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domingo, 26 de agosto de 2018

La industria del libro: de la posesión al acceso

La industria del libro: 
de la posesión al acceso   
Carlos Lara G.  

El libro como bien cultural y servicio de acceso a la cultura

El libro impreso, como aún lo conocemos, ha sido durante siglos la base de la cultura, por lo menos desde la denominada Galaxia Gutenberg. En las últimas décadas del siglo pasado, en la denominada Galaxia McLuhan, fue un importante difusor de ideas y base central de la educación formal. En la actualidad, en esta segunda década del siglo XXI, enmarcado en la Galaxia Microsoft, ha pasado de ser un bien cultural, a un servicio de acceso; una suerte de moneda social de venta algorítmica mediante aplicaciones, que pasa de la obra al texto y de este al hipertexto, una transición marcada por la desvaloración del trabajo escrito, característico de ese emocionante paso de lo narrativo a lo visual y de lo visual a las plataformas multimedias propias de nuestra cultura actual, una cultura de masas personalizada. Lo anterior nos convierte en una suerte de prosumidores en movimiento que se mueve en una cultura red, misma que se erige en una cultura de autoría donde, una cultura en la que, como diría Emmanuel Carballo suele haber más escritores que lectores.

Visto así, desde el ámbito de la industria editorial y del comercio de bienes y servicios culturales, el libro enfrenta diversas batallas, una de ellas, se da constantemente al seno de organismos como la UNESCO, que concibe al libro como un bien cultural, en oposición a la Organización Mundial del Comercio, para quien un libro es un producto más en el mercado. Como sabemos, México forma parte de los países que han optado por el modelo continental, partidario de las políticas fomento e impulso al libro y la lectura; contrario al modelo anglosajón, promotor del libre mercado, la oferta y la demanda.

Fue en este marco de discusión que en nuestro país el entonces presidente Calderón levantó el veto impuesto por su antecesor a la nueva ley del libro, veto impuesto por el denominado Precio Único, una medida de fomento que el equipo de Vicente Fox de la Comisión Federal de Comercio, vio como contraía a las reglas de mercado. Sin embargo, un par de años más tarde la Suprema Corte de Justicia de la Nación la declaró constitucional. Ganó así el argumento de que el Precio Único garantiza una competencia justa en el terreno del servicio, que permite entre otras cosas, la existencia de pequeñas librerías, y no una competencia en el terreno de la oferta, donde solo se ven beneficiadas las franquicias y establecimientos que no viven de la venta de libros. Por tanto, el criterio de la Corte fomenta la bibliodiversidad, el diseño e implementación de políticas culturales en torno al libro y la lectura.

El almacenamiento como negocio en la era de la datósfera 

Vivimos también una digitalización de contenidos en la que, la mayoría de las veces más es menos. Donde ya no es necesario apropiarse de esos objetos culturales llamados libros con aquella actitud burguesa de antaño, como afirma Frédéric Martel (2011), sino optar solo por tener acceso a ellos. Esta inmersión en una suerte de datósfera donde la suscripción, y ya no la propiedad, determina el consumo cultural, está marcando el futuro de los bienes culturales, el libro entre ellos. Y es que en efecto, disfrutamos cada vez más de las descargas y ese efecto catálogo de la industria del entretenimiento, lo que demuestra que hemos pasado de una industria generadora de bienes culturales a una industria generadora de servicios, donde la capacidad de almacenamiento es determinante.

Hace un par de años se llevó a cabo lo que se conoció como la mayor compra de la historia de las tecnologías, protagonizada por Dell y la firma de inversiones Silver Lake, que compraron la empresa de almacenaje y procesamiento de datos EMC, por 67 mil millones de dólares. Esta compra representa la última etapa de la evolución de Dell, que mutó de fabricante de computadoras personales a proveedor de servicios para empresas, un sector muy rentable en el que busca captar parte de la cuota de mercado que tiene IBM y Amazon Computes Services, que brinda servicios de almacenamiento y gestión de datos a firmas como Netflix, para darnos una idea de lo que estamos hablado. La datósfera pues, ha demostrado ser el futuro de la computación, si consideramos que, según estimaciones tanto de Dell como de Microsoft, dicho futuro está cifrado en la generación de un ecosistema de computación más grande, con nuevas categorías y desde la denominada nube de forma híbrida, esto es, el uso de redes públicas y privadas que será accesible para cualquier tipo de empresa. El objetivo es mejorar el día a día de las personas y tener empresas más productivas. Esto es, establecer un Internet de las cosas o, mejor dicho, un Uber de las cosas. La sociedad de los cálculos algorítmicos diría Daniel Innerarity, donde la sociedad ya no es observada desde categorías en las que encajarían los individuos, sino a partir de los rastros que va dejando en la red, capturados como acontecimientos, sin categorización alguna. Por este motivo es que la red ha dejado de ser una herramienta al servicio de la humanidad, como bien afirma Enric Puig, para funcionar como un sistema que pone a la humanidad a su servicio.

El Taylorismo Digital y la literatura de autoayuda y autoengaño

En esta predecible economía del Mindware, ya no se vende lo que se produce, sino que se produce solo lo que se vende, gracias a los nuevos tiempos y movimientos marcados por el Taylorismo Digital y sus algoritmos (en el caso de los libros, algoritmos que pueden convertir los long-sellers en best-sellers y fast-sellers), lo que nos lleva a vivir emparedados entre las aplicaciones y ciberventas implementadas por los Marcatenientes y los Numerati de la red. El gurú estadounidense del libro, Ed Nawotka, describe este esquema al hablar de Amazon. A esta empresa, dice, no le interesa el sector del libro ni saber que los escritores se están empobreciendo; su Taylorismo Digital, que hace casi imposible poder ensanchar los horizontes debido a esa apuesta y fascinación por los fast-sellers versión e-books, que ha generado. Es quizá aquí donde podemos enmarcar al reciente Premio Nobel de literatura, Bob Dylan, en este nuevo modelo de consumo generado por contagio cultural. Polémico desde luego como todo lo que está ocurriendo en las denominadas industrias culturales, hay quienes se preguntan incluso ¿Qué es más grande, el premio o el premiado? Y responden que, hasta 2017, el premio, según se mire. Lo cierto es que, en el terreno de la creación literaria, estamos ya ante la premiación, promoción y difusión de una literatura capaz de llenar estadios, una literatura de ascensores y supermercados, que describen bien Fernando Arqmburu y Javier Rodríguez, quienes apuntan que esto exige romper los mármoles mentales y liberar categorías intelectuales. En efecto, si se mira detenidamente, asistimos una vez más al trasvase entre industrias, a una reprocultura de contenidos generada a partir de la constante  convergencia de modos, donde unas industrias salvan la situación de otras. Véase el auge que están teniendo en América Latina las Biopics, tan solo en México Juan Grabriel, Celia Cruz, Lupita D´alessio, Pablo Escobar, Julio César Chávez…O bien, los libros sobre personajes mediáticos como futbolistas de la talla de Maradona, entrenadores de la talla de Pep Guardiola, rockstars como Bono, políticos como Obama etc… una apuesta reprocultural que revitaliza a la industria. Y qué decir de las obras llevadas al cine, al teatro y a las series televisivas. De la literatura how to, de autoayuda y autoengaño, solo decir que no deja de crecer e invadir las ferias del libro, al presentarse como la solución a todos los problemas en una sociedad que tiene la motivación por los suelos.

