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miércoles, 5 de diciembre de 2018

¿Federalismo cultural o mando único en materia de cultura?

¿Federalismo cultural o mando único en materia de cultura?

Carlos Lara G.

Luego del uso de la aplanadora legislativa en la Cámara de Diputados para aprobar las reformas a la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, de la reforma a la Ley de SAT en el Senado para que la propuesta del Presidente  pueda encabezar el organismo; de la pretendida reforma a la Ley de Entidades Paraestatales para que Paco Ignacio Taibo pueda dirigir el Fondo de Cultura Económica, y de esa especie de cuarto nivel de gobierno que busca instaurar el Presidente a través de los súper delegados estatales, la pregunta que da título a este artículo resulta de lo más pertinente. Estas actitudes nos hacen recordar aquellos tiempos que describe muy bien Gabriel Zaid, donde tener el poder era también tener la razón. 
En lo personal, considero que uno de los principales retos de la nueva Secretaría de Cultura que promueve como slogan el pleonasmo “El poder de la cultura”, será demostrar, entre otras cosas, eso que tanto manifestó desde que fundaron el Partido de la Revolución Democrática; acabar con esa especie de mando único de promoción y difusión del arte y la cultura desde el centro del país. Sí, esa política diseñada y promovida desde la capital, que arrastra aún prácticas jurídicas y administrativas del Estado nación. Creo que la superación del mando único en materia cultura, puede darse mediante una verdadera descentralización política, jurídica y administrativa entre los tres (y no cuatro) órdenes de gobierno. Un federalismo cultural subsidiario que establezca las bases de lo que deberá hacer la federación, las entidades federativas y los municipios en la prestación de bienes y servicios culturales. Lo mismo deberá hacerse con los recursos financieros; fortaleciendo los fondos e instrumentos gubernamentales a través de los cuales se fomenta y promueve el arte y la cultura. Esto es, desaparecer los polémicos e inconstitucionales etiquetados que otorga la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados.
Decía Albert Camus que quien pretende saberlo todo y arreglarlo todo, termina por matarlo todo. Eso fue lo que ocurrió con el extinto subsector cultura donde todo lo hacía el Presidente. No fue hasta finales de los ochenta, que nació la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados, al mismo tiempo que el extinto CONACULTA, y por cierto, con la misma agenda de trabajo que se desprendía de la plataforma política del candidato del PRI, Carlos Salinas de Gortari. Fue el propio Poder Ejecutivo quien creó las instituciones, leyes, reglamentos, acuerdos y estímulos fiscales para el subsector cultura. Considérese además la influencia de las primeras damas del país en más de un sexenio. Quizá el caso más destacable sea el de Carmen Romano, quien más allá de mandar pavimentar las calles de su pueblo, como hacía la mayoría desde el FONAPAS, promovió iniciativas como el Festival Cervantino, modelo aspiracional de los festivales en México, que precisamente por no haber una adecuada descentralización y programación por regiones, la mayoría de estados terminan haciendo “cervantinitos”.
Lo que quiero decir es que, el desarrollo de la política cultural en México en lo que respecta a su institucionalización, fue de corte presidencial durante el siglo XX, central, de mando único. Del nacionalismo revolucionario a la creación de la Secretaría de Cultura, pasando por los 27 años del CONACULTA, fue el Poder Ejecutivo quien diseñó e implementó una política cultural central, de la misma manera que había diseñado e implementado el mito azteca en la enseñanza oficial, que sostenía que México era un país azteca hasta que llegaron los españoles; lo que borró el mestizaje otomí, chichimeca y yaqui, como bien señalaba Luis González de Alba. Es así que el Poder Legislativo durante casi todo el siglo XX fue algo menos que un triste espectador del mal llamado proceso legislativo.
Si algo generó la alternancia política en México en materia de cultura, fue el impulso de acciones públicas más visible por parte de los tres poderes del Estado, incluso de la propia Comisión Nacional de los Derechos Humanos, en favor del acceso a la cultura y el ejercicio de los derechos culturales. Jamás en la historia de nuestro país los tres poderes de la unión (con sus bemoles por supuesto) habían ejercido sus atribuciones como ahora. Jamás tampoco se había logrado un presupuesto como el de 2012. La cultura es hoy un tema de Estado ya no de gobierno, y eso en un logro de los gobiernos de la alternancia y la realternancia. Antes de estos contextos políticos, tuvimos un subsector parchado a golpe de acuerdos y desarticulado en sus acciones, asfixiado por un centralismo en todos los ámbitos de la administración pública federal, centralismo que alimentaba al Estado “factótum”. Por tanto, creo que la gran aportación del proceso de alternancia y realternancia política en nuestro país sea quizá el establecimiento de la cultura como un tema de Estado en la agenda de los poderes públicos y el garantismo cultural, producto de las reformas constitucionales en materia de derechos fundamentales que pusieron en el centro de toda acción política a la persona, ya no al Estado.
El nuevo gobierno y su tautológico slogan “El poder de la cultura”, tiene el reto de desdoblar ese peregrino y multicitado poder, pero ya no desde el centro, sino a través de un Federalismo Cultural Subsidiario. Abrir una oficina en Tlaxcala, es apenas un acto de voluntad. Ojalá implemente una verdadera Política Digital para la Cultura y sepa concebir el desarrollo tecnológico como una oportunidad, no sólo para combatir el centralismo y el mando único en materia de cultura, sino también para impulsar la progresividad en el derecho de acceso a los bienes y servicios culturales, mediante un esquema de operación transversal entre secretarías, ese que quedó a deber el gobierno que termina, una transversalidad que involucre a los tres poderes del Estado y los tres órdenes de gobierno. Considérese, por ejemplo, que el Proyecto México Conectado que deja el gobierno anterior, está diseñado para dotar de Internet todas plazas públicas del país; una conectividad que podría aprovechar el actual gobierno para la promoción y difusión de la cultura, como se hacía antes en los quioscos de cada ciudad; como hace hoy La hora nacional
En lo personal, espero que no se tome la identidad cultural como pretexto para legitimar el centralismo cultural, como bien ha señalado Gabriel Zaid. Una cosa es el nacionalismo del Estado y otra el nacionalismo de las naciones. En México ya sabemos, porque los padecimos, como recuerda el maestro, esos gobiernos donde la identidad cultural era utilizada para imponer las preferencias del poder central como cultura nacional, donde la demagogia regional hacía lo mismo con las variantes locales. En fin, que las leyes a modo que estamos viendo y esa estructura política de los súper delegados en los estados no sean un retroceso democrático, y que por el contrario se sienten las bases de una nueva democracia sobre el zócalo de un verdadero federalismo cultural. De lo contrario, el cambio de régimen que tanto pregona la denominada Cuarta Transformación y el tautológico slogan El poder de la Cultura, serán solo elementos discursivos de un vulgar cambio de gobierno. 
Es necesario un federalismo cultural en el país, que reconozca la pluralidad cultural y lingüística,  desde el diseño del presupuesto hasta la implementación de políticas públicas; a partir de una concepción más abierta y consciente de nuestra propia diversidad, reconociendo la aportación de cada cultura, fomentando la convivencia, la solidaridad y el diálogo entre culturas. No podemos olvidar que han sido precisamente la lengua, el diálogo y las manifestaciones culturales de los estados y municipios, las  que han mantenido la existencia de realidades socioculturales tan diversas en esto que llamamos México.

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