Para selfimismados e infoxicados
Para selfimismados
e infoxicados
Carlos Lara G.
Decía José Emilio Pacheco que vivir es tener espacio. Ya lo ven, una
concepción de la vida tan simple como verdadera que no terminan de entender ni
arquitectos, ni políticos ni empresarios de la urbanalización. Lo
digo porque nunca como ahora las ciudades habían adquirido tanto el esquema
informacional en sus trazos y servicios. Nunca como ahora, el selfimismamiento había
sido tan visible entre la gente, en detrimento del sano esparcimiento y la
recreación. Nunca como ahora la ansiedad tecnológica había generado tantos
mercados en esto que llaman la economía de la atención. Lo anterior viene a
cuento porque hace cinco años comenté que un grupo de empresarios españoles
lanzaba el primer hotel para twitteros en la ciudad de
Mallorca operado por la cadena Meliá. Sol Wave House lo llamaron, y fue pionero
en la manera de fusionar redes sociales y alojamiento. Su especialización en el
uso del Twitter, les permitía ofrecer hospedaje cerca del mar, así como
servicios mediante un hashtag #SocialWave, exclusivo de la red wifi del
establecimiento que funciona por medio de una sala de chat virtual en la que
sus huéspedes interactúan, comparten fotos y sus cambiantes estados de ánimo en
140 caracteres. Asimismo, conocer a otros huéspedes a través de la red, acudir
a ciberfiestas decoradas con los colores del Twitter, incluso
hacer pedidos de mini bar utilizando los ingeniosos hashtag #Fillmyfridge.
El trabajo de los twitter-conserjes es atienden a los
huéspedes a través de Internet, animarles y generar ciberconversaciones.
Como decía, nunca antes se había invertido tanto tiempo y dedicación en
fomentar y acentuar la dependencia tecnológica; una de las características de
nuestra modernidad líquida Baumaniana, que nos muda del mundo de las costumbres
y tradiciones al de los estilos de vida, donde sólo tiene valor aquello en lo
que la gente invierte tiempo y dinero. Espacios y comunidades donde las únicas
que hablan son las tarjetas de crédito.
No hace falta explicar la ironía. Depender de un teléfono para “pasarlo
bien” en un espacio que se supone está diseñado para alojarse y descansar. En
todo caso resaltar la incapacidad de estar solos con uno mismos. Ya pueden
decir que este tipo de hotelería es parte del futuro esparcimiento como una
tendencia que fortalece la tesis del maestro Jesús Martín Barbero en sus
estudios acerca de la comunicación en clave cultural. Al establecer, dice, la
aplicación del paradigma informacional a las ciudades; al acelerar el flujo de
los tráficos vehicular, informático y telefónico, tal parece que ya no nos
quieren juntos, sino conectados, pues una cosa es encontrarse socialmente con
el otro y otra conectarse, esto último devalúa el espacio de la ciudad, incluso
de no lugares como este tipo de hoteles.
Ahora bien, un hotel para twitteros como este no dista
mucho lo que hacen cientos de alcaldías de nuestro país al adaptar los parque
como ciberjardines, que los usuarios (ya no ciudadanos) dejan de
utilizar como espacios para el esparcimiento y la recreación, transformándolos
en una extensión de sus ocupaciones.
Por otro lado, existe ya un hotel en el que no pagas si eres capaz de
no mirara el celular durante tu estancia. Sí, un establecimiento sueco, el
Hotel Bellora, en la ciudad de Gotemburgo, adaptó una de sus habitaciones con
una lámpara inteligente que mide las conexiones a Internet de sus clientes e
indica el incremento del precio cambiando de color. Esto es, el precio se
establece en función del tiempo que pasas conectado. El innovador servicio,
denominado The Check Out Suite, comenzó el 14 de febrero pasado,
con el propósito de que sus clientes pudieran relajarse, lejos del estrés que
provocan las redes sociales y puedan pasar tiempo de calidad en su estadía. El
servicio se presta en colaboración con una compañía de seguros de
nombre Länsförsäkringar, responsable de la lámpara inteligente Skärmfri.
Invento sueco programado para medir el tráfico de Facebook, Instagram,
Twitter, YouTube y Snapchat de los usuarios con dispositivos conectados a su
misma red.
Funciona más o menos así: llegas a la habitación, conectas tu teléfono
a la red wifi del hotel, a la que está conectada también la
lámpara, en ese momento comienza a emitir una luz blanca que va tornando en
rojo por cada minuto que pasas pendientes de tus redes sociales. De esta manera
te recuerda que llevas demasiado tiempo enganchado a Internet y el precio de la
noche se va determinando después de que dejas la habitación, en función del
tiempo de uso, registrado por la lámpara. Si eres capaz de abandonar por
completo las redes sociales durante tu estancia, es decir, de descansar, el alojamiento
es gratuito. Si no, te cobrarán 20 coronas suecas (equivalente a 40 pesos) por
cada minuto que pases online. Si sobrepasas el límite de media hora
que el hotel considera apropiado para dos personas, pagas el máximo, poco más
de cinco mil pesos.
Creo
que los impulsores de este tipo de iniciativas saben bien que vivir, como decía
el maestro Pacheco, es tener espacio; para uno, para quienes viven con
nosotros, y para quienes conviven entre nosotros.
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