En su reciente estudio el Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, nos habla del desplome de la alta cultura y el triunfo de la confusión. Su ensayo La civilización del espectáculo (Alfaguara 2012), es un lamento por ese desplome de valores estéticos sobre los que ya no existen las respetadas jerarquías que la vieja cultura había establecido. Es una condena a la libertad que han adquirido disciplinas como las artes plásticas que autoproclaman lo que puede o no ser arte, debido a que se ha roto el canon que diferenciaba lo excelente de lo regular y de lo detestable.
Estoy de acuerdo con el Nobel en que la lectura de los escritores clásicos de la literatura universal puede llevarnos a enriquecer nuestras vidas, tanto en el terreno del placer y las experiencias, como en el del entendimiento de las relaciones humanas y la política. En lo que no estoy de acuerdo es su forma de negar que el espectáculo haya traído paz y sosiego. No hay más que ver las redes sociales y las máquinas culturales que tenemos en casa tales como las consolas… ¿Por qué no hay más indignados en las calles? Entre otras cosas porque hoy se puede ser indignado desde un cibercafé o desde la comodidad del hogar. En lo personal no veo el peligro de que la cultura sea arrasada por las industrias del entretenimiento, por lo que tiene de cultura efímera y adormecedora como señala el Nobel. Por lo menos habría que aceptar que nunca como antes la paz social (la poca que tenemos) había sido tan barata. Me preocuparía que los intelectuales, artistas, políticos y ciudadanos en general cayéramos en el más profundo conformismo y siguiéramos de forma pavloviana el clamor de las trompetas del mundo del entretenimiento, cuyo único fin es pasarlo bien. Eso sí derrumbaría lo que queda de nuestras instituciones democráticas.
Estoy de acuerdo con el Nobel en que la lectura de los escritores clásicos de la literatura universal puede llevarnos a enriquecer nuestras vidas, tanto en el terreno del placer y las experiencias, como en el del entendimiento de las relaciones humanas y la política. En lo que no estoy de acuerdo es su forma de negar que el espectáculo haya traído paz y sosiego. No hay más que ver las redes sociales y las máquinas culturales que tenemos en casa tales como las consolas… ¿Por qué no hay más indignados en las calles? Entre otras cosas porque hoy se puede ser indignado desde un cibercafé o desde la comodidad del hogar. En lo personal no veo el peligro de que la cultura sea arrasada por las industrias del entretenimiento, por lo que tiene de cultura efímera y adormecedora como señala el Nobel. Por lo menos habría que aceptar que nunca como antes la paz social (la poca que tenemos) había sido tan barata. Me preocuparía que los intelectuales, artistas, políticos y ciudadanos en general cayéramos en el más profundo conformismo y siguiéramos de forma pavloviana el clamor de las trompetas del mundo del entretenimiento, cuyo único fin es pasarlo bien. Eso sí derrumbaría lo que queda de nuestras instituciones democráticas.
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