domingo, 8 de abril de 2018

El salario emocional de la cultura ¿Son los agentes culturales los destinatarios de las acciones públicas en materia de cultura? (Última de tres partes) Carlos Lara G.


  • ¿Por qué los agentes culturales no saben cobrar?

  • Es momento de escribir con la cabeza, motivados por el corazón. 

Existe un vasto universo de creadores, gestores y promotores de la cultura que no saben cobrar. Por tanto, viven de su salario emocional. Terminan haciendo determinados trabajos por la cantidad que les quieran dar, y siempre hay alguien que cobra menos, y saben que tengo razón. Pero los hay peores, aquellos que no quieren cobrar, para quienes es más importante el día de la presentación del libro, el coctel de la exposición, el vino tinto con los amigos y colegas, la reseña de la curaduría y tener su nombre bien puesto en el producto final de la creación, ah y por supuesto, la publicación del estatus en sus redes sociales. Por tanto, si ni los propios agentes culturales valoran lo que hacen en términos económicos, mucho menos lo harán quienes contraten sus servicios.

Recientemente me solicitaron hacer un ejercicio de integración para los ejecutivos de una empresa de contenidos audiovisuales; propuse contratar los servicios de un artesano del Estado de México para que, en lugar de hacer el consabido trabajo en equipos para sacar la misión, visión etc…hicieran entre todos, con el artesano como mediador cultural de este proceso, un árbol de la vida, con los valores de la empresa; que fueran ellos quienes plasmaran dichos valores en barro, y una vez terminado y horneado, lo pintaran con los colores de la empresa etc…Los directivos, se empeñó en contratar a un porrista mental que les motivara mientras el árbol se horneaba. Al término de la sesión, de la cual quedaron fascinados, entre otras cosas por la experiencia de haber elaborado un árbol de la vida que ahora forma parte de sus oficinas, me dijeron que el porrista mental había cobrado doscientos mil pesos, en tanto que el artesano pedía solo diez mil, por supuesto que terminaron pagándole más. El punto es que ¡Ni el propio artesano valora su trabajo! Está claro que requiere los servicios de un promotor cultural, pues su trabajo es crear y recrear experiencias.

Por supuesto que esto requiere de una profesionalización del saber para poder tasar lo que se hacen ¿Cuánto cuesta un dictamen de factibilidad cultural? Por ejemplo, para que no sea encargado a un despacho privado ajeno al sector cultura, cuánto un dictamen jurídico, cuánto el diseño de una política pública, su implementación, acompañamiento, evaluación etc. Cosas como estas son las que pueden dignificar el salario económico y emocional de los agentes culturales. 

Romper el modelo endógeno y pensar en el ciudadano

Durante décadas hemos vivido un modelo de promoción y gestión cultural basado en la creencia de que deben ser los creadores, gestores y promotores de la cultura, los destinatarios de las acciones culturales que genera el Estado. Algo que, bajo mi punto de vista, no debe ser así. Los destinatarios finales de las acciones culturales del Estado son y deben ser los ciudadanos. Los creadores, gestores y promotores de la cultura, son facilitadores de los procesos que deben garantizar de forma progresiva el derecho de acceso a los bienes y servicios culturales que presta el Estado. En todo caso, son doblemente destinatarios, en su calidad de ciudadanos y como agentes mediadores, pero no los únicos destinatarios como han creído por décadas candidatos y gobernantes.

¿Que por qué lo digo? Por la lógica editorial aún vigente, que recoge los cuestionamientos de la autodenominada comunidad cultural con cierta indignación, acerca de lo que el gobierno hace o deja de hacer. Ejemplo de ello es la reciente apertura del museo Leonora Carrington en San Luís Potosí, donde un grupo de creadores y promotores cuestionaba hace unas semanas la inauguración de un museo para una artista que no significaba más en la entidad que otros creadores oriundos de esas tierras. Dicho arranque de provincianismo, dejaba de lado, entre otras cosas, que el hecho de que el museo fue creado en un Centro NACIONAL de las Artes. Otro ejemplo es el también recientemente inaugurado museo Juan Soriano en el estado de Morelos. Un pequeño grupo de artistas se manifestó en contra por los mismos motivos, es más, decían que debía llevar el nombre de un artista local. En ambos casos cuestionaban el motivo, el concepto, la forma, los nombres, como si los museos fueran solo para ellos. Pasaron por alto cuestiones más importantes tales como, si las obras de Leonora Carrington exhibidas en su museo de San Luís, son todas originales, o bien, qué sucedió con las obras de Juan Soriano que no están en este nuevo museo.

