Bajo mi particular punto de vista, no podemos ver la renta de un espacio cultural solo desde la antropología o la sociología, sino también desde la administración pública, pues la cultura además de ser un fenómeno y un derecho, es también un servicio público. Esto nos permitiría separar el valor simbólico del inmueble para analizar las posibles oportunidades que nos podría dejar este caso. Haré un apretado ejercicio de reflexión. Si bien esta biblioteca es un recinto cultural que promueve el libro y la lectura, dicha función no debiera frenar la diversificación de sus bienes y servicios, la posibilidad de generar recursos financieros adicionales y sobre todo la posibilidad de retenerlos. Así recuperaría una parte de los recursos que le ha quitado el gobierno en el presupuesto. Es decir, si el gobierno no es capaz de dar un presupuesto digno, por lo menos debería generar condiciones para compensar la situación. Al ser una disposición reglamentaria, es decir, que está en el tramo competencial del Poder Ejecutivo, tiene fácil solución a través de un decreto presidencial, de esos que tanto gustan al mandatario. La Secretaría de Cultura debería impulsar dicho decreto para generar y retener el recurso autogenerado en estos recintos. Pensemos en lo que hubiera hecho la Biblioteca Vasconcelos con estos 311 mil 110 pesos que han ido a parar a la Tesofe.
Es verdad que el Reglamento General de Servicios Bibliotecarios establece que las instalaciones, mobiliario, equipo y acervo de las bibliotecas, serán de uso exclusivo de las mismas, y que ninguna persona o institución ajena a ellas puede disponer o hacer uso de estos para actividades ajenas a su naturaleza. Sin embargo, también es verdad que la Ley General de Bibliotecas, en su artículo noveno, establece que el Consejo de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas, formulará a solicitud expresa, recomendaciones para lograr una mayor participación de los sectores social y privado, comunidades y personas interesadas en el desarrollo de la Red. Con criterios como este, Secretaría de Cultura podría impulsar el mencionado decreto que permita el aprovechamiento de estos espacios culturales. Es una pena ver al director de la Vasconcelos hablar del heroísmo solidario de sus bibliotutores, personas que ofrecen sus servicios por solidaridad y con sus propios recursos, puesto que lo único que muestra es un menosmalismo reprochable (menos mal que no cobran). Envía un mensaje negativo a la administración central: podemos vivir del presupuesto y del salario emocional.
Tony Puig es un destacado analista catalán que ha escrito, entre otras, una obra intitulada Ciudades con marca, en la que contrapuntea el marketing de servicios con las burocracias casposas. Expone el concepto de Servucción, entendido como la síntesis entre servicio y producción, con un énfasis especial en la idea de que un servicio está siempre en proceso de producción. Esto es, todo servicio concluye su producción en la personalización, en el momento del uso. La idea central de este concepto es que en la prestación de servicios siempre se está en acción: “La repetición monótona no es posible”. Es así que la calidad del servicio público puede depender más del embalaje o la artesanía de su proceso de producción, que de la tecnología, el personal especializado o la operación en edificios arquitectónicos de firma.
En la Servucción el usuario de cualquier servicio público siempre espera encontrar en él respuestas, propuestas, soluciones y pistas útiles. En el caso de la biblioteca, soportes y acompañamiento para su vida cultural, social, educativa, vecinal y recreativa. Por tanto, en un tipo ideal weberiano, el equipo de producción de cada bien o servicio cultural que presta, debería ser capaz de diseñar, a partir de competencias profesionales y mediáticas, cada utilidad de manera satisfactoria y darle forma de servicio, en lugar de negarlo, o peor aún, de condenarlo.
En otras palabras, un servicio no es un producto que se manufacture una vez y, que mediante los retoques necesarios, se repita casi infinitamente mientras encuentre usuarios. Esto es, la prestación (que no el servicio en sí), termina cuando el ciudadano, usuario o prosumidor lo usa. Recintos como la Vasconcelos corren el riesgo, pese a los esfuerzos que hace su director, de padecer el mal de los museos del país; el de tener dos visitas en la vida del mexicano, la de cuando eres niño y la de cuando eres padre. Y es que la peor la gestión de un recinto cultural como este, es intentar hacerlo pertinente y necesario en el ecosistema del nuevo consumo cultural, con mentalidad y actitudes de bibliotecario. ¿Por qué no pensar en una gran pasarela literaria anual que combine moda y literatura? Demasiada osadía para este gobierno claro.
Volviendo al punto. En la Servucción un servicio no es, casi nunca, un sólo servicio, siempre es un conjunto de servicios. Un servicio central (el núcleo) fuerte, pensado y trazado para satisfacer la necesidad comprendida de los destinatarios. El servicio nuclear en este caso es el acceso a la base de la cultura que es el libro, así como la promoción de la lectura. El libro es un bien cultural, un bien físico, que al ser digitalizado pasa a ser un servicio, un servicio prestacional que ofrece el Estado a través de este tipo de instituciones culturales. La pregunta es, qué otros servicios radiales pueden prestar en un marco de aprovechamiento para salir del precariato y sostener su actividad sustancial de una forma más digna. Además de la citada pasarela, se me ocurre otro tipo de Servucción, la de ofrecer el espacio como set de grabación para películas y series; cenas, recepciones etc… con los respectivos controles por supuesto. Creo que deberíamos abrir un poco nuestra mentalidad bibliotecaria. Dicho esto sin desdén de la profesión, antes bien como una de sus cualidades que la hace ser tan seria que vive encorsetada por inercias históricas y normas inoperantes. Debemos aprender que la única ley científica que la historia enseña, es que las cosas cambian, como bien dice el maestro José Álvarez Junco.
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