Más de algún lector habrá experimentado la ansiedad de los pasajeros de los aviones que se resisten a apagar el celular en el despegue, y eterno se les hace el aterrizaje para encenderlo cuando aún no deben. En lo personal, soy de la opinión de que en la mayoría de los casos estos aparatos, particularmente los de última generación, infoxican y aumentan nuestro grado de dispersión al exponernos a tanta información. Y es que vivimos expuestos a una variedad de servicios de telecomunicación que van desde líneas telefónicas fijas, móviles, internet, mensajes cortos, mensajería instantánea, correo electrónico, redes sociales, libros electrónicos, consolas de videojuegos, computadoras, notebooks, netbooks, handsets, readers, cámaras digitales, mp3, GPS y televisores (analógicos, digitales, de alta definición, vía celular, internet, de paga o por cable). Una variedad que terminará por convertir al ser humano en eso que el economista Ernesto Piedras denomina homo telecom, un ser intensivo en la comunicación a distancia.
No cabe duda que las políticas culturales que echan mano de la tecnología, terminan favoreciendo un tipo de recreación cultural en el que ya no es posible estar juntos, porque es “mejor” estar conectados. Este novedoso sistema de traducción puede no resultar molesto en el teatro, pero sí mermar la convivencia en otro tipo de espectáculos. Por lo pronto, será interesante ver cómo funciona en uno de los pocos espacios que ofrecía la posibilidad de desconectarse para apreciar, por unos momentos, la manifestación artística de una puesta en escena.
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