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miércoles, 14 de agosto de 2013

Un hotel para tweeteros

Dice José Emilio Pacheco que vivir es tener espacio. Una concepción de la vida tan simple como verdadera que no terminan de entender los urbanistas, los políticos, empresarios, ciudadanos, usuarios y consumidores. Lo digo porque nunca la neomanía (manía por lo nuevo) había sino tan palpable como ahora, en detrimento del sano esparcimiento. Nunca como ahora la ansiedad tecnológica había generado tantos mercados para seminautas. Nunca los coolhunters habían tenido tantas opciones de negocio como ahora en tiempos de la economía del mindware. Lo anterior viene a cuento de la iniciativa de un grupo de empresarios españoles que ha lanzado el primer hotel para tweeteros en la ciudad de Mallorca. Operado por la cadena Meliá, el Sol Wave House, es un hotel pionero en la forma de fusionar redes sociales y alojamiento. Su especialización en el uso del tweeter, les permite ofrecer alojamiento cerca del mar y servicios a través del hastag #SocialWave, exclusivo de la red wifi del establecimiento que funciona por medio de una sala de chat virtual en la que sus infoxicados huéspedes pueden interactuar, compartir fotos y compartir sus éfimeros y cambiantes estados de ánimo en 140 caracteres. Permite además conocer otros clientes mediante la red, acudir a ciberfiestas decoradas con los colores del tweeter, incluso hacer pedidos de mini bar utilizando los ingeniosos hastag #Fillmyfridge (llena mi nevera). Los tweeter-conserjes atienden a los huéspedes a través de Internet, los animan y  generan ciberconversaciones.
Como decía, nunca antes se había invertido tanto tiempo y dedicación en fomentar y acentuar nuestra terquedad tecnológica; otra de las características de nuestra modernidad líquida, en términos de Bauman, misma que nos ha mudado del mundo de las costumbres y las tradiciones al simple mundo de los estilos de vida donde, como acertadamente señala Jesús Martín Barbero, sólo tiene valor aquello en lo que la gente invierte tiempo y dinero.
Qué ironía esa de depender de un teléfono inteligente para “pasarlo bien” en un espacio que se supone es para alojarse a descansar. Vamos, no creo exagerar si digo que la pérdida de éste podría arruinar este tipo de recreación vacacional, ya que seguramente ocasionaría nomofobia en los huéspedes (aversión obsesiva a perder el teléfono); quienes la padecen son incapaces de estar solos consigo mismos; entre otras cosas porque no se ven obligados a estar desconectados y mucho menos a verse en la impostergable necesidad de descansar. Ya podrán decir que este tipo de hotelería es parte del futuro esparcimiento, pero en lo personal considero que no dejo de considerar este tipo de iniciativas como el equivalente a un bar para fumadores, en este caso para seminaiutas infoxicados que pueden saber el precio de todo y el valor de nada; el precio ed cualquier tipo de gadgets, por encima del verdadero valor de la vida.
Este tipo de fenómenos fortalecen tesis como las que viene desarrollando el especialista Martín Barbero en sus estudios acerca de la comunicación en clave cultural. Éste señala en uno de sus postulados que en la actualidad, al establecer la aplicación del paradigma informacional a las ciudades; al acelerar el flujo de los tráficos vehicular, informático y telefónico, ya no nos quieren juntos, nos quieren conectados, pues una cosa es encontrarse socialmente con el otro y otra conectarse, esto último devalúa el espacio de la ciudad, incluso de no lugares como este tipo de hoteles. En fin, un hotel para tweeteros generado desde la iniciativa privada es igual de patético al esfuerzo de cientos de alcaldes de nuestro país, que desde el espacio público vienen haciendo de los jardines ciberjardines. He ahí la paradoja de nuestra modernidad líquida, espacios que en esencia son para el alojamiento y el esparcimiento son adaptados para servir de extensión de nuestras ocupaciones. Los impulsores de estas iniciativas no saben que vivir, como dice el maestro Pacheco, es tener espacio.

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