Los condenables hechos ocurridos en un colegio de
la ciudad de Monterrey, nos llevan a lamentar nuevamente el recorte
presupuestal al sector cultura en más de un 30%, la desaparición del fondo de
combate a la delincuencia, la falta de responsabilidad de los padres y de miopes
funcionarios y editorialistas que señalan como parte del problema el contenido
violento de series y películas, en el caso de los funcionarios, sin hacer nada
por enriquecer ni la cobertura ni los contenidos de los mal llamados medios de
servicio público. En el caso de los padres, que no pretendan restringir
derechos como la libertad creativa y la libertad de expresión, a quienes
disfrutamos de la ficción, cuando no han sabido llevar con atención y
responsabilidad la educación visual de sus hijos a la edad de los videojuegos. Bastante
tenemos con el operativo “Mochila segura”, que deja la presunción de inocencia
en estado de excepción porque ¿Saben qué? Puede volver a ocurrir una tragedia.
La
mochila, de herramienta de trabajo a portadora de desconfianza
Es penoso atestiguar la manera en que en cientos de
empresas, almacenes, restaurantes y tiendas departamentales revisan empleados a
la hora de salida para comprobar que no están robando nada. Para asegurarse de
que sus trabajadores no están sustrayendo componentes, artículos o comida;
hacerlo, además, en presencia de los clientes, proyecta una imagen negativa que
no parece importar a nadie, ni a la empresa, ni a los trabajadores ni a los
clientes, porque asumimos los cateos como un protocolo normal. De esta manera
el trabajador tiene que asumir que su mochila no es ya una herramienta, sino un
elemento portador de desconfianza, y por tanto, debe poner a prueba su
honorabilidad cada 24 horas ¿Saben por qué? Porque el robo hormiga
lamentablemente existe.
Los
clientes como ladrones en grado de tentativa
Indignante es también observar cómo en las tiendas
departamentales debemos pasar por un arco de seguridad que comprueba que no
somos ladrones, que califica nuestra honorabilidad ante los demás. Y qué decir
de establecimientos como Sam´s o Home Deepot, donde además de haber pagado en
caja, te ves sometido a la salida a una vergonzosa revisión, en la que cotejan
el comprobante de pago con los artículos adquiridos, sin que la Procuraduría
General del Consumidor haya podido hacer nada al respecto ¿Saben por qué?
Porque como en los otros casos, el robo en este tipo de establecimientos existe
y terminamos asumiendo un cateo de esta naturaleza como algo normal.
La normalización de la ignominia
La corrupción y la impunidad han comenzado a hundir
al país a niveles preocupantes de inestabilidad económica, algo que si bien
indigna no deja de verse también como algo inherente a la política y a los
negocios de la empresa privada. Lo mismo pasa con la impartición de justicia y
ahora también con la seguridad. Ya no aspiramos a que nos garanticen un mínimo
de paz social, la carencia de este derecho es ya asumida como normal; antes
bien agradecemos que un compañero de clase no haga bulling o cometa locuras
como las que acabamos de lamentar.
La revisión de mochilas a nuestra niñez mexicana,
debe llevarnos a reflexionar, más allá de si esto violenta algún derecho, a qué
tipo de sociedad se está formando en las aulas debido a que los padres siguen
viendo en la educación primaria, secundaria y preparatoria, como una extensión
de la guardería. Si no somos capaces de asumir el rol que nos corresponde en un
esquema de coeducación, de desarrollar pautas creativas, de establecer reglas
mínimas de interacción con la tecnología,
de poner en pausa la publicación del estatus en redes sociales, de demostrar a nuestros
hijos, nativos digitales, que no es lo mismo estar juntos que conectados. De
enseñar a valorar la convivencia familiar y social. No pretendamos
después repartir culpas a la industria del entretenimiento, al contenido televisivo
y a las instituciones públicas. Consentir la revisión de las mochilas de
nuestros hijos sin hacer una revisión social y moral de nuestras conductas, es configurar
el delito de portación de mochila en grado de tentativa; es consentir que esta
nueva generación sea también revisados al salir de sus empleos, a las puertas
de las tiendas departamentales, al ingresar a un estadio a ver un partido de
futbol o un concierto. Es convalidar un protocolo de adiestramiento para la
vida en una sociedad que ha normalizado el delito, el robo y la ignominia.
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