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lunes, 17 de junio de 2013

La medición del consumo cultural en México

Hace 15 años no existían en el continente latinoamericano encuestas ni indicadores que permitieran medir el consumo cultual. En la actualidad, tomando como punto de partida el trabajo pionero La cultura da trabajo, entre la creación y el negocio (1997), que demostró con una metodología especializada, el valor económico de la cultura en Uruguay, elaborado por Luis Stolovich, Graciela Lescano y José Mourelle, y sin dejar de reconocer las aportaciones en nuestro país de Jorge González en relación a este tipo de consumo, hoy podemos presumir definiciones como esa de “Indicador cultural”, ofrecida por el brasileño Teixeira Coelho (2000), como “un referente de causalidad y cambio en los parámetros artificiales que construimos, ya sean cuantitativos o cualitativos, para modelar el posible cambio del actuar humano y valorar las alteraciones de los bienes, productos o ideas en un espacio y tiempo determinados”.
En 2004 nuestro país publicó la primera Encuesta Nacional de Hábitos, Prácticas y Consumo Culturales. Un año después el economista Ernesto Piedras con el apoyo del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes publicó ¿Cuánto vale la cultura? Dos años después, él y el antropólogo Néstor García Canclini, publicaron Las industrias culturales y el desarrollo de México, un análisis sobre la importancia de estas industrias en clave de desarrollo bajo la perspectiva de cada uno de los autores. En 2009 diversas instancias públicas y privadas del gobierno de Chile publicaron la Canasta básica de consumo cultural. Una herramienta para garantizar el derecho a participar de la vida cultural y el acceso a los bienes y servicios culturales, en el que establecieron índices como el de Desarrollo Humano de Género, el Índice de Dinámica Cultural, el de Potenciación al Género y el de Recursos Culturales.  En 2010 fue publicada en nuestro país la Encuesta Nacional de Hábitos, Prácticas y Consumo Culturales, que esta ocasión tuvo datos desagregados por entidad federativa.
Un año antes, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad), publicó el Marco Estadístico Cultural, en el que se muestra la dimensión económica y social de la cultura, así como diversos conceptos, estructuras y códigos internacionales de clasificación en la materia, y presenta a México como líder continental en industrias creativas.
Esta semana fueron presentados dos trabajos estadísticos más: ¿Cómo vamos Ciudad de México? Un proyecto realizado en ciudades de América Latina y en algunas del país, que en el rubro de cultura y recreación, muestra hábitos y principales actividades ligadas al entretenimiento, que los ciudadanos suelen hacer una vez al año.
El otro resultado es un libro más de la dupla Néstor García Canclini y Ernesto Piedras, Jóvenes creativos: estrategias y redes culturales. Un trabajo que muestra las estrategias utilizadas por los artistas visuales, músicos, editores y creadores multimedia en la creación de sus propios empleos, así como la novedosa forma de agruparse y construir redes en la Ciudad de México en su calidad de “prosumidores”. Es verdad que no siempre es posible medir las creencias y valores en forma directa, pero sólo a condición de aceptar que sí es posible medir las prácticas y comportamientos asociados a ellos. Sin duda, aún falta mucho por hacer, pero haber pasado de lo coyuntural a lo estructural en la medición del consumo cultural, en un periodo de 15 años, no está a mal.

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