miércoles, 21 de agosto de 2019

La intervención del Ángel al sonoro rugir de un clamor


-->
La intervención del Ángel al sonoro rugir de un clamor
Carlos Lara G.

Resulta difícil intentar hablar desde la libertad sobre las pintas contra de los feminicidios realizadas en el Ángel de la Independencia. Intentaré hacerlo teniendo la libertad de expresión como principio y no tanto como derecho. Un principio que debe servir para defender todo aquello en lo que no creemos y no solo aquello en lo que creemos. No desde la corrección política, lo cual sería, como bien advierte Vargas Llosa, contrario a la libertad misma. En lo personal, no estoy de acuerdo en las manifestaciones que desembocan en daño al espacio público, en particular al patrimonio cultural, como creo que nadie lo está. Sin embargo entiendo, defiendo y abrazo en esta ocasión la causa. Creo que no podemos baremar los hechos a partir de lo estético, lo ideológico, lo jurídico y mucho menos lo económico. No esta vez. Antes bien, podríamos hacer una lectura en clave cultural, desde las atenuantes socioculturales, si se me permite el término.
Para quienes nos dedicamos a la defensa y promoción del arte y la cultura, es común ver la forma en que el valor simbólico de un bien cultural ahoga cualquier pasado, cualquier injusticia y cualquier reclamo. Estamos ante un grito desesperado que no encuentra eco en las instituciones del Estado. Puedo entender, dando por hecho que fueron las mujeres que participan en este movimiento quienes realizaron las pintas, que hayan decidido intervenir, de forma vesánica si se quiere, el adorado y simbólico Ángel de la Independencia. Ese monumento que es parte central de la estatuaria pública que el Estado seleccionó para que los ciudadanos adorásemos a la Nación.  
Uno de los textos más inteligentemente escritos que he leído sobre el patrimonio cultural de nuestro país, Los arrebatos del arte; los bienes culturales, entre la pasión privada y el interés público, de Miriam Grunstein, con prólogo de Jesús Silva Herzog-Márquez, nos ayudaría a entender lo ocurrido. El prologuista hace un recuento de diversas acepciones sobre esa ficción fascinante que es la nación, a partir de destacados pensadores. Cito tres de ellas: Un porvenir que solidariza (Ortega), una fraternidad imaginada (Anderson), o bien, la simple voluntad de vivir en casa (Berlín).
La autora por su parte, concibe y adopta esta ficción como “La matrona del patrimonio cultural”, bajo la tesis de que no puede haber patrimonio cultural de la nación sin la nación, que está, en efecto, autorretratada en bóvedas, colores, formas, sonidos, edificios, calles, avenidas, parques plazas, plazoletas. Vamos, en el propio Ángel de la independencia, rodeada de elementos simbólicos que sirven, tanto para recrear nuestra identidad cultural, como para adorarle. Una nación que, si bien es femenina, agrupa a toda una comunidad con historia y cultural. Esto es, personas y comunidades que conviven bajo una organización política común, con un territorio definido y órganos de gobierno. Por tanto, la nación, como sostiene Grunstein, es la matrona de la cultura y las artes en nuestro país, una parte de ella (la parte femenina podríamos decir), ha decidido no adorarle más, sino utilizarla como lienzo para explosionar una demanda que ni esa organización política común ni sus órganos de gobierno terminan de asimilar.
Una de las provocadoras afirmaciones de Grunstein es la paradoja mexicana de que las reglas que protegen el patrimonio cultural de la nación, han alejado, al patrimonio cultural, de la nación. Es esa excesiva protección la que muchos condenan en redes sociales, señalando que suele ser más importante un bien cultural que la vida de las personas, en particular de las mujeres que están siendo asesinadas y tienen razón. Es necesario comenzar a calcular los efectos de las reglas, atendiendo este problema particular desde su origen y no desde sus consecuencias. Coincido con la autora en que la legitimidad de la custodia en la nación sobre los monumentos culturales, debe sostenerse sobre el eje de los beneficios recíprocos, pero solo a condición de aceptar que en este caso, habremos de considerar una suerte de custodia compartida con quienes la intervinieron.
Creo recordar que fue el maestro Rafael Cauduro quien describió el grafiti como el llanto de las ciudades. Una metáfora pregnante que va más allá de las connotaciones vandálicas que suele tener. En extensión, diría que las pintas en el ángel son el llanto de esa parte femenina de la nación, que es también custodia indirecta. Un llanto que no cesa. Hay opiniones en contra de estos hechos, válidas. Hay quien ve el monumento, hay quien ve las consignas en él. Son reproches no ideológicos, provenientes de lo más profundo de las entrañas de mujeres que aún pueden gritar, que encontraron en el valor simbólico de un monumento, el lienzo perfecto para hacer visible lo que normalizan ya las estadísticas. El ángel comienza a ser el centro de un movimiento.
Estando en España hace unas semanas, escuché decir a Óscar Camps, fundador de la ONG Open Arms, el barco salvador de vidas que naufraga vergonzosamente por el Mediterráneo en busca de puerto, que no temía a la condena de cárcel a la que se enfrentaba: “de la cárcel se sale, del fondo del mar no” decía. Aquí estamos ante un caso similar, la reparación del bien es reversible, la muerte no. Sin embargo, creo firmemente que esta reversibilidad no debe ser una suerte de licencia para deteriorar de forma sistemática nuestro patrimonio. Antes bien, creo que se debe comenzar a calcular el efectos de las reglas, de la mano de una actuación efectiva de las instituciones del Estado. 
Acudamos al monumento, no a ver, sino a apreciar las pintas, sin un criterio estético, económico o jurídico: apreciémoslo no desde el estado de derecho, ni desde el estado de ánimo, sino desde el estado de indefensión y desde la ausencia del Estado. Dejemos de centrar la atención por un momento, en el encanto del monumento; que su encanto no ahogue esta manifestación legítima de descontento. Seamos capaces de entender que el patrimonio cultura es también una realidad política; una realidad política en constante construcción y restauración, donde lo inmaterial, lo imaginario y lo simbólico, detonan la reconstrucción y restauración de lo material. En ese sentido, espero que el ángel después de su restauración material no sea el mismo en el terreno inmaterial. Espero también que el movimiento y las instituciones del Estado tampoco sean los mismos, que todos hayamos aprendido algo de esta dolorosa intervención que busca desesperadamente justicia y seguridad, para que la nación que habitamos sea ese porvenir que solidariza, esa fraternidad imaginada, o bien, la simple y legítima voluntad de vivir en casa.

No hay comentarios: