de la posesión al acceso
Carlos Lara G.
El libro como bien cultural y servicio de acceso a la
cultura
El libro
impreso, como aún lo conocemos, ha sido durante siglos la base de la cultura,
por lo menos desde la denominada Galaxia Gutenberg. En las últimas décadas del
siglo pasado, en la denominada Galaxia McLuhan, fue un importante difusor de
ideas y base central de la educación formal. En la actualidad, en esta segunda
década del siglo XXI, enmarcado en la Galaxia Microsoft, ha pasado de ser un
bien cultural, a un servicio de acceso; una suerte de moneda social de venta
algorítmica mediante aplicaciones, que pasa de la obra al texto y de este al
hipertexto, una transición marcada por la desvaloración del trabajo escrito,
característico de ese emocionante paso de lo narrativo a lo visual y de lo
visual a las plataformas multimedias propias de nuestra cultura actual, una
cultura de masas personalizada. Lo anterior nos convierte en una suerte de
prosumidores en movimiento que se mueve en una cultura red, misma que se erige
en una cultura de autoría donde, una cultura en la que, como diría Emmanuel
Carballo suele haber más escritores que lectores.
Visto así,
desde el ámbito de la industria editorial y del comercio de bienes y servicios
culturales, el libro enfrenta diversas batallas, una de ellas, se da constantemente
al seno de organismos como la UNESCO, que concibe al libro como un bien
cultural, en oposición a la Organización Mundial del Comercio, para quien un
libro es un producto más en el mercado. Como sabemos, México forma parte de los
países que han optado por el modelo continental, partidario de las políticas
fomento e impulso al libro y la lectura; contrario al modelo anglosajón,
promotor del libre mercado, la oferta y la demanda.
Fue en este
marco de discusión que en nuestro país el entonces presidente Calderón levantó
el veto impuesto por su antecesor a la nueva ley del libro, veto impuesto por
el denominado Precio Único, una medida de fomento que el equipo de Vicente Fox
de la Comisión Federal de Comercio, vio como contraía a las reglas de mercado.
Sin embargo, un par de años más tarde la Suprema Corte de Justicia de la Nación
la declaró constitucional. Ganó así el argumento de que el Precio Único
garantiza una competencia justa en el terreno del servicio, que permite entre
otras cosas, la existencia de pequeñas librerías, y no una competencia en el
terreno de la oferta, donde solo se ven beneficiadas las franquicias y
establecimientos que no viven de la venta de libros. Por tanto, el criterio de
la Corte fomenta la bibliodiversidad, el diseño e implementación de políticas
culturales en torno al libro y la lectura.
El almacenamiento como negocio en la era de la
datósfera
Vivimos
también una digitalización de contenidos en la que, la mayoría
de las veces más es menos. Donde ya no es necesario apropiarse de esos objetos
culturales llamados libros con aquella actitud burguesa de antaño, como afirma
Frédéric Martel (2011), sino optar solo por tener acceso a ellos. Esta
inmersión en una suerte de datósfera donde la suscripción, y ya no la
propiedad, determina el consumo cultural, está marcando el futuro de los bienes
culturales, el libro entre ellos. Y es que en efecto, disfrutamos cada vez más
de las descargas y ese
efecto catálogo de la industria del entretenimiento, lo que demuestra que hemos
pasado de
una industria generadora de bienes culturales a una industria generadora de servicios,
donde la capacidad de almacenamiento es determinante.