Cambiar el enfoque de la inversión pública en cultura

Considero que es necesario cambiar la forma en que es concebida la inversión pública en el ámbito del arte y la cultura; esa que se realiza a través de becas, estímulos y cursos de formación, inversión que hasta el momento sigue orientada por el criterio de atender a los creadores y promotores de la cultura, para ayudarlos a ascender peldaños en la escalera del ego, lo cual es válido, pero más válido, moral y pertinente, sería poner la mirada en el impacto cultural de las comunidades donde podría incidir el creador. Transformar la realidad que viven sus habitantes a través del arte y la cultura. Nuevamente, pensar en los ciudadanos como destinatarios finales de las acciones públicas en esta materia, y no solo en los integrantes de una autodenominada comunidad.

En lo particular, considero también que es necesario que los agentes culturales tengan ganas de formar parte del funcionariado cultural, que dejen de verle como esa burocracia que todo lo frustra. Por supuesto que lo anterior comporta dos cosas fundamentales: que los gobernantes apuesten por la integración de estos agentes culturales en la función pública, que abandone la inercia de trabajar con funcionarios sin el perfil para el cargo, sin el conocimiento apropiado ni las ganas de transformar la realidad de las comunidades del país; un funcionariado que se limita solo a cumplir una jornada laboral. Por otro lado, comporta también la profesionalización del conocimiento por parte de los agentes culturales. Uno de los principales problemas que hacen que el salario económico se estanque en el salario emocional en el ámbito cultural, es que hay una gran cantidad de creadores que se sienten también gestores, y además promotores de su trabajo y del de otros, hasta terminar como el pato. El pato es un ave que camina, nada y vuela, pero ninguna de estas tres cualidades las hace bien, con destreza. Prueba de que el creador, gestor y promotor de la cultura es poco capaz de asumirse como parte de un proceso de creación, gestión y promoción, es que apenas está entendiendo la dinámica de estos tres ámbitos, y alguien viene y le sugiere que puede ser un gran emprendedor, en el universo de las industrias culturales y este va y se lo cree, y comienza así otro camino hacia el emprendurismo, intentando volar como un pato.

Comenzar a escribir con la cabeza

Comencé esta reflexión en tres entregas, haciendo referencia al artículo de Vargas Llosa y su primo Peté. Entiendo que para muchos sea admirable la actitud de Peté, su apuesta por abandonar las finanzas y abrazar una segunda profesión, la literatura, que solo le garantizaba un salario emocional. Esta historia me sirve para entender por qué la primera vez que escribimos, como bien dice el guionista Mike Rich, lo hacemos con el corazón, en tanto que la segunda, lo hacemos  con la cabeza. Creo que los creadores, gestores, promotores y analistas del arte y la cultura, debemos comenzar a escribir por segunda vez, pero siempre motivados por el corazón, hasta lograr un equilibrio entre el salario económico, que da el saber, y el salario emocional que da el aprecio a al arte y la cultura.

1 comentario:

Unknown dijo...

Me gusto mucho tu articulo, concuerdo con tigo que es necesario que un agente cultural tengan ganas de formar parte del funcionario cultural, lamentablemente no es tan fácil y mas por que la mayoría de los burócratas son como tu los describes, funcionarios sin el perfil para el cargo, sin el conocimiento apropiado ni las ganas de transformar la realidad de las instituciones para las cuales trabajan y por consiguiente menos le interesan las comunidades del país la gran mayoría se limita solo a cumplir una jornada laboral y mas si son sindicalizados. Y si bien es cierto que un profesionista en materia cultural trata de sobrellevar la profesionalización del conocimiento a veces es desesperante no generar la empatía con el personal burocrático.