Lo que hace algunos años el teórico cultural Paul Virilio señaló como el término de la evolución natural por la endocolonización de la tecnología en el cuerpo humano, se ha acentuado con la llegada de los denominados Ciborgs. Seres formados por materia viva y dispositivos electrónicos, según la Real Academia de la Lengua. Un ciborg (o cyborg, según la terminología anglosajona) es un ser en parte biológico y en parte mecánico. Para que un ciborg sea tal, y no una máquina con partes biológicas, es necesario que todas o parte de las funciones de control residan en el cerebro biológico del ser transformado en ciborg. En Mataró Barcelona existe la Fundación Ciborg, cuyo objetivo es convertir hombres en Ciborgs a través de implantes de chips, por ejemplo en el brazo para encender tanto la computadora, como el aire acondicionado, o en parapléjicos para mover la silla de ruedas con la mente; o bien cámaras de video y fotografía en el dedo meñique de una mano en una persona que lo había perdido y aprovechó para que en la misma reconstrucción con látex de su nuevo dedo, implantaran una cámara fotográfica. El profesor de cibernética de la universidad británica de Reading, Kevin Warwick, sabe ya lo que es que las puertas automáticas o que el climatizador de su despacho funcionen con sólo acercarse.
Un caso especial es el del joven británico Neil Harbisson, quien tiene adaptada una entrada de USB en la nuca con la que recarga una batería de hasta 18 horas de duración, para superar así su acromatopsia (Incapacidad de discernir los colores). Harbisson veía en blanco y negro, hasta que como estudiante de composición musical, ideó una base empleando el paralelismo existente entre el patrón de la luz y el del sonido, ideando una fórmula matemática para cuadras ambas frecuencias: cada gama de color con un tono audible. Con la ayuda de un ingeniero electrónico, en 2004 surgió el denominado "tercer ojo" (Ayeborg). Un sensor de color a manera de apéndice sobre la cabeza, sujeto a una diadema bajo el pelo y fija al cráneo. Lo anterior con un chip en la nuca y dos imanes en las sienes que transmiten los colores en forma de sonido al cerebro. El gobierno británico lo ha reconocido como Ciborg y ha permitido incluso lucir su tercer ojo en la fotografía del pasaporte, bajo la consideración de que es parte de su cuerpo; una extensión de sus sentidos.
Roger Soldevilla es otro caso. Estudiante español de comunicación audiovisual, sufrió un accidente que lo dejó sin el dedo meñique, y que luego de pasar por un periodo traumático, acudió a la fundación para volverse Ciborg. Ahí le implantaron un nuevo dedo de látex sujeto al muñón de su meñique, con un orificio en la yema del dedo desde el cual se asoma el visor de una cámara fotográfica y de video, que activa oprimiendo la parte central de su nuevo meñique, denominado “Fingerborg”.
Otro de los casos que se leen en la prensa española es el de Moon Rivas, una joven española de 25 años que luce en su mano derecha un aparatoso guante robótico, denominado “Speedborg”. Funciona con dos pilas, dos sensores infrarrojos, una pantalla y un sistema de chips que permiten medir la velocidad a la que camina cada persona con la que se cruza en su camino. Ha recorrido media Europa para medir el pálpito de 30 de las 46 ciudades. Moon Rivas puede decir que los habitantes de Estocolmo van siempre muy acelerados (a 8 kilómetros por hora) que los madrileños y barceloneses a una velocidad promedio de 5 kilómetros por hora, y que en Roma los coches van muy apresurados, no así su gente que es muy pausada.
Como vemos las aplicaciones de la cibernética aplicada a humanos son tan diversas que han abierto un debate ético de sus aplicaciones. Hay quienes considera que los implantes cibernéticos deben usarse para paliar discapacidades, mientras que otros aceptan que son útiles para potenciar sentidos, y otros más, justifican la idea de crear súper hombres.
En uno de sus fascinantes trabajos, titulado El arte del motor, el también urbanista Paul Virilio, señaló hace ya bastantes años, que el límite último de la filosofía era el límite fisiológico y que la evolución había llegado a su término en el momento que la tecnología invadió el cuerpo humano. Hoy la tecnología, decía, se nos pega a la piel, se está convirtiendo en un componente de nuestro cuerpo, desde el reloj pulsera hasta el corazón artificial: “el fin de la noción darwiniana de evolución, en tanto desarrollo orgánico a lo largo de millones de años y a través de la selección natural”. Los denominados Ciborgs son la expresión por antonomasia de que la simbiosis del hombre ya no es con la naturaleza, sino con la tecnología, pero la pregunta es pertinente ¿Son los Ciborgs una genialidad o una extravagancia? En lo personal considero que estas aplicaciones pueden tener un uso y un fin social, como algo también de extravagancia.
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