Hace un par de años se llevó a cabo lo que se conoció como la
mayor compra de la historia de las tecnologías, protagonizada por
Dell y la firma de inversiones Silver Lake, que compraron la
empresa de almacenaje y procesamiento de datos EMC, por 67 mil millones de
dólares. Esta compra representa la última etapa de la evolución de Dell, que mutó de
fabricante de computadoras personales a proveedor de servicios para empresas, un sector muy rentable en el que busca captar parte de la cuota de mercado que tiene IBM
y Amazon Computes Services, que brinda servicios de almacenamiento y gestión de
datos a firmas como Netflix, para darnos una idea de lo que estamos hablado. La
datósfera pues, ha demostrado ser el futuro de la
computación, si consideramos que, según estimaciones tanto de Dell como de
Microsoft, dicho futuro está cifrado
en la generación de un ecosistema de
computación más grande, con nuevas categorías y desde la denominada nube de forma híbrida, esto es, el uso de redes públicas y privadas que será accesible para
cualquier tipo de empresa. El objetivo es mejorar el día a día de las personas
y tener empresas más productivas. Esto es, establecer un Internet de las cosas
o, mejor dicho, un Uber de las cosas. La sociedad de los cálculos algorítmicos diría Daniel Innerarity, donde
la sociedad ya no es observada desde categorías en las que encajarían los
individuos, sino a partir de los rastros que va dejando en la red, capturados
como acontecimientos, sin categorización alguna. Por este motivo es que la red
ha dejado de ser una herramienta al servicio de la humanidad, como bien afirma
Enric Puig, para funcionar como un sistema que pone a la humanidad a su
servicio.
El Taylorismo Digital y la literatura de autoayuda y
autoengaño
En esta
predecible economía del Mindware, ya no se vende lo que se produce, sino que se
produce solo lo que se vende, gracias a los nuevos tiempos y movimientos
marcados por el Taylorismo Digital y sus algoritmos (en el caso de los libros,
algoritmos que pueden convertir los long-sellers en best-sellers y fast-sellers),
lo que nos lleva a vivir emparedados entre las aplicaciones y ciberventas
implementadas por los Marcatenientes y
los Numerati de la red. El gurú
estadounidense del libro, Ed Nawotka, describe este esquema al hablar de Amazon.
A esta empresa, dice, no le interesa el sector del libro ni saber que los escritores
se están empobreciendo; su Taylorismo Digital, que hace casi imposible poder
ensanchar los horizontes debido a esa apuesta y fascinación por los
fast-sellers versión e-books, que ha generado. Es quizá aquí donde podemos
enmarcar al reciente Premio Nobel de
literatura, Bob Dylan, en este nuevo modelo de consumo generado por contagio
cultural. Polémico desde luego como todo lo que está ocurriendo en las
denominadas industrias culturales, hay quienes se preguntan incluso ¿Qué es más
grande, el premio o el premiado? Y responden que, hasta 2017, el premio, según
se mire. Lo cierto es que, en el terreno de la creación literaria, estamos ya
ante la premiación, promoción y difusión de una literatura capaz de llenar
estadios, una literatura de ascensores y supermercados, que describen bien Fernando
Arqmburu y Javier Rodríguez, quienes apuntan que esto exige romper los mármoles
mentales y liberar categorías intelectuales. En efecto, si se mira
detenidamente, asistimos una vez más al trasvase entre industrias, a una reprocultura de contenidos generada a
partir de la constante convergencia de
modos, donde unas industrias salvan la situación de otras. Véase el auge que
están teniendo en América Latina las Biopics,
tan solo en México Juan Grabriel, Celia Cruz, Lupita D´alessio, Pablo Escobar,
Julio César Chávez…O bien, los libros sobre personajes mediáticos como
futbolistas de la talla de Maradona, entrenadores de la talla de Pep Guardiola,
rockstars como Bono, políticos como Obama etc… una apuesta reprocultural que
revitaliza a la industria. Y qué decir de las obras llevadas al cine, al teatro
y a las series televisivas. De la
literatura how to, de autoayuda y
autoengaño, solo decir que no deja de crecer e invadir las ferias del libro, al
presentarse como la solución a todos los problemas en una sociedad que tiene la
motivación por los suelos.
El libro como moneda social
El libo es
una gran moneda social. Esto es, opera como bien o servicio que permite
conectar con los demás, como lo señala el creador de este concepto, el
psiconauta Douglas Rushkoff. Eso que detona elementos en común que tenemos con
otras personas y que confiere cierto estatus ante los demás (no un estatus social).
