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martes, 25 de noviembre de 2014

Ayotzinapa y los malos del lienzo

El fracaso de la multicitada transición política, que iniciara en 1968, precisamente con una lamentable matanza de estudiantes; la incapacidad de los gobiernos del cambio de la también multicitada alternancia política, para frenar al crimen; la realternancia priísta que en lugar de mover a México lo ha inmovilizado, y Ayotzinapa convertido en el 68 perredista, tienen a millones de mexicanos en la desesperanza.
Me pregunto quiénes son hoy los malos del lienzo, del muralismo mexicano, a partir de la tesis en torno a “la cultura del mural", que hiciera Carlos Castillo Peraza. Esa cultura que se nos inculcó desde las aulas escolares a través del libro de texto gratuito, que retrató un México dividido en dos grandes sectores: el de los triunfadores enmarcados en el reino del colorido brillante y las imágenes realistas, claras, luminosas, limpias y erguidas, y el de los vencidos, donde prevalece lo oscuro, lo deforme, lo grotesco, lo sucio y lo aplastado.
El poder emanado de esas imágenes, directa e indirectamente llevó a millones de mexicanos a ocupar uno de los bandos, generalmente, como señala Peraza, el de los ganadores. Esta es una de las conductas más lamentables de la cultura del mural. Habernos hecho asumir al partido en el poder como el bueno y a cualquier tipo de oposición como los malos del lienzo. Hoy que el gobierno mata a sus jóvenes estudiantes y ciudadanos en general, cabe preguntarse quién es el malo de esa cultura del mural.
Lo lamentable es que esa concepción guerrera del mural no deje abrir espacios a una oposición política con garantías claras para los ciudadanos y urdir ese nuevo tejido social donde las estrategias de gestión cultural tengan sentido. Pero más lamentable aún es que los gobernantes hayan vuelto a los métodos aztecas para eliminar a los distintos. En esto, todos los partidos tienen una historia que contar, o qué enterrar.
Cambiar a México, decía Castillo Peraza, no consiste en invertir cromáticamente los colores del lienzo, sino en salir de él. Y eso es precisamente lo que no hemos logrado.

martes, 24 de septiembre de 2013

La cultura del mural

La frase "Dios no existe" del mural de Diego Rivera Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central de nuevo es centro de una polémica. Un grupo de artistas y escritores -Francisco Toledo y Paco Ignacio Taibo II, entre ellos- ha vuelto a solicitar al Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) restituir la frase de la obra que Rivera pintó en 1948. La respuesta del INBA a la solicitud de la Gran Unión de Libres Pensadores fue negativa debido a que fue el mismo Rivera quien reconsideró en 1956 y decidió poner la frase "Conferencia en la Academia de Letrán". Es importante señalar que de hacerlo, el INBA no solo violaría su misma ley de creación, sino también la Ley de Monumentos, la Ley de Bienes Nacionales e incluso la Carta Internacional sobre Conservación y Restauración de Monumentos y Sitios, conocida como la Carta de Venecia de 1964, que tiene como uno de sus principios "no innovar".
Por diversos especialistas sabemos que antes de su inauguración, un sacerdote se negó a bendecir el mural; posteriormente, un grupo de creyentes rayó con cuchillos la cara de Diego niño y borró la polémica frase que Ignacio Ramírez "El Nigromante" dijera en la Conferencia en la Academia de Letrán. El cineasta Ismael Rodríguez, en una de las películas, proyectó en una barda la frase "Dios sí existe". Y ahora, los 156 firmantes sostienen que es necesario reivindicar al "Nigromante" y a Rivera.
En sus reflexiones en torno a la "cultura del mural", Castillo Peraza, apoyado en Gramsci, decía que la hegemonía cultural es decisiva para conseguir la hegemonía a secas. Es esta cultura del mural la que nos inculcó desde las aulas escolares, a través de los libros de texto gratuitos (siempre únicos), el evangelio de la Revolución plasmado en los murales, que retrató un México dividido en dos grandes sectores: el del reino del colorido brillante y las imágenes realistas, claras, luminosas, limpias y erguidas, y aquel en el que reina lo oscuro, lo deforme, lo grotesco, lo sucio y lo aplastado. Donde existía "una historia en la que solo hay vencedores y vencidos".
Durante décadas, la estética y la mística del muralismo concebidas en su inicio por Vasconcelos fueron utilizadas para generar y dirigir emociones que aceptaran, por ejemplo, una verdad absoluta sobre el pasado, el presente y el futuro de México y los mexicanos. Es así que el poder emanado de esas imágenes, virtualmente obligó a los mexicanos a ocupar uno de los bandos, generalmente, como señala el filósofo, el de los ganadores. Ésta es una de las conductas histórico-políticas más lamentables de esta cultura del mural que por años confundió estado-gobierno-partido oficial e impidió diferenciar la nación, lo nacional y lo mexicano. Lo anterior nos hizo asumir al partido en el poder como el bueno y a la oposición como los malos del lienzo. Esa concepción guerrera del mural del todo o nada que señalaba Castillo Peraza debía abrir espacios para urdir una oposición con garantías mínimas de organización. Por ello su invitación fue la de "salir del mural", en el entendido de que cambiar a México no consiste en invertir cromáticamente los colores del lienzo, sino salir de él.
Restituir la frase "Dios no existe" en el mural de Rivera es pensar desde el interior de la cultura del mural y su concepción guerrera. Dejarlo como está, es respetar la decisión del mismo artista y, en cierta forma, del público, que es finalmente quien termina las obras con su interpretación. Es salir del mural y mirar hacia adelante.