Estoy
leyendo un sugerente y provocador ensayo del escritor y analista Michael
Bhaskar sobre la importancia de la curaduría, su entendimiento no propiamente
como la conocemos, asociada al arte, sino a la vida misma, de cómo determina el
problema de la abundancia de contenidos, de información, de entretenimiento. En
síntesis, el poder de la selección curatorial en un mundo de excesos como el
que vivimos, donde la escasez ya no es un problema.
En
la parte inicial del ensayo, Bhaskar señala que parte de los problemas que
padecemos en la actualidad mediática, no son propiamente causados por la
tecnología,i la globalización o los hábitos de lectura, sino también por una
fuerza más allá de uno de estos factores: el exceso de oferta. Una tendencia
identificada por el autor, detrás de otras tendencias que dificultan el mercado
editorial. Lo anterior, en el mundo del consumo editorial, nos lleva a
experimentar eso que los japoneses llaman, tsundoku,
un juego de palapbras que significa “pila de lectura”, apilar libros, dejar que
algo se acumule, en concreto, comprar libros para no leerlos, sino acumularlos para
después. Recuerdo que una querida amiga promotora de la lectura, solía decir que un libro
era siempre una promesa. En efecto, a todos nos ha pasado en menor o mayor
grado. Entre las razones que percibo está la falta de tiempo, la falta de
hábito lector y la infoxicación que padecemos, precisamente porque nuestro
entorno carece generalmente de curaduría y eso nos hace perder lo que menos
tenemos, tiempo.
Hace
un par de días, captó mi atención un twitt que escribió @jOsearcadiO al
guionista Guillermo Arriaga, en el que dice: “Espero pueda responderme una
pregunta. Si se compra un libro y empieza a leerlo, pasan muchas páginas y no
le atrapa la historia, estilo etc. ¿Se obliga usted a leerlo, o habiendo tanto
por leer en el mundo, pasa de dicho libro? A lo que el guionista respondió: “Le
doy una oportunidad al empezar. Si no termina por convencerme después de
determinado tiempo, lo dejo. Eso no quiere decir que sea malo. Simplemente no
estaba escrito para mí. Hace años que dejé de obligarme a terminar un libro”. Tanto
la pregunta como la respuesta nos regala una fotografía del momento que
vivimos. La falta de curaduría, de críticos, de filtros que nos ayuden a no
perder tiempo. A no hacer de la lectura una obligación.
María
Luisa Funes, periodista del diario ABC, considera que para muchas personas,
estar rodeados de libros aporta una sensación placentera y reconfortante, da la
tranquilidad de tener más conocimientos y entretenimientos a mano. Bajo esta
lógica, puede ser que comprar libros sin fin, dice, no sea otra cosa que seguir
buscándose a sí mismo en cada uno de ellos.
Ahora
bien, en el caso de quienes padecen tsundoku,
llama la atención que esta especie de coleccionista-lector no desee dejar su
vicio; es más, gasta demasiado en libros y suele atiborrar cualquier
espacio disponible, echando mano del suelo si es necesario. Por cierto, la periodista considera que, dado que ninguna palabra en español hace referencia precisa a este
hábito de comprar libros compulsivamente para terminar dejándolos apilados sin
leer, propone el término “libro de compañía”. Para mí, sería más adecuado utilizar el término procrastinación, que es justo
lo que solemos hacer, procrastinar.
Esta
anécdota no podría tener mejor final. Resulta que como suele ocurrir a menudo,
los japoneses han encontrado una posible respuesta al padecimiento del tsundoku, a decir de Bhaskar. En el distrito de Guinza,
ubicado en la ciudad de Tokio, existe una librería que solo vende un libro por persona. Lo sé,
puede no ser la solución, pero creo que podría reforzar el hábito lector y
hacer que el libro deje de ser una promesa, una simple compañía, una moneda
social e incluso, una obligación.
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