lunes, 24 de junio de 2013

¿Con qué valores prohibir qué?

El Gobierno francés acaba de anunciar su intención de bloquear las negociaciones de un  acuerdo de libre comercio con Estados Unidos ante la Unión Europea, si no se excluye de las negociaciones a la industria cultural, en particular la creación, la difusión y la financiación de películas. Su argumento es que existe el peligro de que los servicios culturales se conviertan en una moneda de cambio: “Y la excepción cultural no se negocia”, dijo la ministra de Comercio, Nicole Bricq. Lo mismo dijo el primer ministro francés, Jean-Marc Ayrault, quien recibió el respaldo de 14  ministros de Cultura europeos, entre ellos los de Alemania, España e Italia. El cineasta francés Costa-Gavras, luego de una reunión con el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, lo tildó de “hombre peligroso para la cultura europea” por querer uniformar el cine europeo.
Qué absurdo es el Gobierno francés en estos debates. Más allá de pensar en estrategias para que sus ciudadanos y los europeos mismos puedan dialogar con otras culturas, optan por “proteger” su identidad. La discusión en torno a la excepción cultural que tanto abrazan las trasnochadas izquierdas, inició hace más de 10 años al interior de la UNESCO por el grupo francófono. Esto generó incluso el regreso de Estados Unidos al organismo luego de 20 años de ausencia. Lo hizo a través de la entonces Primera Dama Laura Bush y de un fuerte “donativo” al organismo. El regreso se debió a que la política comercial estadounidense se estaba topando con políticas arancelarias provenientes de la UNESCO en la implementación de tratados comerciales, en particular con los denominados productos culturales.
Años después China aplicó la excepción cultural al impedir la exhibición del Código Da Vinci en su temporada vacacional, hasta que sus ciudadanos consumieran lo que el país había producido, pero la Organización Mundial del Comercio dejó sin efecto la medida. En 2005 la excepción cultural quedó superada con la aprobación de la Convención sobre la Protección y Promoción de las Expresiones Culturales. En lo personal, considero que la excepción cultural podría terminar en un dirigismo cultural de Estado, el otro extremo natural de este debate, pues al no haber una oferta cultural amplia, una libertad cultural básica y una diversidad de contenidos culturales en el mercado, serían los gobiernos (con sus respectivos criterios e intereses), quienes decidirían qué ver, que escuchar y qué consumir. Lo que ha tratado de hacer el gobierno chino con esa medida de postergar la exhibición de películas hollywoodenses en su territorio, es menos condenable, bajo mi punto de vista que la miope posición francesa, pues China (con todo y lo que representa su régimen político) no elimina la posibilidad de ver otro tipo de cine, simplemente busca dar prioridad a lo que su industria cinematográfica produce.  
Gran Bretaña, con menos prejuiciosos, apuesta por las negociaciones con Estados Unidos para lograr en breve la mayor zona de libre intercambio del mundo. La India, en lugar de alimentar el miedo a lo distinto, encontró su vocación en el desarrollo del software, lo mismo ha hecho España con el desarrollo del mindware (videojuegos), que incluso los ha denominado “Bienes culturales”. Y qué decir del colapso financiero de 2008 que llevó a Islandia a montarse en el vagón de su industria creativa, y que a diferencia del Sur de Europa, donde los recortes presupuestales y el incremento en el pago de los impuestos marcaron al sector cultural, dicho gobierno apostó por el sector, a partir, por ejemplo, de la interpretación de encuestas que demostraban que un 70% de los jóvenes se decantaba por la música. Algo sabido desde 2006, año en que fue creada la oficina de exportación musical de este país dirigida por Sigtryggur Baldursson, ex baterista de los Sugar Cubes, la banda con la que Björk comenzó, parte de la leyenda del sonido islandés. Según este organismo, 43 bandas tocaron en 2011 fuera de Islandia. La industria del software y los videojuegos ha sido otra de sus apuestas. Según la Ministra de Cultura está en los aledaños de la cultura y da mucho trabajo a gente del sector, como ilustradores. En el terreno de la cinematografía, una nueva ley viene reembolsando el coste de cualquier película rodada en Islandia a sus productores. Es así que Ridley Scott decidió rodar ahí Prometheus, al