El libro, en este caso, confiere estatus de lector y nada agrada más a los twitteros
y facebookeros, por ejemplo, que mostrarse así en sus muro. El libro es el
elemento que todos quieren compartir en la publicación de su estatus. Los
marcatenientes como Amazon, que han sabido leer el significado de la moneda
social, utilizan al libro como un vehículo que les permite conectar con sus
consumidores para hacer otro tipo de ventas. A esta empresa no le importa la venta
de libros, tanto como los datos del comprador. El libro para Amazon, como bien
advierte Ed Nawotk, no es más que la puerta de ingreso a otro tipo de ventas
para sus clientes, tales como ropa, vino o relojes…
Dos tipos de IVA para el libro
Hace unos meses se volvió
a debatir en la Unión Europea un proyecto de la abogada general de la Corte de
Luxemburgo, Juliane Kokott, el cual sostiene que las obras impresas deben gozar
de un impuesto reducido y las electrónicas uno más elevado. Es verdad que los
textos son los mismos, más no la disposición al público. Es decir, debe
aclararse que, como hemos señalado antes, pasamos de la posesión al acceso y
esto tiene otras implicaciones. Por esa razón existen libros y periódicos tanto
en papel como electrónicos a los que se aplican impuestos distintos que, en
España, por ejemplo, es del 4 % y del 21 % respectivamente; lo
mismo que en diversos países de la Unión Europea, que ya comienzan a protestar,
porque la decisión hasta el momento es que las obras digitales paguen el IVA
más elevado, con excepción de los libros electrónicos que se transmitan a
través de un formato físico como CD o archivo USB.
El Tribunal Constitucional de Polonia, por ejemplo,
ha planteado al Tribunal de Justicia de la Unión Europea, a petición del
Defensor del Pueblo polaco, que la aplicación de un impuesto diferente a los
dos formatos no vulnera el principio europeo de la igualdad de trato.
Para quien esto escribe el IVA diferenciado tiene
sustento por todo lo expuesto, pues si bien es verdad que es un mismo bien,
estamos ante sus dos versiones, la versión producto y la versión servicio. En
términos de mercado, el libro es un bien, en tanto que su digitalización y
disposición en la red, un servicio, esto es, una de las vertientes actuales del
derecho de acceso a la cultura. En nuestra Constitución, por ejemplo, este
derecho está establecido en el artículo 4to., constitucional como derecho de
acceso a los bienes y servicios que debe prestar el Estado[1].
En un hecho reciente, la Comisión Europea, Francia y
Luxemburgo, se enfrentaron por la decisión de aplicar el impuesto reducido a
los libros electrónicos, enfrentamiento que terminó en 2016, cuando el Tribunal
resolvió a favor de Bruselas, obligando a Francia y Luxemburgo a subir de nuevo
el IVA de los denominados e-books a
la categoría más alta, por considerar, precisamente, que estamos ante un
servicio y ya no ante un bien. Y es que no solo está en juego el gusto del
consumidor, sino el proceso de elaboración, el lanzamiento y la distribución,
que en el caso de las obras impresas es mayor, y es lo que genera este tipo de
IVA diferenciado. De hecho, hay quien sostiene que lo importante es el
contenido y no el soporte. En lo personal, tengo mis reservas.
El
libro y la cultura a domicilio
Como ya he señalado en otras entregas, el diseño
de suscripciones que vivimos en la actualidad, proviene de los emergentes
modelos de negocios creado por los Marcatenientes
y los Numerati de la red. Un modelo
que ha cambiado el consumo de bienes y servicios culturales en todo el mundo,
mismo que ahora se da a partir flujos y suscripciones. Tanto la música como las películas,
los videojuegos y los libros, son ya
como el teléfono, inalámbricos. Es
decir, ya no son productos que uno puede poseer, sino servicios a los que uno puede tener
acceso móvil; que
pueden ser consumidos a través
de diversos soportes digitales, donde uno quiera y cuando uno quiera, a partir de una suscripción general,
incluso que puede ser compartida, depende el modelo de negocio de cada empresa.
Lo anterior nos instala en esa cultura domicilio de la que habla Nestor García
Canclini (2005), que ingresa a nuestros hogares a través de las máquinas
culturales que tenemos tales como pantallas de plasma, videoconsolas, Ipads,
Iphons, Ipods, sistema de cable e internet y gran parte de los productos que
integran lo que el economista Ernesto Piedras, denomina Canasta Básica de
Consumo Aspiracional.