El libro como moneda social 

El libo es una gran moneda social. Esto es, opera como bien o servicio que permite conectar con los demás, como lo señala el creador de este concepto, el psiconauta Douglas Rushkoff. Eso que detona elementos en común que tenemos con otras personas y que confiere cierto estatus ante los demás (no un estatus social). El libro, en este caso, confiere estatus de lector y nada agrada más a los twitteros y facebookeros, por ejemplo, que mostrarse así en sus muro. El libro es el elemento que todos quieren compartir en la publicación de su estatus. Los marcatenientes como Amazon, que han sabido leer el significado de la moneda social, utilizan al libro como un vehículo que les permite conectar con sus consumidores para hacer otro tipo de ventas. A esta empresa no le importa la venta de libros, tanto como los datos del comprador. El libro para Amazon, como bien advierte Ed Nawotk, no es más que la puerta de ingreso a otro tipo de ventas para sus clientes, tales como ropa, vino o relojes…  

Dos tipos de IVA para el libro

Hace unos meses se volvió a debatir en la Unión Europea un proyecto de la abogada general de la Corte de Luxemburgo, Juliane Kokott, el cual sostiene que las obras impresas deben gozar de un impuesto reducido y las electrónicas uno más elevado. Es verdad que los textos son los mismos, más no la disposición al público. Es decir, debe aclararse que, como hemos señalado antes, pasamos de la posesión al acceso y esto tiene otras implicaciones. Por esa razón existen libros y periódicos tanto en papel como electrónicos a los que se aplican impuestos distintos que, en España, por ejemplo, es del 4 % y del 21 % respectivamente; lo mismo que en diversos países de la Unión Europea, que ya comienzan a protestar, porque la decisión hasta el momento es que las obras digitales paguen el IVA más elevado, con excepción de los libros electrónicos que se transmitan a través de un formato físico como CD o archivo USB.

El Tribunal Constitucional de Polonia, por ejemplo, ha planteado al Tribunal de Justicia de la Unión Europea, a petición del Defensor del Pueblo polaco, que la aplicación de un impuesto diferente a los dos formatos no vulnera el principio europeo de la igualdad de trato.

Para quien esto escribe el IVA diferenciado tiene sustento por todo lo expuesto, pues si bien es verdad que es un mismo bien, estamos ante sus dos versiones, la versión producto y la versión servicio. En términos de mercado, el libro es un bien, en tanto que su digitalización y disposición en la red, un servicio, esto es, una de las vertientes actuales del derecho de acceso a la cultura. En nuestra Constitución, por ejemplo, este derecho está establecido en el artículo 4to., constitucional como derecho de acceso a los bienes y servicios que debe prestar el Estado[1]. En un hecho reciente, la Comisión Europea, Francia y Luxemburgo, se enfrentaron por la decisión de aplicar el impuesto reducido a los libros electrónicos, enfrentamiento que terminó en 2016, cuando el Tribunal resolvió a favor de Bruselas, obligando a Francia y Luxemburgo a subir de nuevo el IVA de los denominados e-books a la categoría más alta, por considerar, precisamente, que estamos ante un servicio y ya no ante un bien. Y es que no solo está en juego el gusto del consumidor, sino el proceso de elaboración, el lanzamiento y la distribución, que en el caso de las obras impresas es mayor, y es lo que genera este tipo de IVA diferenciado. De hecho, hay quien sostiene que lo importante es el contenido y no el soporte. En lo personal, tengo mis reservas.

El libro y la cultura a domicilio

Como ya he señalado en otras entregas, el diseño de suscripciones que vivimos en la actualidad, proviene de los emergentes modelos de negocios creado por los Marcatenientes y los Numerati de la red. Un modelo que ha cambiado el consumo de bienes y servicios culturales en todo el mundo, mismo que ahora se da a partir flujos y suscripciones. Tanto la música como las películas, los videojuegos y los libros, son ya como el teléfono, inalámbricos. Es decir, ya no son productos que uno puede poseer, sino servicios a los que uno puede tener acceso móvil; que pueden ser consumidos a través de diversos soportes digitales, donde uno quiera y cuando uno quiera, a partir de una suscripción general, incluso que puede ser compartida, depende el modelo de negocio de cada empresa. Lo anterior nos instala en esa cultura domicilio de la que habla Nestor García Canclini (2005), que ingresa a nuestros hogares a través de las máquinas culturales que tenemos tales como pantallas de plasma, videoconsolas, Ipads, Iphons, Ipods, sistema de cable e internet y gran parte de los productos que integran lo que el economista Ernesto Piedras, denomina Canasta Básica de Consumo Aspiracional.

