sábado, 14 de mayo de 2011

Crónica de U2 a 360°


Salí de la oficina a las seis de la tarde rumbo al concierto de U2. Buena hora para hacer un traslado del Centro Histórico de la Ciudad de México al Coloso de Santa Úrsula. El metro lucía pletórico de comprimidos, pero impacientes y expectantes seguidores de una banda que comenzaba a colapsar la avenida Tlalpan y alrededores. El personal del metro en vano indicaba cómo acceder de mejor forma al vagón que nos llevaría sin escalas al Azteca. Todos caminábamos con la mirada puesta en el escenario plantado al centro de la cancha. En lo personal, deseaba ver ese imponente despliegue tecnológico del que hablaban los medios. En mi cabeza rebotaban las gotas de agua de la intermitente lluvia que amenazaba a unos y daba empleo a otros. En mi mente no terminaba de acomodar las 140 toneladas de luz, sonido y video que describían las notas previas al concierto, la gigantesca estructura denominada “La garra” de 50 metros de altura y 64 de ancho, y la pantalla más grande del mundo.
Mi ingreso fue por las escaleras que conducen a la zona “C”, la mejor para apreciar un espectáculo de esta naturaleza. Cantaba Gary Lightboody y su Snow Patrol, la banda escocesa-irlandesa que abriría el concierto, y que al final de cada canción recibía el aplauso impaciente de un público en espera del cuarteto de Irlanda. Luego de mostrar nuestra cortesía rockera con los teloneros, y habiendo hecho los ajustes necesarios al sonido y al escenario, aparecieron en él Bono, Edge, Adam y Larry, descendiendo por una rampa colocada de la misma manera que hacen los boxeadores en Las Vegas Nevada camino al ring. Frugales, y haciendo gala de un halo de orgullo por la presencia de un público tan especial, inmediatamente nos hicieron girar a 360 grados con Even better than the real thing y I will follow, inmersos en una majestuosa expansión multimedia y ante la pantalla más grande del mundo que se haya construido para un masivo. Estábamos ante un montaje que ponía a prueba el trabajo realizado por 257 empleados que se dieron a la tarea de crear uno de esos escenarios que tanto gustan a Bono, según relata éste en sus conversaciones con Michka Assayas (Editorial Alba).
Miles de jóvenes saltaron al ritmo de Vértigo, sólo hicieron pausas para dar testimonio de su envidiable presencia en el concierto, a través del facebook. Miles de padres de familia volvieron a ser rockeros ante el rito pacifista de Sunday bloody Sunday, y otros más, como el que esto escribe, volvimos a recrear los años de la preparatoria con With or without you, envueltos por la estratosfera galáctica emanada del centro de “La Garra”, cercados por el humo, las luces, el sonido y una potente y luminosa antena que parecía avisarnos que estábamos a punto de despegar al espacio, pero el señor de las papas nos recordaba que estábamos en la Tierra, en la Ciudad de México, en el Coloso de Santa Úrsula: donde “La Garra” de una enorme araña la noche del miércoles hizo su nido. Satisfecho emprendí la retirada entonando Where the streets have no name, la penúltima canción del concierto. Así fue el regreso a casa, la multitud y el caos vial dejaron las calles sin nombre por largas horas. La tarifa de los taxistas, por un tramo de diez kilómetros, tampoco tenía nombre.

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