lunes, 23 de enero de 2017

La revisión de mochilas comporta una revisión social y moral

La portación de mochila como lesión en grado de tentativa

Los condenables hechos ocurridos en un colegio de la ciudad de Monterrey, nos llevan a lamentar nuevamente el recorte presupuestal al sector cultura en más de un 30%, la desaparición del fondo de combate a la delincuencia, la falta de responsabilidad de los padres y de miopes funcionarios y editorialistas que señalan como parte del problema el contenido violento de series y películas, en el caso de los funcionarios, sin hacer nada por enriquecer ni la cobertura ni los contenidos de los mal llamados medios de servicio público. En el caso de los padres, que no pretendan restringir derechos como la libertad creativa y la libertad de expresión, a quienes disfrutamos de la ficción, cuando no han sabido llevar con atención y responsabilidad la educación visual de sus hijos a la edad de los videojuegos. Bastante tenemos con el operativo “Mochila segura”, que deja la presunción de inocencia en estado de excepción porque ¿Saben qué? Puede volver a ocurrir una tragedia. 

La mochila, de herramienta de trabajo a portadora de desconfianza  

Es penoso atestiguar la manera en que en cientos de empresas, almacenes, restaurantes y tiendas departamentales revisan empleados a la hora de salida para comprobar que no están robando nada. Para asegurarse de que sus trabajadores no están sustrayendo componentes, artículos o comida; hacerlo, además, en presencia de los clientes, proyecta una imagen negativa que no parece importar a nadie, ni a la empresa, ni a los trabajadores ni a los clientes, porque asumimos los cateos como un protocolo normal. De esta manera el trabajador tiene que asumir que su mochila no es ya una herramienta, sino un elemento portador de desconfianza, y por tanto, debe poner a prueba su honorabilidad cada 24 horas ¿Saben por qué? Porque el robo hormiga lamentablemente existe.

Los clientes como ladrones en grado de tentativa

Indignante es también observar cómo en las tiendas departamentales debemos pasar por un arco de seguridad que comprueba que no somos ladrones, que califica nuestra honorabilidad ante los demás. Y qué decir de establecimientos como Sam´s o Home Deepot, donde además de haber pagado en caja, te ves sometido a la salida a una vergonzosa revisión, en la que cotejan el comprobante de pago con los artículos adquiridos, sin que la Procuraduría General del Consumidor haya podido hacer nada al respecto ¿Saben por qué? Porque como en los otros casos, el robo en este tipo de establecimientos existe y terminamos asumiendo un cateo de esta naturaleza como algo normal.

La normalización de la ignominia

La corrupción y la impunidad han comenzado a hundir al país a niveles preocupantes de inestabilidad económica, algo que si bien indigna no deja de verse también como algo inherente a la política y a los negocios de la empresa privada. Lo mismo pasa con la impartición de justicia y ahora también con la seguridad. Ya no aspiramos a que nos garanticen un mínimo de paz social, la carencia de este derecho es ya asumida como normal; antes bien agradecemos que un compañero de clase no haga bulling o cometa locuras como las que acabamos de lamentar.

La revisión de mochilas a nuestra niñez mexicana, debe llevarnos a reflexionar, más allá de si esto violenta algún derecho, a qué tipo de sociedad se está formando en las aulas debido a que los padres siguen viendo en la educación primaria, secundaria y preparatoria, como una extensión de la guardería. Si no somos capaces de asumir el rol que nos corresponde en un esquema de coeducación, de desarrollar pautas creativas, de establecer reglas mínimas de  interacción con la tecnología, de poner en pausa la publicación del estatus en redes sociales, de demostrar a nuestros hijos, nativos digitales, que no es lo mismo estar juntos que conectados. De enseñar a valorar la convivencia familiar y social. No pretendamos después repartir culpas a la industria del entretenimiento, al contenido televisivo y a las instituciones públicas. Consentir la revisión de las mochilas de nuestros hijos sin hacer una revisión social y moral de nuestras conductas, es configurar el delito de portación de mochila en grado de tentativa; es consentir que esta nueva generación sea también revisados al salir de sus empleos, a las puertas de las tiendas departamentales, al ingresar a un estadio a ver un partido de futbol o un concierto. Es convalidar un protocolo de adiestramiento para la vida en una sociedad que ha normalizado el delito, el robo y la ignominia.

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