Dice José Emilio Pacheco que vivir es tener
espacio. Una concepción de la vida tan simple como verdadera que no terminan de
entender los urbanistas, los políticos, empresarios, ciudadanos, usuarios y
consumidores. Lo digo porque nunca la neomanía (manía por lo nuevo) había sino
tan palpable como ahora, en detrimento del sano esparcimiento. Nunca como ahora
la ansiedad tecnológica había generado tantos mercados para seminautas. Nunca
los coolhunters habían tenido tantas opciones de negocio como ahora en tiempos
de la economía del mindware. Lo anterior viene a cuento de la iniciativa de un
grupo de empresarios españoles que ha lanzado el primer hotel para tweeteros en
la ciudad de Mallorca. Operado por la cadena Meliá, el Sol Wave House, es un
hotel pionero en la forma de fusionar redes sociales y alojamiento. Su
especialización en el uso del tweeter, les permite ofrecer alojamiento cerca
del mar y servicios a través del hastag #SocialWave, exclusivo de la red wifi
del establecimiento que funciona por medio de una sala de chat virtual en la
que sus infoxicados huéspedes pueden interactuar, compartir fotos y compartir sus
éfimeros y cambiantes estados de ánimo en 140 caracteres. Permite además conocer
otros clientes mediante la red, acudir a ciberfiestas decoradas con los colores
del tweeter, incluso hacer pedidos de mini bar utilizando los ingeniosos hastag
#Fillmyfridge (llena mi nevera). Los tweeter-conserjes atienden a los huéspedes
a través de Internet, los animan y generan ciberconversaciones.
Como decía, nunca antes se había invertido
tanto tiempo y dedicación en fomentar y acentuar nuestra terquedad tecnológica;
otra de las características de nuestra modernidad líquida, en términos de
Bauman, misma que nos ha mudado del mundo de las costumbres y las tradiciones
al simple mundo de los estilos de vida donde, como acertadamente señala Jesús Martín
Barbero, sólo tiene valor aquello en lo que la gente invierte tiempo y dinero.
Qué ironía esa de depender de un teléfono inteligente
para “pasarlo bien” en un espacio que se supone es para alojarse a descansar. Vamos,
no creo exagerar si digo que la pérdida de éste podría arruinar este tipo de
recreación vacacional, ya que seguramente ocasionaría nomofobia en los huéspedes
(aversión obsesiva a perder el teléfono); quienes la padecen son incapaces de
estar solos consigo mismos; entre otras cosas porque no se ven obligados a
estar desconectados y mucho menos a verse en la impostergable necesidad de descansar.
Ya podrán decir que este tipo de hotelería es parte del futuro esparcimiento,
pero en lo personal considero que no dejo de considerar este tipo de
iniciativas como el equivalente a un bar para fumadores, en este caso para seminaiutas
infoxicados que pueden saber el precio de todo y el valor de nada; el precio ed
cualquier tipo de gadgets, por encima del verdadero valor de la vida.
Este tipo de fenómenos fortalecen tesis como
las que viene desarrollando el especialista Martín Barbero en sus estudios acerca
de la comunicación en clave cultural. Éste señala en uno de sus postulados que en
la actualidad, al establecer la aplicación del paradigma informacional a las
ciudades; al acelerar el flujo de los tráficos vehicular, informático y
telefónico, ya no nos quieren juntos, nos quieren conectados, pues una cosa es
encontrarse socialmente con el otro y otra conectarse, esto último devalúa el
espacio de la ciudad, incluso de no lugares como este tipo de hoteles. En fin,
un hotel para tweeteros generado desde la iniciativa privada es igual de
patético al esfuerzo de cientos de alcaldes de nuestro país, que desde el
espacio público vienen haciendo de los jardines ciberjardines. He ahí la
paradoja de nuestra modernidad líquida, espacios que en esencia son para el alojamiento
y el esparcimiento son adaptados para servir de extensión de nuestras
ocupaciones. Los impulsores de estas iniciativas no saben que vivir, como dice
el maestro Pacheco, es tener espacio.
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