¿Por qué los agentes culturales no saben cobrar?
Es momento de escribir con la cabeza, motivados por el corazón.
Existe un vasto universo de creadores,
gestores y promotores de la cultura que no saben cobrar. Por tanto, viven de su
salario emocional. Terminan haciendo determinados trabajos por la cantidad que
les quieran dar, y siempre hay alguien que cobra menos, y saben que tengo
razón. Pero los hay peores, aquellos que no quieren cobrar, para quienes es más
importante el día de la presentación del libro, el coctel de la exposición, el
vino tinto con los amigos y colegas, la reseña de la curaduría y tener su
nombre bien puesto en el producto final de la creación, ah y por supuesto, la
publicación del estatus en sus redes sociales. Por tanto, si ni los propios agentes
culturales valoran lo que hacen en términos económicos, mucho menos lo harán
quienes contraten sus servicios.
Recientemente me solicitaron hacer un
ejercicio de integración para los ejecutivos de una empresa de contenidos
audiovisuales; propuse contratar los servicios de un artesano del Estado de
México para que, en lugar de hacer el consabido trabajo en equipos para sacar
la misión, visión etc…hicieran entre todos, con el artesano como mediador
cultural de este proceso, un árbol de la vida, con los valores de la empresa;
que fueran ellos quienes plasmaran dichos valores en barro, y una vez terminado
y horneado, lo pintaran con los colores de la empresa etc…Los directivos, se
empeñó en contratar a un porrista mental que les motivara mientras el árbol se
horneaba. Al término de la sesión, de la cual quedaron fascinados, entre otras
cosas por la experiencia de haber elaborado un árbol de la vida que ahora forma
parte de sus oficinas, me dijeron que el porrista mental había cobrado
doscientos mil pesos, en tanto que el artesano pedía solo diez mil, por
supuesto que terminaron pagándole más. El punto es que ¡Ni el propio artesano valora
su trabajo! Está claro que requiere los servicios de un promotor cultural, pues
su trabajo es crear y recrear experiencias.
Por supuesto que esto requiere de una
profesionalización del saber para poder tasar lo que se hacen ¿Cuánto cuesta un
dictamen de factibilidad cultural? Por ejemplo, para que no sea encargado a un
despacho privado ajeno al sector cultura, cuánto un dictamen jurídico, cuánto el
diseño de una política pública, su implementación, acompañamiento, evaluación
etc. Cosas como estas son las que pueden dignificar el salario económico y
emocional de los agentes culturales.
Romper el modelo endógeno y pensar en el ciudadano
Durante décadas hemos vivido un modelo
de promoción y gestión cultural basado en la creencia de que deben ser los
creadores, gestores y promotores de la cultura, los destinatarios de las
acciones culturales que genera el Estado. Algo que, bajo mi punto de vista, no debe
ser así. Los destinatarios finales de las acciones culturales del Estado son y
deben ser los ciudadanos. Los creadores, gestores y promotores de la cultura,
son facilitadores de los procesos que deben garantizar de forma progresiva el
derecho de acceso a los bienes y servicios culturales que presta el Estado. En todo
caso, son doblemente destinatarios, en su calidad de ciudadanos y como agentes
mediadores, pero no los únicos destinatarios como han creído por décadas
candidatos y gobernantes.
¿Que por qué lo digo? Por la lógica
editorial aún vigente, que recoge los cuestionamientos de la autodenominada
comunidad cultural con cierta indignación, acerca de lo que el gobierno hace o
deja de hacer. Ejemplo de ello es la reciente apertura del museo Leonora
Carrington en San Luís Potosí, donde un grupo de creadores y promotores cuestionaba
hace unas semanas la inauguración de un museo para una artista que no significaba
más en la entidad que otros creadores oriundos de esas tierras. Dicho arranque
de provincianismo, dejaba de lado, entre otras cosas, que el hecho de que el
museo fue creado en un Centro NACIONAL de las Artes. Otro ejemplo es el también
recientemente inaugurado museo Juan Soriano en el estado de Morelos. Un pequeño
grupo de artistas se manifestó en contra por los mismos motivos, es más, decían
que debía llevar el nombre de un artista local. En ambos casos cuestionaban el
motivo, el concepto, la forma, los nombres, como si los museos fueran solo para
ellos. Pasaron por alto cuestiones más importantes tales como, si las obras de
Leonora Carrington exhibidas en su museo de San Luís, son todas originales, o
bien, qué sucedió con las obras de Juan Soriano que no están en este nuevo
museo.