igual que Darren Aronofsky hizo con Noah; otros rodajes importantes son el de la serie de HBO Juego de Tronos. Hay quienes hablan ya de un “Milagro cultural irlandés”. El impacto económico de esta actividad ronda los 1.000 millones de euros; el doble destinado a la agricultura y solo por debajo de la legendaria máquina de exportar bacalao y otros productos del mar al mundo continental, primera industria de la isla. Lo anterior ha sido obra de una Ministra de Cultura (Katrín Jakobsdóttir), quien en lugar de lamentar la situación global, ha sabido convencer a todo un gabinete sobre los beneficios de invertir en la cultura para exportar lo que tienen para mostrar al mundo. En Corea del Sur un coreano se convirtió en el rey del pop y no por casualidad. El periodista financiero, Luis Miguel González, ha explicado cómo vienen invirtiendo para ser una de las mayores potencias de la industria cultural mundial con productos como el Korean Pop o Kpop que parodia PSY en su video Gangnam style. Por el también director de El Economista, sabemos que bajo la denominación de Hallyu (como es conocida en Asia a este boom de la cultura pop), el  Korean wave (Ola coreana), dio inicio a fines de la década de los noventa, como parte de una política de Estado. Asimismo, el gobierno decidió invertir en banda ancha de alta velocidad en internet y creó así una nación obsesionada con el multimedia. En ese sentido, las autoridades de Seúl, que no querían quedarse atrás de Japón en el terreno de las industrias creativas, ofrecieron incentivos fiscales y apoyo a la comercialización y promovieron alianzas con el sector privado. En la actualidad el gobierno Coreano genera exportaciones de productos culturales que a 2011 rondaban los 4,159 MDD; sin dejar de mencionar que dentro de estas actividades, incluyen también la captación de un turismo de consumo cultural y la creación de medio millón de empleos.
En México la clase gobernante no termina de dar forma a su industria cultural, lo más visible que tenemos por el momento en la denominada New Mexican Wave del rebautizado cada diez años como “Nuevo cine mexicano”, algunos intentos aislados como lo generado por la polémica firma Pineda Covalín. Sin embargo, sabemos que genera poco más del siete por ciento del PIB. Los anteriores directivos de Proméxico reconocían que no importaban cultura porque no sabían cómo…Veremos qué hace ahora el recientemente creado Instituto Nacional del Emprendedor. Pero volviendo a la denominada excepción cultural, sólo recordar un dato más. En México cuando los estudios sobre invasión cultural norteamericana estaban en boga, y el artista Francisco Toledo era aplaudido por Elena Poniatowska en el diario La Jornada por expulsar del centro histórico de Oaxaca a un restaurante de comida rápida, al que la gente arrojaba tamales oaxaqueños en la fachada, Néstor García Canclini demostró que en la Ciudad de México había más restaurantes argentinos que McDonald´s. La pregunta es ¿En verdad sería mejor que el Estado nos dijera qué comer, qué ver, qué escuchar, qué consumir? ¿Con qué valores prohibir qué? Diría Gabriel Zaid. Con los de un determinado partido, o peor aún, con los de un grupo parlamentario, con los de un titular de cultura. El poeta Hugo Gutiérrez Vega reconoce una gran verdad al decir que los efectos de la globalización, si bien son irreversibles, también es cierto que son perfectamente revisables, pero en lo personal no considero que para terminar colocando la carreta delante de los caballos, sino para generar una revisión encaminada a fortalecer el diálogo entre culturales a partir de estrategias de Estado por mostrar lo que se tiene, y no alimentando un discurso chillón como ese del cine mexicano, que pareciera que está discapacitado, y por lo tanto requiere de incentivos, de apoyos empresariales, de una menor exhibición de películas hollywoodenses en las pantallas nacionales (como decía María Rojo, quien compró la idea de la excepción cultural) y de que el público asista a ver cine mexicano porque es mexicano. Considero que no existen valores de ningún tipo para prohibir o impulsar determinadas manifestaciones culturales. Existe sí, la obligación del Estado por garantizar el acceso a los bienes y servicios culturales de todo tipo, y dependiendo de cada país, con los límites impuestos ya sea en un artículo específico, o bien  a lo largo y ancho de la misma constitución.

No hay comentarios: