sábado, 22 de octubre de 2011

Indignación líquida

Comencé a leer un par de recomendables ensayos relativos al movimiento de los indignados de Europa y Estados Unidos: Indignez vous! (Planeta) de Stéphane Hessel, un crítico al borde de los 93 años de edad que vivió lo peor y lo mejor del siglo XX; el horror de los campos de concentración nazis y la satisfacción de colaborar en la redacción de la Carta de los Derechos Humanos de la ONU. Su obra se ha traducido a 34 idiomas. Es la inspiración del movimiento de los indignados con reflexiones sobre el derecho a la dignidad y a la indignación. Inspiración que neutraliza el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, tanto en sus 44 cartas desde el mundo líquido (Paidós), como en la entrevista realizada por Vicente Verdú del diario El País, tras dictar en Madrid la conferencia ¿Tiene futuro la solidaridad? Bauman, padre de la modernidad líquida, como prefiere llamar a la posmodernidad, desencanta a los indignados con un concepto de liquidez que ha demostrado ser fértil en sus análisis sobre el amor, el arte, el miedo y el tiempo, y que utiliza para explicar por qué la evaporación podría ser el paso natural de la indignación.
El sociólogo polaco no cree que las manifestaciones masivas, pacíficas y tan heterogéneas logren combatir los abusos de los mercados, promover una democracia real, reducir las injusticias y mejorar la equidad en el capitalismo global. Explica que las protestas suplen la falta de política global con la oposición popular, debido a que el origen de todos los problemas de la crisis actual tiene causa en la disociación entre las escalas de la economía y de la política por una razón simple: las fuerzas económicas son globales y los poderes políticos, nacionales. Para Bauman el movimiento trata de suplir la falta de globalización de la política mediante la oposición popular. Algo que podría allanar el terreno para la construcción de otra clase de organización, pero nada más.
Califica al movimiento de emocional, una emoción que bajo su punto de vista es apta para destruir pero generalmente inepta para construir nada. En ese sentido la emoción es también líquida; hierve mucho pero se enfría momentos después: “es inestable e inapropiada para configurar nada coherente y duradero”
Es verdad que con emociones no se llega a ninguna parte, pero sólo a condición de aceptar que es un buen primer paso para ejercer el derecho a la indignación. Me quedo con la visión de Stéphen Hessel. Considero que la falta de solidez de las emociones, que la convierte en una expresión líquida, y por tanto, tendiente a evaporarse, puede encontrar adherencia en el llamado de Hessel a privilegiar la esperanza; un llamado a los indignados constructores del siglo XXI, a quienes recuerda que crear es resistir y resistir es crear. Por más líquido y efímero que pueda ser el resultado.

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