Acudí
al estreno de Las 50 sobras de Grey en compañía de mi esposa. Ella, motivada por
ver la adaptación de la saga, yo por observar la fiebre mediática de la
industria en torno a la cinta. Puedo decir que su pirotecnia promocional es
proporcional a la tomadura de pelo que hace a los lectores, que acudieron incitados por
ver la historia de una relación sadomasoquista devenida en amor, y seguro estoy
que se encontraron con un descarado largo, lineal y aburrido primer capítulo de
una historia que no prometería mucho en el cine, de no ser porque cuenta con un
público masivo bastante condescendiente, poco exigente en su consumo cultural,
un púbico de best sellers. Pude observar cómo decenas de adolescentes acudieron
en grupo como a una convocatoria de flashmob,
como a una de esas modas urbanas de un día sin pantalones en el metro, o mejor
aún, a un llamado de Spencer Tunik, se percibía una cierta sonrisa cómplice y curiosa, previa a la participación de un acto
performativo y trasgresor.
Los
realizadores de la cinta solo pensaron en el retorno de inversión; en sacar el máximo provecho al fenómeno literario de E.L.
James, bajo la fórmula probada del cine que seguramente replicará su éxito como
película. En su primer fin de semana recaudó 248 millones de dólares. Apostaron a la creación de una atmósfera de consumo animada
por el día del amor y la amistad, mediante un fuerte ardid publicitario. Supieron
motivar a un público masivo que suele pagar por un evento, recibir una
cachetada y dar las gracias a través de un selfie
en sus redes sociales. Es el mismo fenómeno que podemos apreciar con Luis Miguel, un cantante con talento que
ya solo vive de rentas, que no crea ni produce nada nuevo y sigue llenando
auditorios incluso, cancelando fechas a causa de su lamentable estado físico.
Las dos cosas buenas de la cinta son la actuación de Dakota
Johnson y la banda sonora. No sé qué es peor, si el guion o la decepcionante caracterización
de Jamie
Dornan, clara muestra de que una cara bonita y un físico atractivo no lo es
todo en el mundo del cine. Lo dicho, 50 sombras de Grey fue un libro de venta masiva, que ha
devenido en cinta de venta rápida, que no motiva a ser vista, aunque sí a ser
practicada.
En lo personal considero que esta
película no es nada recomendable para quienes vimos o leímos obras tales como Las edades de lulú (1989) en cuya trama
la protagonista de 15 años, se enreda sexualmente con el amigo de su hermano y
le fascina el juego que van urdiendo; Lolita,
el clásico de Vladimir Nabokov llevada al cine por Kubrick; Inmaculada o los placeres de la inocencia,
de Juan García Ponce (1989) o bien, Pasión
turca (1993), donde una mujer en un viaje a Turquía conoce a un hombre con
el que vive una pasión dominante, que la lleva a olvidar a su marido, a su
país, incluso su vida misma.
Las 50 sombras de Grey tiene también el record de asistencia, para una película a la que la crítica califica de regular a mala ¿Pero quién hace caso a la crítica en estos días? La cinta es un fenómeno cinematográfico que está
siendo visto y recomendado casi por contagio cultural, que es como se ve, se
recomienda y genera hoy el consumo reprocultural de las nuevas generaciones.
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