martes, 25 de octubre de 2011

El valor económico de la cultura


Aunque los indicadores de desarrollo fueron una recomendación de organismos internacionales décadas atrás, fue en 1997 cuando se presentó una de las primeras publicaciones en América Latina que demostró con una metodología especializada, el valor económico de la cultura en Uruguay: “La cultura da trabajo, entre la creación y el negocio”, elaborado por los especialistas Luis Stolovich, Graciela Lescano y José Mourelle.
En el año 2000, el especialista brasileño Teixeira Coelho definió “Indicador cultural” como un referente de causalidad y cambio en los parámetros artificiales que construimos, ya sean cuantitativos o cualitativos, para modelar el posible cambio del actuar humano y valorar las alteraciones de los bienes, productos o ideas en un espacio y tiempo determinados.
Lo anterior brindó elementos para mejorar la capacidad de adaptación al entorno ecológico y sociocultural, transformando la cultura y la vida de la sociedad en un proceso de desarrollo medible.
Posteriormente hubo otras publicaciones que comenzaron a demostrar el valor económico, por ejemplo del café en Colombia, del cine en España, hasta llegar en 2005 a la multicitada obra mexicana del economista Ernesto Piedras ¿Cuánto vale la cultura? Recientemente el Instituto de Estadísticas de la UNESCO publicó El Marco de Estadísticas Culturales 2009, en el que muestra la dimensión económica, social de la cultura, así como diversos conceptos, estructuras y códigos internacionales de clasificación en la materia.
Hoy es posible hablar de “Impacto socioeconómico de la cultura”, debido a que la operación económica de la cultura es equiparable a la de cualquier otro sector, como señala el economista Ernesto Piedras.
El que esto escribe sostiene también la existencia del concepto “Impacto cultural” en la elaboración de proyectos de intervención cultural, que por extensión del “Impacto social” de Ernesto Cohen, está orientado a mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos al satisfacer y resolver necesidades y problemas culturales, respectivamente. Para ello, se cuenta con trabajos como la “Canasta básica de consumo cultural”. Una herramienta para garantizar el derecho a participar de la vida cultural y el acceso a los bienes y servicios culturales, encabezada por el especialista chileno Pedro Guell y auspiciada por el extinto convenio Andrés Bello y la Universidad Alberto Hurtado (En proceso de publicación). En este trabajo se muestran una serie de indicadores novedosos tales como el Índice de Desarrollo Humano de Género, el Índice de Dinámica Cultural, el Índice de Potenciación al Género, el Índice de Recursos Culturales.
Como podemos ver, la cultura ha comenzado a redefinir su papel frente a la economía en particular y frente al desarrollo en general. Poco se duda ya acerca de su importancia como inductora del desarrollo humano.
Quizá lo que haga falta ahora es que los administradores de la cultura sepan interpretar y hacer valer estos indicadores de gestión.

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