viernes, 12 de febrero de 2016

El mando único en materia de cultura

Federalismo cultural 
Uno de los principales retos de la Secretaría de Cultura será acabar con el mando único de promoción y difusión. Sí, con esa política diseñada y promovida desde el centro del país, que arrastra aún prácticas jurídicas y administrativas del Estado nación. Me explico con una pregunta ¿Es la Orquesta Sinfónica Nacional y todas las agrupaciones que se precian de ser nacionales, verdaderamente nacionales? En lo personal considero que la superación del mando único en materia de difusión cultural, puede superarse mediante una verdadera descentralización política, jurídica y administrativa entre los tres órdenes de gobierno. Una especie de federalismo cultural subsidiario que establezca en la futura Ley General de Cultura, lo que deberá hacer la federación, las entidades federativas y los municipios en la materia. Lo mismo deberá hacerse con los recursos financieroso se fortalecen los actuales fondos e instrumentos gubernamentales a través de los cuales se fomenta y promueve el arte y la cultura, o se reglamentan los polémicos etiquetados.
El Estado factótum
Decía Albert Camus que quien pretende saberlo todo y arreglarlo todo, terminaba por matarlo todo. Eso fue lo que ocurrió durante décadas con nuestro extinto subsector cultura. Todo lo hacía el Ejecutivo. No fue hasta finales de los ochenta, que nación la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados (Hoy también de Cinematografía), por cierto, al mismo tiempo que el extinto CONACULTA y con la misma agenda de trabajo que se desprendía de la plataforma política del candidato del PRI, Carlos Salinas de Gortari. Fue el Poder Ejecutivo quien creó instituciones, leyes, reglamentos, acuerdos y estímulos fiscales para el subsector cultura. La Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos; Artísticos e Históricos, la Ley General de Educación; la Ley General de Turismo; la Ley de Fomento para la Lectura y el Libro; la Ley Federal de Cinematografía; la Ley de Estímulos, Premios y Recompensas Civiles; la Ley Federal de Derecho de Autor; la Ley Federal de Radio y Televisión, la Ley Federal de Telecomunicaciones; la Ley General de Bibliotecas; la Ley General de Bienes Nacionalesla Ley Federal para el Fomento de la Microindustria y la Actividad Artesanal… Asimismo, creó estímulos fiscales como el “Pago en especie”, a través de decretos presidenciales, medidas que van desde la protección al patrimonio cultural y natural, hasta la creación de instituciones como el Fondo Nacional para Actividades Sociales (FONAPAS), el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA), el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA), sin autonomía administrativa, presupuestalmente ni jurídica. Y qué decir de la influencia ejercida por las primeras damas del país en más de un sexenioQuizá el caso más plausible sea el de Carmen Romano, quien más allá de manda pavimentar las calles de su pueblo, como hacía la mayoría, desde el FONAPAS, logró promover iniciativas como el Festival Cervantino, que ha sido el modelo aspiracional de los festivales en México, y que precisamente por no haber una adecuada descentralización y programación por regiones, la mayoría de entidades federativas terminan haciendo “cervantinitos”.
La herencia del mito azteca 
Como vemos, el desarrollo de la política cultural en México en lo que respecta a su institucionalización, fue de corte presidencialistadurante el siglo XX, de mando únicoDel nacionalismo revolucionario a la creación de la Secretaría de Cultura, pasando por los 27 años del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, fue este poder y su mando único de promoción y difusión cultural, quien diseñó e implementó una política cultural centralista, de la misma manera que diseñó e implementó el mito azteca en la enseñanza oficial, que sostenía que México era un país azteca hasta que llegaron los españoles. Esto es, borró el mestizaje otomí, chichimeca y yaqui, como bien señala Luis González de Alba. El punto es que el Poder Legislativo durante el siglo XX fue, en general, algo menos que un triste espectador del mal llamado proceso legislativo. 
La cultura como tema de Estado 
Si algo generó la alternancia política en México en materia de cultura, fue una acción pública más visible por parte de los tres poderes del Estado, incluso más recientemente, de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, que ha emitido recomendaciones al INAH y al gobierno de la ahora Ciudad de México, por violación al derecho de acceso a la cultura. Jamás en la historia de nuestro país los tres poderes de la unión habían ejercido sus atribuciones como ahora, debido al asfixiante presidencialismo que se erigió en todos los ámbitos de la administración pública, como el “factótum” del sistema político mexicano. Los resultados están a la vista, en el ámbito de la cultura, tuvimos por años un subsector parchado y desarticulado, sólo reconocido por la gran riqueza de sus manifestaciones culturales”.
Por tanto, la gran aportación del proceso de alternancia política ha sido el establecimiento de la cultura como un tema de Estado en la agenda de los poderes públicos y el garantismo cultural, producto de las reformas constitucionales en materia de derechos fundamentales que pusieron en el centro de toda acción política a la persona, ya no al Estado. 
Una política digital para la cultura

El desarrollo tecnológico representa una oportunidad, no sólo para combatir el manto único en materia de cultura, sino también para impulsar la progresividad del derecho de acceso a la cultura. Para ello es necesario implementar una verdadera transversalidad de acciones entre secretarías. Considérese, por ejemplo, que el Proyecto México Conectado está diseñado para dotar de Internet todas plazas públicas del país, tiene para tal propósito 18 mil 600 millones de pesos ¿No podríamos aprovechar esa conectividad para la promoción y difusión de la cultura? Como se hacía antes en los quioscos de cada pueblo; como hace hoy La hora nacional, que transmite media hora nacional de contenidos y media hora estatal. Llegó el momento de debatir acerca de los elementos de identidad nacional y de la conveniencia de seguir con un mando único en su promoción y difusión.

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