustituye a la venta de productos culturales. En el que los algoritmos cada vez más potentes, hacen que Internet sea cada vez más un medio para relocalizarse y participar en la conversación local con usuarios y prosumidores potenciales, más que con el eventual turista, por ejemplo.
La transformación de los productos culturales en servicios, flujos y suscripciones, es parte de lo que nos lleva a valorar la cultura en general desde una visión apocalíptica como la que hace el escritor Mario Vargas Llosa en su ensayo sobre la civilización del espectáculo. En efecto, por una parte asistimos a una evolución importante en el consumo cultural de los prosumidores de hoy, a partir de la digitalización de los contenidos; por la otra, a una involución en su formación, debido a que, como bien señala el Nobel de literatura, la cultura ya no es esa especie de conciencia que impedía dar la espalda a la realidad. Ya no es un estimulante, sino un relajante, en términos de Bauman.   
La música, la literatura y el arte mismo, por ejemplo, ya no son objetos que uno posee, sino algo a lo que se tiene acceso móvil que se puede disfrutar desde cualquier dispositivo a partir de una suscripción general. En la actualidad los ciudadanos, usuarios y prosumidores, en lugar de apropiarse de los bienes y servicios culturales con una actitud de acumulación burguesa, se dan por bien servidos con tener acceso a estos. Es la suscripción, en este sentido que apunta Martel, y ya no la propiedad, lo que estaría configurando el futuro de la cultura. La pregunta, considerando que el estado digital del arte y la cultura es irreversible, no es si Internet cambiará la cultura como la conocemos, sino cómo cambiará y qué quedará de esa jerarquía cultural que conocíamos.

 

 

jueves, 26 de febrero de 2015

Un nuevo modelo de promoción cultural basado en el contagio y el dirigismo corporativo

Un nuevo modelo de promoción cultural basado en el contagio y el dirigismo corporativo

En una reciente entrevista con la revista de publirreportajes "Quién", el presidente del Patronato del Museo Tamayo, David Cohen Sitton fue presentado como “el hombre detrás del éxito de la exposición de Yayoi Kusama” titulada "Obsesión infinita". La revista le dio la portada y 12 largas páginas a quien por cierto es también integrante de su Consejo Editorial. En fin, un descaro editorial propio de este tipo de publicaciones. Lo ensalza como el modelo de promoción cultural por las 335 mil visitantes que generó en el citado museo, y que si nos descuidamos, el CONACULTA y el INBA fueron meros espectadores del trabajo de este nuevo Quijote de la promoción cultural. Dichas instituciones refutaron ya a Cohen su pedante actitud.
Un grupo de colegas y yo expresamos lo que pensamos al respecto a través de Facebook. Para unos es indignante la forma en que la revista y el adonis de la portada dejan de lado a las instituciones; otros, reconociendo que faltó humildad ven en este tipo de acciones una nueva forma de gestión cultural, basada en esa asociación público-privada…Para quien esto escribe, estamos ante el modelo del patrocinador empresarial Chico Pardo y compañía, que podríamos denominar Modelo de Contagio Cultural Pabloviano, que cuenta con el apoyo de revistas como estas, de la banalidad y la cursilería que tratan siempre de vender arte e ingenio donde arte e ingenio no hay. Ahora bien, es verdad que la exposición, a la que por cierto asistí por invitación de las tiendas Elektra (parte del modelo al que hago referencia), tuvo éxito porque en la actualidad la mayoría de la gente acude a los museos, más por el contagio cultural que genera la publicación del estatus en sus redes sociales, que por las invitaciones que hacen las instituciones.
Cuestiono el tipo y la forma en que estas revistas buscan incidir, inducir y plasmar ideas con un irresponsable aligeramiento efectista basado en el publirreportaje pagado. Respecto a las visitas corporativas que impulsa este nuevo modelo de promoción cultural, considero que es un buen ejercicio de iniciación para el público, pero me niego a aceptarlo como lo impulsa la citada revista como el canon de medición del consumo cultural actual. Por revistas como estas, del género del "famoseo", tenemos como virtuosos al flautista Horacio Franco y a la directora Alondra de la Parra...Podrían ser de verdad muy virtuosos si se dedicaran menos a hacerse famosos. Las alfombras rojas achatan el talento, es el caso del flautista.
Me dice un colega a través del chat que los fundadores de Museo Tamayo supieron granjearse el apoyo de importantes empresas y empresarios, por lo que vería incongruente que afloraran ahora los celos de Estado. Estoy de acuerdo, pero solo a condición de aceptar que todo ha cambiado; que ya no existe el mal llamado mecenazgo, que por cierto en México fue siempre corporativo. Hoy tenemos un patrocinazgo y los patronos son gente como Carlos Hank Rhon, quien tiene en el Museo Tamayo la sala 1 con su nombre.