Sin lo diverso no existe lo homogéneo
Sobre la ciudadanía cultural, a propósito de Carlos Monsiváis
En febrero de 2008, Carlos Monsiváis, en uno de sus artículos publicado en la revista Nexos, intitulado Tres aproximaciones a la cultura (si esta se deja), expuso un esclarecedor acercamiento a lo que denominó “Las ciudadanías culturales en el siglo XXI”. El contexto por el que atravesaba el país era, entre otros, el de la todavía alternancia en el poder, el tripartidismo en el Poder Legislativo y el ascenso de algunas pequeñas expresiones políticas que comenzaron a crecer en las axilas de la transición. La izquierda aún resentía aquella enorme desilusión que fue el hecho histórico de que la salida del autoritarismo en el país se hubiera dado por el centro-derecha y el PAN, y no por una izquierda. Se discutía la reforma constitucional que establecería un año más tarde el derecho a la cultura en la Constitución. Esto es, el derecho de acceso a la cultura y el ejercicio de los derechos culturales, que no era una realidad aún. Tampoco lo era la reforma constitucional que cambió el paradigma de los derechos humanos en méxico, que vendría tres años después a modificar la antropología jurídica de la cultura.En ese contexto se preguntaba ¿Qué es ciudadanía cultural? Y señalaba que era una definición sucinta de un término sujeto a debate en Estados Unidos, concebida como la pertenencia de una comunidad a la que integran los gustos, las prácticas y las sensibilidades compartidas. Decía que esto, idealmente se daba en torno a las creaciones más notables de la especie humana, o bien, desde una perspectiva antropológica, en torno a los modos de vida. Recurría a Renato Rossaldo para argumentar que desde el carácter global de las disciplinas científicas, éramos, somos o podíamos ser ciudadanos culturales: “se extraiga poco o bastante de esa identidad, se adscriba uno o no a un plan de prácticas, por lo común ligadas a las artes y las humanidades de la tradición de Occidente, pero ya también, y de modo creciente, a las tradiciones de Oriente y, apenas, a las del mundo africano”.
Sostenía que si la definición de ciudadanía cultural abarcaba el disfrute y difusión de bienes básicos (en otras palabras, el acceso a la cultura, el ejercicio de los derechos culturales y la participación en la vida cultural de la comunidad), los primeros obstáculos, decía, para esa ciudadanía, serían la desigualdad y las costumbres del uso del tiempo libre, ahora a cargo de las denominadas industrias culturales. En efecto, dichos obstáculos están condicionados cada vez más por el desarrollo tecnológico, la conectividad y el consumo cultural algorítmico, puesto que la convergencia digital de estos tres elementos que hacen posible el consumo cultural, determinan el uso del tiempo libre de forma desigual.
Como sabemos, Monsiváis solía pontificar, no solo el fundamentalismo de la derecha por carecer de de ideas, sino también la vulgarización dogmática de la izquierda. No sé qué pensaría del actual gobierno federal, del desmantelamiento cultural que vive el país, si tendría mayor incidencia moral que Elena Poniatowska y adláteres luego de que, según pudo atestiguar (por lo menos en la teoría), la renovación del canon cultural, simpatizaba mayoritariamente con el centro-izquierda. Por lo menos era bilingüe, solía decir. En verdad me hubiera gustado saber su punto de vista en relación a esto que ha dicho de forma inmejorable Guillermo Sheridan acerca de la rareza de nuestro país, fundado por curas que querían ser presidentes y que ha terminado bajo el poder de un presidente que quiere ser cura.
