Con la venia de Monsi
Ahora que murió Juan Gabriel y que tenemos la venia
intelectual de Monsiváis para hacerlo objeto y sujeto de estudio, no así la de
CONAPRED y su pretendida ortopedia social, quiero hacer tres reflexiones en voz
alta acerca del emergente Juangalupanismo que estamos viviendo o padeciendo,
según se mire; pero no desde la falsa pose de quienes dicen que les honra no
haber sido parte de sus seguidores, porque no es así; tampoco desde la de
quienes consideran que escuchar sus canciones es tener baja audioestima, mucho menos a través de un análisis antropológico a lo Monsi, o psicológico a lo Germán
Dehesa, para eso está Guillermo Sheridan, que ya se ocupará de ello. Tampoco buscando argumentos que me confieran estatus de intelectual, como renegar
por ejemplo del timing y de nuestro consumo cultural, que hicieron que nuestro
tenampa emocional pasara por alto la muerte de Ignacio Padilla y aguara la
fiesta a la FIL y al propio Norman Manea. Menos haré de
chairo conspiranóico queriendo hablar del gasolinazo que nos acaban de endiñar
y el manto de Juan Gabriel como cortina de humo, y menos aun desde una
reivindicación homosexual. No, lo haré desde el sentido común que da el poder
echar un vistazo a la televisión, a los medios impresos y a las
redes sociales.
La disputa por el escenario social
Una de las primeras cosas que atestiguamos fue la
absurda disputa por colocarse en el lado correcto del escenario social. Los oficiosos
funcionarios del gobierno federal y de la cursimente llamada CDMX, se erigieron
en los “corre ve y dile” de sus jefes, familiares del cantante y medios de
comunicación en busca de la buena nueva: el homenaje. Por un lado, el mismo gobierno
que hace décadas negó la Caja de Mármol al cantautor que, de no ser por el
gusto musical de la Primera Dama en turno, no hubiera cantado en Bellas Artes.
Por otro lado, al avorazado gabinete de la CDMX, que dice ¡Aquí está el zócalo,
cabe más gente! Por otro, los mirones que merodean Bellas Artes y público en
general, que querían verle en la misma plaza en la que estuvo el Papa
Francisco, que porque ahí hay más espacio. No sé para qué, las cenizas del divo
de Juárez estarían en una minúscula y distante ánfora de cristal, lejos de
ellos. Todos se lo disputaban; su público, los medios de comunicación, los habitantes de Ciudad Juárez, los michoacanos, la CDMX, la comunidad
gay, la iglesia católica (que hasta misa ofició), incluso dicen que hasta la Secretaría de Hacienda.
¡Los ídolos del pueblo para el
pueblo!
Es verdad que la familia se cerró en banda y por
momentos generó molestia en algunos medios del espectáculo por ese silencio,
por momentos visto como una desatención. Sin embargo, tanto los medios como sus
seguidores, coetáneos y coterráneos, deben entender que el ahora occiso no es
un bien público, y que, si querían acudir a un homenaje de “cuerpo presente”, o
de cuerpo completo como dijera Laura G, la familia decidió otra cosa. En lo personal
entiendo el arranque de idealismo que habita ese tenampa emocional (diría Dehesa) de quienes alegan
que los cantantes se deben a su público; que los ídolos del pueblo son del
pueblo…En efecto, Juan Gabriel es del pueblo de México, pero Alberto Aguilera no. Ahí la familia lleva mano.
La peligrosa
ortopedia social de los Juangalupanos
El Juangalupanismo no solo se ha hecho notar en las redes sociales; existe
un Juangalupanismo oficial que parece apostar por la eliminación de los
distintos, que ya ha dejado sin empleo al ex director de TV UNAM, que olvidó el
lema de la casa de estudios al redactar su artículo, y a un funcionario del
Ayuntamiento de Mérida, por decir que el cantante le daba como hueva (sic). El
alcalde dijo que no fue por eso, sino por ajustes en la administración, pero que
será difícil encontrar a un sustituto con su capacidad y conocimiento
(¡recontra sic!). Y qué decir de la CONAPRED que intentó erigirse en la orwelliana
policía de la verdad, asomando un afán por instaurar una especie ortopedia
social mediante cursos de sensibilidad. Y qué del Senador del PT que propuso poner
el nombre de Alberto Aguilera al Palacio de Bellas Artes… A ver, mi esposa y a
mí nos encanta Juan Gabriel (y no por temor a la CONAPRED). Admito que fue ella, con su mirada
extranjera y aprecio a México, quien me hizo ver cosas que yo no había percibido
del cantante. Lo que no me gusta es este Juangalupanismo que estoy viendo, en
particular esa especie de limosnería Juangalupana de las redes sociales que no
admite más que “likes” y buenos comentarios. Algo muy preocupante en un país
donde el Estado es laico, pero el pueblo no; donde este tiene diversos actos de
fe, y este, el del Juangalupanismo, es ya mayoritario en nuestro tenampa emocional.
No sé ustedes, pero en lo personal creo que en el fondo de nuestra coyuntura política, el problema
no es el turismo sexual que vino a hacer Donald Trum a Los Pinos (parafraseando a
Antonio Ortuño), sino este otro tipo de fenómenos sociales que tienen la
facilidad de colocarnos en otra parte. Eso sí, siempre muy contentos.
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