Cambiar
el enfoque de la inversión pública en cultura
Considero
que es necesario cambiar la forma en que es concebida la
inversión pública en el ámbito del arte y la cultura; esa que se realiza a
través de becas, estímulos y cursos de formación, inversión que hasta el
momento sigue orientada por el criterio de atender a los creadores y promotores
de la cultura, para ayudarlos a ascender peldaños en la escalera del ego, lo
cual es válido, pero más válido, moral y pertinente, sería poner la mirada en
el impacto cultural de las comunidades donde podría incidir el creador. Transformar
la realidad que viven sus habitantes a través del arte y la cultura.
Nuevamente, pensar en los ciudadanos como destinatarios finales de las acciones
públicas en esta materia, y no solo
en
los integrantes de una autodenominada comunidad.
En lo particular, considero también que es
necesario que los agentes culturales tengan ganas de formar parte del
funcionariado cultural, que dejen de verle como esa burocracia que todo lo
frustra. Por supuesto que lo anterior comporta dos cosas fundamentales: que los
gobernantes apuesten por la integración de estos agentes culturales en la
función pública, que abandone la inercia de trabajar con funcionarios sin el
perfil para el cargo, sin el conocimiento apropiado ni las ganas de transformar
la realidad de las comunidades del país; un funcionariado que se limita solo a cumplir
una jornada laboral. Por otro lado, comporta también la profesionalización del conocimiento por parte de
los agentes culturales. Uno de los
principales problemas que hacen que el salario económico se estanque en el
salario emocional en el ámbito cultural, es que hay una gran cantidad de
creadores que se sienten también gestores, y además promotores de su trabajo y
del de otros, hasta terminar como el pato. El pato es un ave que camina, nada y
vuela, pero ninguna de estas tres cualidades las hace bien, con destreza.
Prueba de que el creador, gestor y promotor de la cultura es poco capaz de
asumirse como parte de un proceso de creación, gestión y promoción, es que
apenas está entendiendo la dinámica de estos tres ámbitos, y alguien viene y le
sugiere que puede ser un gran emprendedor, en el universo de las industrias
culturales y este va y se lo cree, y comienza así otro camino hacia el
emprendurismo, intentando volar como un pato.
Comenzar
a escribir con la cabeza
Comencé
esta reflexión en tres entregas, haciendo referencia al artículo de Vargas
Llosa y su primo Peté. Entiendo que para muchos sea admirable la actitud de
Peté, su apuesta por abandonar las finanzas y abrazar una segunda profesión, la literatura, que solo le
garantizaba un salario emocional. Esta historia me sirve para
entender por qué la primera vez que escribimos, como bien dice el guionista Mike Rich, lo hacemos con el corazón, en tanto que la
segunda, lo hacemos con la cabeza. Creo
que los creadores, gestores, promotores y analistas del arte y la cultura, debemos
comenzar a escribir por
segunda vez, pero siempre motivados por el corazón, hasta lograr un equilibrio entre el salario
económico, que da el saber, y el salario emocional que da el aprecio a al arte y la cultura.
1 comentario:
Me gusto mucho tu articulo, concuerdo con tigo que es necesario que un agente cultural tengan ganas de formar parte del funcionario cultural, lamentablemente no es tan fácil y mas por que la mayoría de los burócratas son como tu los describes, funcionarios sin el perfil para el cargo, sin el conocimiento apropiado ni las ganas de transformar la realidad de las instituciones para las cuales trabajan y por consiguiente menos le interesan las comunidades del país la gran mayoría se limita solo a cumplir una jornada laboral y mas si son sindicalizados. Y si bien es cierto que un profesionista en materia cultural trata de sobrellevar la profesionalización del conocimiento a veces es desesperante no generar la empatía con el personal burocrático.
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