domingo, 4 de septiembre de 2016

El Juangalupanismo y nuestro tenampa emocional


Con la venia de Monsi

Ahora que murió Juan Gabriel y que tenemos la venia intelectual de Monsiváis para hacerlo objeto y sujeto de estudio, no así la de CONAPRED y su pretendida ortopedia social, quiero hacer tres reflexiones en voz alta acerca del emergente Juangalupanismo que estamos viviendo o padeciendo, según se mire; pero no desde la falsa pose de quienes dicen que les honra no haber sido parte de sus seguidores, porque no es así; tampoco desde la de quienes consideran que escuchar sus canciones es tener baja audioestima, mucho menos a través de un análisis antropológico a lo Monsi, o psicológico a lo Germán Dehesa, para eso está Guillermo Sheridan, que ya se ocupará de ello. Tampoco buscando argumentos que me confieran estatus de intelectual, como renegar por ejemplo del timing y de nuestro consumo cultural, que hicieron que nuestro tenampa emocional pasara por alto la muerte de Ignacio Padilla y aguara la fiesta a la FIL y al propio Norman Manea. Menos haré de chairo conspiranóico queriendo hablar del gasolinazo que nos acaban de endiñar y el manto de Juan Gabriel como cortina de humo, y menos aun desde una reivindicación homosexual. No, lo haré desde el sentido común que da el poder echar un vistazo a la televisión, a los medios impresos y a las redes sociales.

La disputa por el escenario social

Una de las primeras cosas que atestiguamos fue la absurda disputa por colocarse en el lado correcto del escenario social. Los oficiosos funcionarios del gobierno federal y de la cursimente llamada CDMX, se erigieron en los “corre ve y dile” de sus jefes, familiares del cantante y medios de comunicación en busca de la buena nueva: el homenaje. Por un lado, el mismo gobierno que hace décadas negó la Caja de Mármol al cantautor que, de no ser por el gusto musical de la Primera Dama en turno, no hubiera cantado en Bellas Artes. Por otro lado, al avorazado gabinete de la CDMX, que dice ¡Aquí está el zócalo, cabe más gente! Por otro, los mirones que merodean Bellas Artes y público en general, que querían verle en la misma plaza en la que estuvo el Papa Francisco, que porque ahí hay más espacio. No sé para qué, las cenizas del divo de Juárez estarían en una minúscula y distante ánfora de cristal, lejos de ellos. Todos se lo disputaban; su público, los medios de comunicación, los habitantes de Ciudad Juárez, los michoacanos, la CDMX, la comunidad gay, la iglesia católica (que hasta misa ofició), incluso dicen que hasta la Secretaría de Hacienda.

¡Los ídolos del pueblo para el pueblo!

Es verdad que la familia se cerró en banda y por momentos generó molestia en algunos medios del espectáculo por ese silencio, por momentos visto como una desatención. Sin embargo, tanto los medios como sus seguidores, coetáneos y coterráneos, deben entender que el ahora occiso no es un bien público, y que, si querían acudir a un homenaje de “cuerpo presente”, o de cuerpo completo como dijera Laura G, la familia decidió otra cosa. En lo personal entiendo el arranque de idealismo que habita ese tenampa emocional (diría Dehesa) de quienes alegan que los cantantes se deben a su público; que los ídolos del pueblo son del pueblo…En efecto, Juan Gabriel es del pueblo de México, pero Alberto Aguilera no. Ahí la familia lleva mano.

La peligrosa ortopedia social de los Juangalupanos

El Juangalupanismo no solo se ha hecho notar en las redes sociales; existe un Juangalupanismo oficial que parece apostar por la eliminación de los distintos, que ya ha dejado sin empleo al ex director de TV UNAM, que olvidó el lema de la casa de estudios al redactar su artículo, y a un funcionario del Ayuntamiento de Mérida, por decir que el cantante le daba como hueva (sic). El alcalde dijo que no fue por eso, sino por ajustes en la administración, pero que será difícil encontrar a un sustituto con su capacidad y conocimiento (¡recontra sic!). Y qué decir de la CONAPRED que intentó erigirse en la orwelliana policía de la verdad, asomando un afán por instaurar una especie ortopedia social mediante cursos de sensibilidad. Y qué del Senador del PT que propuso poner el nombre de Alberto Aguilera al Palacio de Bellas Artes… A ver, mi esposa y a mí nos encanta Juan Gabriel (y no por temor a la CONAPRED). Admito que fue ella, con su mirada extranjera y aprecio a México, quien me hizo ver cosas que yo no había percibido del cantante. Lo que no me gusta es este Juangalupanismo que estoy viendo, en particular esa especie de limosnería Juangalupana de las redes sociales que no admite más que “likes” y buenos comentarios. Algo muy preocupante en un país donde el Estado es laico, pero el pueblo no; donde este tiene diversos actos de fe, y este, el del Juangalupanismo, es ya mayoritario en nuestro tenampa emocional.
No sé ustedes, pero en lo personal creo que en el fondo de nuestra coyuntura política, el problema no es el turismo sexual que vino a hacer Donald Trum a Los Pinos  (parafraseando a Antonio Ortuño), sino este otro tipo de fenómenos sociales que tienen la facilidad de colocarnos en otra parte. Eso sí, siempre muy contentos.

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