Murió sin atestiguar los avances jurídicos en materia de acceso a la cultura, el ejercicio de los derechos culturales y el desarrollo de los derechos humanos en general, a partir de las reformas constitucionales antes señaladas, que este mes cumplen diez años. Una década en la que hemos visto avanzar lo que en su tiempo se combatía; la diversidad cultural y la homogeneidad. Dos de sus banderas. Aún a pesar del anacrónico gobierno mal llamado de izquierda que ejerce lo peor de las ideas de los años setenta en el país. Ejemplo de ello, es la unidad nacional y ese discurso chafarrinoso que le rodea. Fuera de eso, muchas cosas han cambiado. La fe católica, por ejemplo, la raza que, ya no solo se admite una sola; tampoco una sola pigmentación reconocida como propia, mucho menos un género dominante. En la actualidad superamos la legislatura de la paridad a nivel federal y en varios estados, lo mismo que el número de gobernadoras en el país, que ha crecido de forma notable y plausible. Me encantaría decir que ya no hay un solo partido único y hegemónico, pero es de las cosas que se empeña el actual presidente en mantener. El patriarcado tampoco es lo mismo, cada vez tiene menos influencia en la desaprobación familiar y en la vida social. Y qué decir de la llamada moral y las buenas costumbres, y de las minorías sexuales, un sector que hasta hace poco no tenía derechos ni humanidad reconocida.
Los retos para la alianza opositora en la Ciudad de México
Todo lo anterior representa un reto enorme para la Alianza Opositora de la Ciudad de México que gobernará los próximos tres años, porque la ciudadanía cultural se ejerce, entre otros en los espacios culturales públicos. Existen poco más de 260 espacios de esta naturaleza en las 16 Alcaldías de la ciudad, de acuerdo al Sistema de Información Cultural de la CDMX. Dentro de la infraestructura básica se contabilizan 162 museos más de 160 teatros y poco más de 340 bibliotecas. Además de los centros, foros y espacios culturales que cada alcaldía tiene, algunos propios, otros universitarios y otros más privados que, independientemente de eso, comparten agenda. En ambos tipos de infraestructura cultural la Alianza Opositora integrada por el PAN, el PRI y el PRD, tendrá la gestión del mayor número de espacios destinados al fomento y promoción del arte y la cultura. Y, al margen del historial político de cada partido, es una alianza integrada por quienes han desarrollado la creación de instituciones artísticas y culturales, la legislación y consolidación del derecho a la cultura y los derechos culturales en la Constitución, la creación de la Secretaría de Cultura, el presupuesto más alto de la historia para la cultura y las artes, la creación de la política cultural de estímulos fiscales para el fomento al arte y la cultura. Todo lo que la alianza gobernante ha estancado, eliminado y desestabilizado.
Monsiváis consideraba que de modo fundamental la cultura dependía de los sistemas educativos, en especial, de la enseñanza superior. Digamos que es uno de los ámbitos mediante los cuales se garantiza, ya que por el derecho a la educación aprendemos leer y a escribir, en tanto que por el derecho a la cultura aprendemos a pensar. Es aquí donde, bajo mi particular punto de vista, residen las bases de la denominada ciudadanía cultural que ejercemos en el marco de, entre otros tantos, el derecho a participar en la vida cultural de la comunidad, un derecho que comporta por supuesto, una contribución a la misma.
Es aquí donde debemos repensar muchas cosas que hace apenas diez años eran una suerte de requisitos previos a la convivencia. Por ejemplo, “el amor que no puede decir su nombre” del que hablaba Monsiváis, o la tendencia de los jóvenes gays y lesbianas de informar a sus padres sobre su orientación sexual, que ya no es una práctica reservada a las grandes ciudades como a él le tocó observar y analizar; desigualdades que solo han podido ser superadas por la vía del ascenso jurídico. Hoy, el qué dirán está infravalorado y en la explosión demográfica los comportamientos legales, como bien afirmaba, se vuelven legítimos, y viceversa. Los próximos gobernantes de las 16 alcaldías, en particular quienes integran la Alianza Opositora, deberán entender que la renovación del canon cultural donde se enmarca al ciudadanía cultural, ya no simpatiza de forma mayoritaria sólo con el centro-izquierda; que ha dejado de ser bilingüe, que es políglota. Que habitamos una entidad federativa que ha decidido llevar el derecho a la ciudad, de una categoría sociológica a una categoría jurídica en su Constitución. Y que si algo se había venido combatiendo de forma injusta durante mucho tiempo, era la diversidad, olvidando que sin lo diverso no existe lo homogéneo, como acertadamente sostenía Carlos Monsiváis.
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