El factor
tiempo como condición del hábito lector
Como sabemos, el tiempo ya no
tiene la fijación que solía tener en la modernidad, debido a que hoy, en la
posmodernidad, o mejor dicho, en la modernidad líquida, en términos de Bauman (2000),
el tiempo depende de la tecnología. Pero no solo esto, sino que, una de las
revoluciones más determinantes en el comportamiento del ser humano de los
últimos años, como bien ha apuntado Paul Virilio, es la domiciliación del
tiempo. Sí, la noción de que hemos domiciliado el tiempo. Y es verdad, lo hemos
hecho mediante aplicaciones como Whats App.
Hace unos días INEGI dio a conocer
el Módulo de Lectura 2018, mejor conocido como Molec, una metodología diseñada
para explorar y medir el comportamiento lector, publicada por el Centro
Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlac) y
UNESCO. Está orientada a obtener información sobre la lectura de libros,
revistas, periódicos e historietas, tanto en soporte digital como impreso,
además de la lectura de sitios de Internet o blogs[2].
En el estudio se explican las razones más citadas por la población encuestada, señala
que no lee. La principal de ellas es la falta de tiempo (45.6 %), seguida por
la falta de interés (24.4 %), así como la preferencia por otras actividades
(14.8 %). El propósito de este estudio es generar información estadística sobre
el comportamiento lector de la población de 18 y más años de edad residentes en
áreas de 100 mil y más habitantes[3].
Lo preocupante es la reducción
del hábito lector entre jóvenes que leen algún material considerado por el
Molec, que decreció de 84.2 % en febrero de 2015 a 76.4 % en febrero del
presente año. Esto es, de cada 100 personas de 18 y más años de edad lectoras
de los materiales de Molec, 45 declararon haber leído al menos un libro,
mientras que en 2015 lo hicieron 50 de cada 100 personas. Sin embargo, al comparar
la población lectora de libros, el porcentaje sobre el uso del formato digital
se ha incrementado de 5.1 por ciento a 10.7 por ciento entre 2015 y 2018. El
motivo principal es el entretenimiento.
Por otro lado, el promedio que se
dedica por sesión continua de lectura es de 39 minutos y más de tres cuartas
partes de la población de 18 y más años de edad lectora considera que comprende
todo o la mayor parte de lo que lee, mientras que 21.6 % dijo comprender la
mitad o poco de la lectura[4].
Resultados propios de una
generación, que ya no es la que recomienda lecturas de boca a boca, sino a
través de likes, que asume los libros
como monedas sociales; que vive en la nube y para quien el futuro de la cultura
está en un servicio de red social. Este perspectivismo asusta a muchos amantes
del arte y la lectura por considerar que la cultura está en riesgo de caer en
manos de los Marcatenientes proveedores
del acceso a Internet y operadores de telecom. Desde luego no es mi caso, creo
que la convergencia de modos y el avance tecnológico, simplemente modifica las
formas de acceso al arte, a la lectura y a la cultura en general. Es el
análisis de las implosiones que detonan estas explosiones, lo que me apasiona
observar.
[1] Donde por cierto, contamos con
un decreto presidencial_______ que obliga a colocar en la red todo el material
que produzcan las instituciones del Estado.
[2] Los
resultados tienen el propósito de contribuir al diseño de políticas públicas
orientadas al fomento de la lectura y son un insumo para las instituciones
vinculadas con los temas de educación, cultura, fomento cultural e industria
editorial, entre otras.
[3] Respecto
a estímulos en el hogar durante la infancia para la práctica de la lectura,
55.8 por ciento de la población de 18 y más años de edad alfabeta declaró haber
tenido libros diferentes a los de texto en casa, mientras que la mitad veía a
sus padres leer.
[4] La actualización del citado
estudio se puede ver completo en esta dirección: file:///C:/Users/Carlos%20Lara%20G/Desktop/MOLEC%202018.pdf
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