Primero
que nada, y antes de ser descalificado por los lectores que no estén de acuerdo
con lo que voy a decir, advierto que no me gusta la música electrónica. Desde
hace algunos años cuestiono el mundo de las manifestaciones creativas que se difunden
a través de las industrias culturales, y ahora también a través de los
creadores mismos que se han convertido en prosumidores, citando a Néstor García
Canclini. En lo personal creo que este fenómeno tiene su raíz en ese cambio de
paradigma que vivimos a finales del siglo pasado, en el que se dejó de vender
lo que se creaba para comenzar a crear sólo aquello que se vende. En el caso de
la música electrónica, cuyo éxito exponencial parece descansar en esa fusión
entre el pop de masas con un género que hasta antes de su explosivo éxito, era
minoritario, casi experimental, algo debió suceder para que David Guetta, el
aclamado dueño de las noches de Ibiza, se haya convertido en el DJ más famoso
del mundo. ¿En qué momento, él en lo particular, y la música electrónica en lo
general, fueron tocados por el virus de lo cool? Me aventuro a pensar que
después de introducir el denominado house en las discotecas de París y en el
momento en que los promotores de éste género supieron identificar esa tendencia
generacional y hacer de la juventud una profesión.
Algo
debió pasar en la estructura económica mundial para que la revista Forbes coloque
a Guetta en los primeros lugares de su ranking a los 44 años de edad por
facturar más de 11 millones de euros en un año de sesiones. El colectivo
Swedish House Mafia y el californiano Steve Aoki y todos, a excepción del
número uno, el holandés Tiësto, generan más de 17 millones. Según el diario El
País, los 10 DJ´S mejor pagados del mundo superaron el año pasado los 100
millones de euros. Más de lo que facturó el equipo completo de Los Lakers.
Perdón, pero con todo y esto, sigo sin ver en esta actividad algo de talento o
virtud. Quizá haya más de fondo, no lo sé.
Lo
que veo es un negocio rentable que vino a revivir las fiestas raves y los
discjockeys de la década de los noventa. En Estados Unidos este fenómeno ha
sido guiado por un modelo de negocios distinto; comandado por promotores
musicales que han logrado enterrar el estigma del pasado hasta logar tener a un
Skrillex en el número dos de la lista Forbes a sus 24 años de edad, y el
acontecimiento más importante de éste género (El Electronic Daisy Carnival) de
Las Vegas, con una asistencia que ronda los 320 mil aficionados y una derrama
de 40 millones de dólares.
Está
visto que en la actualidad la apropiación de los movimientos musicales se
genera de arriba abajo; y a partir de los criterios de los coolhunters que saben sacar partido a quienes van aceptado la idea
de hacer de la juventud una profesión.
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