Hace un año leí con gran interés uno de
los más recientes trabajos de la investigadora uruguaya-mexicana, Rosalía
Winocur, titulado Robinson Crusoe ya
tiene celular. Una aguda tesis que muestra cómo han cambiado los códigos de
conducta en los jóvenes, por esa funcionalización simbólica del uso de las
nuevas tecnologías, en particular del teléfono celular. A partir de entonces he
constatado a través de numerosas observaciones que éste representa lo que los
juguetes a los niños en el kínder, un elemento de seguridad, sólo que en el
caso de los jóvenes, posibilita la adquisición de poder al ayudarles a
controlar la incertidumbre, como advierte Winocur. Algunas de esas observaciones que he
hecho, han sido sobre la base teórica de ensayistas como Howard Rheingold, catedrático
estadounidense dedicado al estudio de las implicaciones culturales, sociales y
políticas de las nuevas tecnologías de la información, en particular de la
internet y de la telefonía móvil, e introductor, en el mundo de los seminautas,
de términos como “Comunidad virtual” y “multitudes inteligentes”. Recientemente
introdujo a este tipo de estudios el término “Tribus del pulgar”, para
describir a los jóvenes usuarios de smartphones que se comunican con los
pulgares a velocidades vertiginosas. Se refiere a esos jóvenes que gastan hasta
dos mil pesos mensuales en tiempo aire; que tuvieron su primer teléfono celular
a los 13 años y desde entonces hacen zapping con los diferentes modelos que van
apareciendo en el mercado, porque otro de los problemas que padecen es la neomanía
(manía por lo nuevo). Se trata de una tribu que tuvo su campo de entrenamiento
en los videojuegos que solía y suele pedir prestados a los miembros de la Generación
Consola, esa generación mayor que, como ellos, también piensa con los dedos y que
fue adiestrada por Mario Bros.
Por sus características, la denominada
Tribu del Pulgar padece, además de neomanía e insomnio digital, o juvenil,
nomofobia (del inglés, no-mobile), miedo a separarse de su celular. Esto se
debe en gran parte a que los smartphones se han convertido en una especie de
moneda social, de elemento decorativo, de herramienta de trabajo, en fin, en aparatos
que sirven, entre otras tantas cosas, para hacer llamadas telefónicas. Aunque
para esta tribu no pasa de ser un distractor lúdico. No lo recuerdan, pero sus
padres solían contestar el teléfono (cuando éste era alámbrico) preguntando
¿Sí, quién es? En cambio ellos preguntan ¿Dónde estás? Porque tanto la
Generación Consola como La Tribu del Pulgar puede estar en cualquier parte.
Conozco a muchos de ellos, incluso los
he tenido de alumnos y puedo decir que, sin percatarse siquiera, son fieles
seguidores de una tecnología que ya no los quiere juntos, sino conectados.
Conectados a los no lugares de las autopistas de las telecomunicaciones;
dispuestos a pensar con los dedos, en la soledad y el aislamiento de Robinson
Crusoe, sólo que con un smartphone en sus manos. Para esta tribu no importa el
destino de sus vidas, sino el trayecto, y por supuesto, su venerable e
intocable vecindario virtual que construyen a diario.
Está claro que pese al transcurso de
los siglos el deseo de pertenencia no desaparece, sólo cambia el sentido y su forma, que es en efecto
distinto. Pasamos del homo-sapiens al homo-telecom.
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