El factor tiempo como condición del hábito lector 

Como sabemos, el tiempo ya no tiene la fijación que solía tener en la modernidad, debido a que hoy, en la posmodernidad, o mejor dicho, en la modernidad líquida, en términos de Bauman (2000), el tiempo depende de la tecnología. Pero no solo esto, sino que, una de las revoluciones más determinantes en el comportamiento del ser humano de los últimos años, como bien ha apuntado Paul Virilio, es la domiciliación del tiempo. Sí, la noción de que hemos domiciliado el tiempo. Y es verdad, lo hemos hecho mediante aplicaciones como Whats App.

Hace unos días INEGI dio a conocer el Módulo de Lectura 2018, mejor conocido como Molec, una metodología diseñada para explorar y medir el comportamiento lector, publicada por el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlac) y UNESCO. Está orientada a obtener información sobre la lectura de libros, revistas, periódicos e historietas, tanto en soporte digital como impreso, además de la lectura de sitios de Internet o blogs[2]. En el estudio se explican las razones más citadas por la población encuestada, señala que no lee. La principal de ellas es la falta de tiempo (45.6 %), seguida por la falta de interés (24.4 %), así como la preferencia por otras actividades (14.8 %). El propósito de este estudio es generar información estadística sobre el comportamiento lector de la población de 18 y más años de edad residentes en áreas de 100 mil y más habitantes[3].

Lo preocupante es la reducción del hábito lector entre jóvenes que leen algún material considerado por el Molec, que decreció de 84.2 % en febrero de 2015 a 76.4 % en febrero del presente año. Esto es, de cada 100 personas de 18 y más años de edad lectoras de los materiales de Molec, 45 declararon haber leído al menos un libro, mientras que en 2015 lo hicieron 50 de cada 100 personas. Sin embargo, al comparar la población lectora de libros, el porcentaje sobre el uso del formato digital se ha incrementado de 5.1 por ciento a 10.7 por ciento entre 2015 y 2018. El motivo principal es el entretenimiento.

Por otro lado, el promedio que se dedica por sesión continua de lectura es de 39 minutos y más de tres cuartas partes de la población de 18 y más años de edad lectora considera que comprende todo o la mayor parte de lo que lee, mientras que 21.6 % dijo comprender la mitad o poco de la lectura[4].

Resultados propios de una generación, que ya no es la que recomienda lecturas de boca a boca, sino a través de likes, que asume los libros como monedas sociales; que vive en la nube y para quien el futuro de la cultura está en un servicio de red social. Este perspectivismo asusta a muchos amantes del arte y la lectura por considerar que la cultura está en riesgo de caer en manos de los Marcatenientes proveedores del acceso a Internet y operadores de telecom. Desde luego no es mi caso, creo que la convergencia de modos y el avance tecnológico, simplemente modifica las formas de acceso al arte, a la lectura y a la cultura en general. Es el análisis de las implosiones que detonan estas explosiones, lo que me apasiona observar.



[1] Donde por cierto, contamos con un decreto presidencial_______ que obliga a colocar en la red todo el material que produzcan las instituciones del Estado.
[2] Los resultados tienen el propósito de contribuir al diseño de políticas públicas orientadas al fomento de la lectura y son un insumo para las instituciones vinculadas con los temas de educación, cultura, fomento cultural e industria editorial, entre otras.
[3] Respecto a estímulos en el hogar durante la infancia para la práctica de la lectura, 55.8 por ciento de la población de 18 y más años de edad alfabeta declaró haber tenido libros diferentes a los de texto en casa, mientras que la mitad veía a sus padres leer.
[4] La actualización del citado estudio se puede ver completo en esta dirección: file:///C:/Users/Carlos%20Lara%20G/Desktop/MOLEC%202018.pdf

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